Migrantes. Roger Norum
cambiando rápidamente, y el ritmo de este cambio parece estar incrementándose sin cesar. La tecnología, la educación, la salud, los hábitos alimenticios, el vestido: pocas cosas en la vida son lo que eran hace solo algunos años. El ambiente, por su parte, está en un proceso de transformación de grandes alcances; que suele sintetizarse en uno de los eslóganes característicos de nuestro tiempo: «cambio climático». Modelos de empleo obsoletos van desapareciendo rápidamente. El tipo de comida que comemos es diferente, y también cómo la comemos. Nuevas formas de educación, como la «desescolarización» o el «educar en el mundo» están creciendo exponencialmente. Los emprendimientos colaborativos y la inteligencia de grupo están alterando los viejos modelos de poder, mientras avanzamos hacia un mundo con economías compartidas y comunidades de colaboración fuertemente conectadas. En algunos lugares, compartir se ha vuelto incluso más deseable que poseer: ahora nos quedamos en la casa de otra gente, compartimos nuestros automóviles, nuestros conocimientos, nuestras destrezas.
El cambio en cómo pensamos, en cómo actuamos, y en quiénes somos se ha convertido en un hecho de la vida cotidiana para miles de millones de personas en todo el planeta.
Lo mismo ocurre con el tema de este libro. El mundo de migración se define por ideas y experiencias de cambio. Incluso en el corto tiempo en el cual escribimos este libro, el discurso sobre la migración, sus procesos y sus prácticas han cambiado de forma perceptible. En pocos años han cambiado las políticas migratorias, han surgido nuevas rutas de migración y nuevos migrantes. La migración es, por supuesto en sí misma un acto de cambio, de movimiento, de renovación, de creación. Pero el hecho de que los acontecimientos y los números que definen a la migración continúen cambiando contribuyen a que este mundo dinámico sea cada vez más difícil de predecir.
Desde los esfuerzos de las autoridades europeas por manejar la así llamada «crisis» migratoria surgida en 2015, epicentro y punto de partida del análisis y la reflexión que dan forma a este libro, las cosas han seguido moviéndose en distintos puntos del planeta de formas difíciles de prever. Y una de las cosas que llama la atención, y alerta sobre el dinamismo de nuestro mundo, es la forma que toman algunos de estos cambios. A diferencia de otros anteriores, estos últimos no han sido ni graduales ni parciales, sino que en cuestión de pocos años y hasta pocos meses ciertas visiones dominantes —o al menos muy influyentes— sobre temas fundamentales han dado un giro de 180 grados. Alrededor del mundo siguen desarrollándose acontecimientos y nuevas crisis que impiden olvidar que la migración es un fenómeno omnipresente que demanda atención, debate y estrategias de gestión.
Empezando por Europa, los esfuerzos de una dirigencia liberal e ilustrada por ordenar la migración con una política de apertura chocaron con resistencias poderosas. Las visiones de estos líderes, reconociendo la necesidad de recibir a los migrantes no solo por razones humanitarias y de derechos humanos sino también por razones prácticas, azuzaron los miedos de buena parte de la población, estimulados por la derecha y parte de la izquierda populistas en muchos lugares de Europa. Como resultado, el discurso anti-migratorio ha incrementado su fuerza en muchos países. Esto ha hecho crecer movimientos políticos de extrema derecha (uno de los más recientes en España), que hacen sintonía con movimientos que están surgiendo en Hungría, en Alemania, en Inglaterra, en los países escandinavos (entre otros), y que tienen entre sus mensajes fundamentales enfrentar a la migración. Aunque en 2019 todavía no se haya materializado la así llamada «Europa fortaleza»[1], las dirigencias europeas han pasado de un modelo de apertura a un consenso restrictivo de la migración, o al menos a una regulación mucho más estricta, en contra de las políticas que estos mismos dirigentes quisieron implementar inicialmente. Y este cambio, que quizá pueda considerarse un giro estratégico, ha tenido lugar en cuestión de pocos años. El mayor control fronterizo no ha hecho desaparecer el drama de los refugiados en el Mediterráneo. Este mar interior se ha convertido en la frontera más letal del globo, y solo entre enero y mayo del 2019 el número de migrantes ahogados en sus aguas pasaba de 500[2].
Del otro lado del Atlántico, lo que parecía una amenaza de ruptura del diálogo global existente sobre los temas migratorios se ha convertido, con el gobierno populista conservador de Donald Trump, en una realidad que afecta a todos los hemisferios. Aquellas amenazas de su campaña parecían difíciles de creer, pero efectivamente el presidente de Estados Unidos se ha enfrentado a todo el establishment político de su país en su esfuerzo por construir un muro para impedir físicamente la migración desde Centroamérica y México. En este clima de rechazo generado por el poder ejecutivo, la respuesta de los guardias fronterizos a las «caravanas» de migrantes a pie caminando desde América Central hasta la frontera ha llegado a situaciones inimaginables, como la separación de niños de sus madres y padres, apresados y puestos en jaulas tras entrar en el país. Este presidente puso al revés la mitología de origen estadounidense que nos habla de un país construido por inmigrantes de todo el mundo, consolidados en un productivo crisol de razas, y esta inversión de los discursos fundadores se ha apoyado en «noticias falsas» y mentiras con impacto emotivo para dar forma a la opinión pública[3]. El muro de Trump es también una operación de comunicación, y en su discurso son más las condenas, bloqueos y muros metafóricos que los que podría ser capaz de llevar a cabo. Pero esta agitación discursiva populista de la que Trump ha sido uno de los voceros globales es un signo de los tiempos que no puede desdeñarse. Así como la imagen fundadora de este país supone, por el contrario, un portal abierto y no un muro, Estados Unidos es una prueba viviente de que la migración funciona como un fenómeno productivo y enriquecedor en términos económicos, sociales y culturales. Pero sus hermosos ideales liberales de apertura, convivencia e integración enaltecedora de las diferencias han sido vendidos a la baja, y sustituidos por estafas comunicacionales, que, de manera preocupante, son aceptadas por muchos. Este mismo proceso de construcción de una falsa conciencia, sustituyendo los ideales de la verdad por lo que se ha llamado la «post verdad», y los hechos por una realidad «post factual», le ha funcionado con éxito a los populistas italianos, polacos, austríacos y finlandeses, y a los promotores de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que han sumado adeptos a sus mensajes y han logrado éxitos políticos. La reacción a este último proceso, tanto de la sociedad como del establishment político, han develado que los argumentos que llevaron al referéndum por parte de los propulsores del Brexit eran falsos, cosa que incluso algunos de sus líderes reconocieron casi de inmediato[4]. Por una parte, la discusión parlamentaria y la creciente oposición social al proceso de salida pusieron sobre la mesa todos estos argumentos engañosos. Pero, por otra parte, en el proceso de negociación de un acuerdo consensuado entre las facciones políticas se blindó el estatus legal de los europeos residentes en el Reino Unido, con lo cual, incluso al concretarse la salida, su promesa fundamental de «mantener a Gran Bretaña británica», se ha hecho imposible de cumplir[5].
Así como ocurren estas cosas en Europa y Estados Unidos, en Sudamérica ha tenido lugar uno de los fenómenos de migración masiva más dramáticos de la historia del continente. Se trata del éxodo de millones de venezolanos[6] que huyen de una crisis económica, sanitaria y alimentaria nunca vista en este país y en la región. La mayoría de estos han salido caminando de Venezuela por la frontera occidental hacia Colombia, y otros por la frontera sur hacia Brasil, alcanzando sitios tan lejanos como Perú, Ecuador, y finamente Argentina y Chile, y muchos de ellos han obtenido estatus de refugiados. Las reacciones a este fenómeno migratorio van desde solidaridades conmovedoras de los locales hasta variadas reacciones xenófobas, y mientras los gobiernos han sido mayoritariamente receptivos, algunos también han variado sus posturas hacia otras más restrictivas. El gobierno de Argentina, país que también se construyó con un aporte migratorio inmenso, simplificó los trámites para la documentación y reconocimiento de los títulos educativos de los que llegan de Venezuela. El gobierno de Ecuador recibió de brazos abiertos a los refugiados venezolanos desde el comienzo de la crisis, pero luego comenzó a obstaculizar su llegada, solicitando documentos, como certificados de antecedentes penales, que los viajeros no podían proporcionar por las dificultades para obtenerlos en el lugar de origen (sin ir más lejos, obtener un pasaporte puede ser una tarea titánica en Venezuela). Dados sus grandes números y su llegada en períodos cortos de tiempo, se han producido dificultades en la acogida de los refugiados, especialmente en Colombia, Brasil y Ecuador. Pero, aunque las situaciones locales son variables, la inserción de estos recién llegados en sus destinos