Migrantes. Roger Norum

Migrantes - Roger  Norum


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fortaleciéndose a lo largo de innumerables y prolongados viajes a distintos destinos.

      Recorrer la historia de estos desarrollos civilizatorios humanos encauzados en grandes migraciones es fascinante, y revisar las oleadas migratorias a lo largo de la historia desde la antigüedad puede resultar muy ilustrativo para entender el presente.

      La migración tal como es entendida hoy es una práctica que ha estado entre nosotros desde el siglo XVI, y se afianzó con la revolución industrial y la sociedad de consumo. Las empresas coloniales e imperiales y el crecimiento del Estado nación contribuyeron a darle forma a las estructuras que sostuvieron el desarrollo, apoyándose durante largo tiempo en la migración forzada. Esto hizo posible el movimiento mercantil y militar entre posesiones coloniales en la edad moderna, y luego en la edad contemporánea. La era de la industrialización (1850-1950) y la llamada «edad de la migración en masa» (1850-1914) estuvieron inexorablemente vinculadas entre sí: la revolución industrial provocó la aparición de nuevas trayectorias migratorias, y millones de personas que continuaron migrando apoyaron la industrialización prolongada. El surgimiento de la era industrial durante la segunda mitad el siglo XIX revolucionó la vida y los patrones de trabajo para millones de personas a lo largo de Europa y Norteamérica. La influencia disruptiva de las fábricas, los ferrocarriles y las economías de escala cambiaron tanto la naturaleza de la oportunidad como el lugar donde esta podría surgir. Millones de personas fueron desarraigadas de sus formas de vida tradicionales y sus hogares, y se pusieron en marcha por diferentes caminos en la búsqueda de mejores oportunidades, o para escapar a una vida que se había vuelto intolerable.

      Durante las últimas décadas, la migración se ha expandido enormemente en términos de distancia debido al crecimiento de los flujos de trabajo transfronterizos globales, así como a los conflictos y la violencia internacional y doméstica, y al desplazamiento de personas a consecuencia de estas[9]. Sin embargo, un aspecto interesante que surge al poner en perspectiva histórica la migración es que con frecuencia ha habido contramigraciones (no solo de personas sino también de cosas, ideas, dinero) en direcciones opuestas. Por ejemplo, las nuevas trayectorias establecidas durante la época colonial determinaron un flujo de movilidad en varias direcciones. El colonialismo europeo movilizó al otro lado del océano a más de 60 millones de europeos, que emigraron como personal administrativo o militar; muchos exploradores y viajeros se aventuraron a lo largo y ancho del globo por períodos cortos o largos, transportando de regreso conocimientos, experiencias y mapas; mercaderes y comerciantes llevaron bienes, capital y prácticas de comercio de los centros de poder colonial a los rincones más recónditos de los imperios. En la dirección opuesta, millones de asiáticos y africanos, así como un menor número de amerindios, viajaron a Europa inicialmente como esclavos y luego como trabajadores contratados y soldados en los ejércitos europeos en distintas guerras; y trajeron consigo formas de vida y de pensamiento, así como prácticas religiosas, novedosas para los europeos. Más tarde, las olas de descolonización del último tercio del siglo XX animaron a millones de personas de las antiguas colonias a migrar a Europa[10].

      La movilidad humana en el presente ofrece un panorama mucho más diverso que en el pasado, y su motivación fundamental parece haberse independizado de la mera búsqueda de opciones de supervivencia colectivas. La migración tiene lugar a escalas diferentes y entre geografías muy distintas: entre continentes, entre regiones, entre países, entre ciudades, entre pueblos y ciudades, etc. Hoy, como antes, las personas se mueven para buscar trabajo y alternativas económicas; pero también para estudiar, cambiar de estilo de vida, perseguir sueños, encontrar parejas, para disfrutar de otros paisajes, comidas y culturas, porque distintos países requieren sus servicios profesionales, porque sus empleadores los destinan temporalmente a nuevas latitudes; o quizá incluso para hacer la vida un poco más interesante o feliz[11]. Otras motivaciones como escapar de la guerra o la persecución política o religiosa, se han mantenido constantes a lo largo de la historia. En los últimos años una de las formas dominantes de movimiento humano ha sido la que ocurre entre áreas rurales y urbanas de un mismo país, y no entre países. El abandono del campo por parte de gente que busca mejores oportunidades económicas y sociales ha cambiado el paisaje de muchas ciudades del mundo, y a su vez ha reconfigurado los espacios rurales.

      Diferentes tipos de migrantes encarnan estos diferentes tipos de migraciones. Unos llegan al destino elegido para pasar allí el resto de su vida; otros se quedan por un corto período de tiempo —un mes, un año— antes de volver a casa; hay quien elige ir y volver regularmente de un hogar a otro. Muchos nunca llegan a su destino, e incluso algunos pierden la vida trágicamente tratando de llegar al nuevo puerto. Es evidente que los humanos siempre nos hemos movido. Pero, si la movilidad humana no es nada nuevo, ¿por qué, y desde cuándo, se ha transformado en un «problema» dentro de muchas sociedades? Más adelante veremos que los así llamados «problemas de la migración» tienen poco que ver con la gente misma, y mucho más con los sistemas, estructuras y regímenes políticos de los que estas personas forman parte. Pero también responden a la ignorancia y la resistencia a aceptar a personas distintas, al temor a un deterioro económico y al miedo al cambio.

      Para mucha gente la migración es uno de los problemas más importantes de la sociedad contemporánea. Pero ¿por qué se ve como un problema? ¿Cuáles son realmente «problemas» inherentes a la migración, y cuáles pueden asociarse con otros factores externos? Nuestro mundo cambiante y cada vez más interconectado ha experimentado un incremento de la migración; y en su veloz esfera de comunicaciones se multiplican respuestas, diagnósticos, reacciones y condenas en un concierto desafinado. La inmigración de países pobres a países ricos sigue siendo todavía definida por muchas personas de orientación conservadora como algo «dañino y disfuncional» que debe ser rectificado con cambios de políticas y con un control restrictivo de las fronteras. Por su parte, para aquellos que tienen una actitud más liberal hacia la migración, las dificultades que la propulsan constituyen una razón para luchar por la erradicación de la violencia, la pobreza, la falta de educación o recursos, entre otras causas de raíz que llevan a la gente a abandonar sus hogares[12]. Estos dos bandos y campos de discurso, y también algunas posiciones intermedias, parecen sobrecargar a la migración y a los migrantes con responsabilidades que hacen difícil precisar sus contornos concretos y entender su verdadera textura humana. Han existido razones sociopolíticas muy específicas para oponer una «buena» migración a una «mala» migración. Como ha dicho el académico Stephen Castles, refiriéndose a los años anteriores a la crisis financiera del 2008: «Se consideraba valioso el reclutamiento internacional de personas altamente cualificadas, mientras que a los trabajadores de baja calificación se les veía fuera de lugar en las flamantes economías posindustriales. Los movimientos de los trabajadores muy capacitados eran celebrados como movilidad profesional, mientras que aquellos de los poco capacitados eran condenados como migración no deseada. La movilidad se asociaba con lo bueno, porque era la insignia de una sociedad moderna y abierta; la migración se hacía corresponder con lo malo porque hacía despertar recuerdos arcaicos de invasión y desplazamiento»[13].

      Sin duda, que se considere o no la migración como «problema» tiene mucho que ver con la propia perspectiva. Si uno es un sirio que no encuentra trabajo y además con temor a perder la vida en el conflicto armado, puede muy bien decidir dejar su país para asegurar su supervivencia y la de su familia buscando una mejor oportunidad en algún otro lugar. Por lo tanto, puede ver la migración como algo positivo, saludable y equitativo, que ofrece oportunidades a gente necesitada. Si, por otra parte, uno es un desempleado español y ve cómo los extranjeros llegan a su región buscando trabajo o una mejor vida, puede percibir la migración como amenazante, peligrosa, injusta o egoísta. Estos puntos de vista se producen en un contexto determinado por un conjunto de factores ajenos a los individuos implicados en la migración, sean estos migrantes o residentes de los lugares que los reciben: la disparidad de desarrollo y riqueza a lo largo y ancho del planeta; la crisis global de empleo; la segmentación del mercado laboral, las revoluciones en la comunicación y el transporte (y la brecha digital). La perspectiva vendrá determinada por la posición que cada cual adopte en su pedazo del mundo circunscrito por estas variables: empujado por sus crisis, detenido por ellas, a la espera de algo mejor, con nuevos horizontes o sin ellos. En este libro nos proponemos producir una apertura de esta perspectiva, valorar el punto de vista de los otros, recuperar la complejidad del tema y proponer una visión abarcadora


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