Bion en Buenos Aires. Wilfred Bion
pero la experiencia me ha llevado a pensar que es muy improbable que alguna vez tengamos un análisis en que nos veamos libres de contratransferencia. Lo importante es esto: se dice que uno puede hacer uso de la contratransferencia, pero creo que, desde el punto de vista técnico, se trata de una idea errónea, pues pienso que el término contratransferencia debería reservarse para la respuesta inconsciente. Por tales razones, creo que la supuesta conciencia que el analista tiene de que se trata de una contratransferencia carece en realidad de toda importancia, dado que nada puede hacerse al respecto en el curso de la sesión. Quizá se podría hacer algo en tal sentido en nuestro propio análisis; de no ser así, solo queda lamentarlo. Debemos seguir trabajando como analistas y tratar de lograr las curaciones que podamos, a pesar de tales conflictos. Uno confía en estar razonablemente libre de ellos, cualquiera sea el significado de este término. No tiene sentido preocuparse por la contratransferencia pues si se trata de un motivo inconsciente es una pena, ya que no hay nada que podamos hacer al respecto: uno no puede recurrir al propio analista en medio de una sesión con su propio paciente.
Por lo tanto, parto de la base de que no se trata tanto de una contratransferencia como de una transferencia, en el sentido de que mi irritación está justificada por motivos que calificaría de conscientes o que por lo menos deberían ser conscientes. De cualquier manera, los inconscientes carecen de importancia aquí. Esto no significa que no necesitemos más análisis; sería muy difícil hacer tal afirmación en ningún momento, pero lo cierto es que llega un momento en que uno debe dejar de analizarse, le guste o no. Y uno confía en haber llevado a cabo un tratamiento que será suficiente. Se debe adoptar el criterio de que, en psicoanálisis, hay una participación consciente, de que el análisis es una labor que se realiza conscientemente, como cualquier otro trabajo, y que como psicoanalistas tendemos inevitablemente a desarrollar prejuicios, como resultado de nuestra tarea. Existen todos los motivos para creer en la importancia del inconsciente, y por eso tendemos a olvidar que lo consciente es aún más importante, y lo es para el psicoanalista cuando está psicoanalizando.
Ahora quisiera retroceder un poco y examinar el problema de la libre asociación. Creo que, en términos generales, y en relación con el caso que describo aquí, ocurre que el paciente habla, asocia, uno espera que lo haga mediante oraciones bien construidas del lenguaje corriente, y por lo general eso es lo que sucede. Al mismo tiempo, uno recibe o confía en poder recibir toda una serie de impresiones. Creo que lo fundamental es la interpretación. En el momento en que se hace una interpretación, ésta tiene importancia porque es fundamental que el paciente sepa cuál es la interpretación. Pero en lo que se refiere al analista, la labor que le hace posible dar esa interpretación ha sido llevada a cabo en las semanas, los meses o los años precedentes.
Ahora bien, cuando le doy a este paciente una interpretación del tipo descripto, confío en que, además del aspecto de su comunicación que le he interpretado, he recogido también una serie de impresiones que no le he interpretado y que no podría interpretarle porque no sé qué significan. Pero sí espero que algún día evolucionarán, como suelo decir, esto es, espero que lleguen a una situación en que se vuelvan preconscientes, conscientes y que luego se las pueda formular. De modo que, en el momento a que me refiero, digo que es el futuro del pasado y es el presente de una interpretación futura.
En mi opinión, esto es solo un ejemplo típico de muchas experiencias que me llevaron a reflexionar cuidadosamente sobre qué es lo que uno interpreta. Existe el peligro de interpretar lo que el paciente dice, cosa que el paciente no tarda en percibir y entonces se dedica a decir cosas que son adecuadas para una interpretación.
Consideremos, por ejemplo, la ansiedad. Nadie, absolutamente nadie, abriga la menor duda acerca de su realidad. Como analista, tampoco tenemos duda alguna con respecto a qué significa la ansiedad, hay todo un vocabulario correspondiente a ella. Sin embargo, este conocimiento basado en el sentido común no tarda en perder todo vestigio de sentido común, aunque sigue teniendo sentido. No se trata de sentido común, pues la gente no ha pasado por la experiencia que sí tiene una persona con formación analítica. Quiero decir que frente a un auditorio analítico no hay dificultad alguna en hablar sobre la ansiedad, pues todos saben muy bien qué significa. Esto se extiende incluso más allá de los límites del análisis, aunque no tanto como quisiéramos creer. Lo que estamos aplicando es sentido común, y éste puede ser utilizado por otras personas que también tienen intuición, aun cuando ésta no se haya visto ampliada por un tratamiento psicoanalítico. Tanto es así, que un analista no tiene mayores dificultades para reconocer que un paciente aparentemente hostil o furioso en realidad experimenta ansiedad.
Pero no muchas personas legas, dotadas de escasa intuición, aceptarían esa afirmación, de modo que uno sobrepasa muy rápidamente los límites del sentido común psicoanalítico. Lo que quisiera destacar aquí, es con cuánta rapidez olvidamos que, de hecho, tenemos mucha más experiencia que los legos porque toda nuestra formación, y creo que toda nuestra práctica después de haber completado aquella, nos enseña cuán poco sabemos y eso tiende a interferir en forma negativa en nuestra labor analítica. De modo que conviene tener en cuenta que, a pesar de ello, algo sabemos, quizás no mucho pero sí algo.
Esto me lleva a lo siguiente: creo que deberíamos manejarnos con esta realidad, con respecto a la cual no necesitamos abrigar duda alguna, como la ansiedad, por ejemplo, que carece de una contraparte sensorial, carece de forma, carece de color y, en síntesis, no es accesible a los sentidos. Así, lo que es necesario desarrollar es lo que llamo intuición. Como analistas, nos vemos aquí en dificultades puesto que esta palabra se ha utilizado antes. No se puede inventar un lenguaje nuevo, y cuando uno usa el habitual y dice, por ejemplo, “intuición”, todos creen entender lo que queremos decir, pero no es así. Los psicoanalistas sí lo comprenden; tienen motivos para ello porque la utilizan a diario en su labor. Por lo tanto, aunque uso ese término, pienso que los analistas lo empleamos en un sentido especial, que se asemeja a la connotación que tiene para los legos.
Espero haber dejado bien aclarado que manejamos aquí, inconfundiblemente para nosotros, una realidad externa. Esto es, el analista enfrenta una realidad externa de un tipo muy particular. En mi opinión, es imposible negar que se trata de una realidad virtualmente imposible de comunicar a nadie que no sea el paciente. Este tiene una ventaja injusta, por así decirlo, puesto que se encuentra allí, y eso le permite entender cuando uno dice: “Usted se siente muy ansioso”. Quiera hacerlo o no, cuenta con la oportunidad de percibirlo. Pero cuando se los digo, por ejemplo a ustedes que están aquí, exceptuando el hecho de que son analistas, no hay motivo alguno por el cual deban aceptar que se trata de una afirmación correcta, porque las pruebas en que me baso para decirlo no están aquí. Las pruebas existían cuando le hice esa interpretación al paciente, y a eso se debe que las interpretaciones que son eficaces y a las que el paciente no se opondría son criticadas por nuestros colegas. Estos tienen motivos para ello, no se trata de mera malicia, sino simplemente de que la comunicación lateral es muy mala. Si el objeto está allí, uno puede señalarlo; si no está presente en el análisis, no es posible hacerlo.
Ahora bien, se sentirán sin duda aliviados al saber que he llegado por fin al comienzo de mi trabajo, y quisiera decir que me parece que es muy importante comprender que nuestras dificultades empiezan precisamente cuando se ha completado la formación analítica. Así me siento ahora y me temo que lo mismo les ocurrirá a ustedes. Pero no puedo presentar las cosas como si fueran más simples de lo que son, pues entonces estaría hablando de algo completamente distinto. Sin embargo, quiero comenzar con una traducción aproximada de un pasaje de una carta de Freud a Andrea Salomé. Lamento decir que no la tengo aquí, pero espero no introducir demasiadas distorsiones y, de cualquier manera, como alguien dijo en cierta ocasión refiriéndose a la filosofía, no estoy escribiendo la historia del psicoanálisis, sino simplemente aprovechando cualquier fragmento de experiencia para hablar sobre el psicoanálisis en esta oportunidad y practicar el psicoanálisis en otras ocasiones. Freud dice:
“No puedo percibir muchas cosas que usted puede ver porque no las entiendo, pero sí comprendo su valor. Ello se debe, en parte, a que, cuando estoy tratando un tema, en cuanto llego a algo que es muy oscuro tengo que cegarme artificialmente para lograr que un penetrante rayo de oscuridad ilumine el punto oscuro”.2
Creo que podrían considerarse otros aspectos de esta