La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo
la Inmersión en la Luz. Había seguido durante años las indicaciones de su maestro indio, probablemente de la tradición del shivaísmo de Cachemira, cuando un día paseando por Bombay sucedió. El pájaro de fuego voló como el águila, sin dejar rastro.
Desde ese punto adimensional, desde este espacio inespacial por el que nos sentimos solicitados de vez en cuando, como tú nos mostraste, gracias, Klein, por la pureza en la transmisión de la Enseñanza primordial.
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Con el trabajo integral de Blay y la experiencia advaita tan profunda de Klein nos sentíamos afortunados por tener cerca dos instructores de tal talla, por haber recibido enseñanzas tan luminosas y esenciales. Diríase que no hacía falta nada más. Tan sólo llevar a la práctica dichas enseñanzas. En ambos casos, no obstante, lo esencial parecía ser la lucidez, adoptar la actitud del testigo, despertar la conciencia más allá de los mecanismos psicológicos. La vida cotidiana era el campo de entrenamiento, el campo de juego y el campo de batalla. En ocasiones, uno salía de los cursos, sobre todo del de Klein, creyendo que se hallaba cerca de la Realización definitiva. Recuerdo una vez, caminando por las calles del lugar donde se había celebrado el curso con Klein, que sentía tal ligereza, tal felicidad, tal plenitud que uno estaba presto a aceptar la ilusión de que dicha experiencia cumbre se iba a mantener y permanecer para siempre. Ilusiones de principiante que la dureza de algunos aspectos de la vida se encarga pronto de desvelar. No obstante, en tanto que experiencias puntuales, no cabe duda de la significatividad y el alcance de éstas.
Mientras tanto, otra vertiente de mis inquietudes seguía igualmente activa: lo que he denominado antes “la dimensión esotérica de la espiritualidad”. Articularé este aspecto en torno a la tercera persona viviente que más me ha influido: Vicente Beltrán Anglada.
Recuerdo haberme comprado en la librería «Isadora» de Valencia sus dos primeros libros: Los misterios del yoga, y el que más me impactó y entusiasmó La Jerarquía, los Ángeles solares y la Humanidad.
Desde el descubrimiento de la teosofía y la obra de Blavatsky, Besant, Leadbeater, etc., la existencia de la Jerarquía espiritual del planeta, de la Gran Fraternidad Blanca, del Colegio Iniciático de sabios iluminados, había sido el “mito” fundamental de los que compartíamos el fervor esotérico. Parte de ello era la ilusión de ser un Iniciado (para los más pretenciosos o con una mejor autoimagen) o al menos un “discípulo,” es decir, alguien que se halla en contacto directo y consciente con alguno de los Maestros de la Jerarquía, con “su” Maestro, justamente. Y como mínimo, uno esperaba ser un discípulo de un grado u otro, secretamente supervisado por alguno de tales Maestros. Si la imagen de uno mismo no daba para más, o en los arrebatos de (falsa o genuina) humildad, uno se conformaba con ser un “aspirante” que al menos hubiese entrado, aunque fuese recientemente, en “el Sendero”. Si la Teosofía puso en órbita la idea de los Maestros y el Sendero, de las Iniciaciones y los grados iniciáticos –creando ya ciertos problemas al ser manipulada tal información por egos no suficientemente pulidos– la extensa obra de A. Bailey, el Tibetano presentó un esquema más claro y coherente, más profundo y detallado, más libre de apropiaciones y manipulaciones por parte de escuela y personajes más o menos esotéricos.
Simultáneamente, algunos de nosotros leíamos otras muchas cosas del esoterismo y husmeábamos en otros grupos: Gurdjieff y el cuarto camino, el viejo siloísmo, la gnosis tántrico-alquímica de Samael Aum Weor, los Rosacruces en alguna de sus versiones, la Antroposofía de Rudolf Steiner (otra de las presentaciones esotéricas que más respetables me han parecido siempre), la Orden y la Misión Rama, etc. Pero el hilo conductor y el sistema de creencias básico seguía siendo la obra de Bailey. El Maestro D.K. comenzó presentando su obra (resulta evidente en su dedicatoria a Blavatsky en Un tratado sobre Fuego cósmico) como continuación de la obra de Blavatsky. Prefiero hablar de un enfoque posteosófico que se reconoce deudor de la teosofía blavatskyana, pero sabe adoptar también un enfoque crítico con las deficiencias y sobre todo vulgarizaciones tergiversadoras de algunos círculos teosóficos.
En la obra de Bailey, comenzada con Iniciación humana y solar en 1919 y terminada justo a mitad de siglo con, entre otras, La Reaparición de Cristo o Los Rayos y las Iniciaciones –el último tomo de los cinco que componen el magno Tratado de los siete rayos–, asistimos a la profundización y clarificación más destacada del esquema teosófico. Constituye, a mi entender, la verdadera fundamentación esotérica de la filosofía de la Nueva Era. Recordemos que algunas de sus obras hacen referencia a dicho término desde su mismo título, así por ejemplo, El discipulado en la Nueva Era, o Educación en la Nueva Era. Quien no ha buceado en una obra de semejantes características difícilmente imagina su profundidad y alcance.
Volvamos a V. Beltrán, pues la realización del sueño (post)teosófico y el motivo del entusiasmo inicial venían producidos por la convincente confesión realizada por V. Beltrán acerca de su relación consciente con uno de los âshramas de la Jerarquía y con uno de sus Maestros. Efectivamente, en La Jerarquía, los Ángeles solares y la Humanidad, V. Beltrán contaba con suficientes detalles su ingreso en el âshrama al que pertenecía, su composición, su encuentro con el Maestro, algunas de las enseñanzas recibidas cuando por la noche su cuerpo descansaba y su ser interno, sin perder la conciencia, asistía a las reuniones del âshrama, y tantos otros datos esotéricos que estimulaban nuestra voraz curiosidad y nuestro sincero interés. Por otra parte, en Los misterios del yoga ofrecía una versión esotérica de los principales yogas del pasado, así como anunciaba el más adecuado al presente –desde el punto de vista jerárquico– y los yogas del futuro. Si el hatha yoga, el bhakti yoga y el raja yoga correspondían esencialmente a épocas pasadas, cuando el centro de la atención del desarrollo de la humanidad estaba respectivamente en el cuerpo físico, el cuerpo emocional y el cuerpo mental, la vanguardia de la humanidad actual, intentando trascender integrando la mente, estaba llamada a realizar un nuevo tipo de yoga, lo que V. Beltrán (aunque no sólo él, pues ya antes lo habían hecho, por ejemplo, Nicolás y Helena Roerich) comenzó a llamar “Agni Yoga”. En un futuro ya vendría el desarrollo del devi yoga. V. Beltrán habló cada vez más del agni yoga, así, después del primero de sus libros sobre Los misterios del yoga, publicó años más tarde su Introducción al agni yoga. En el agni yoga, las disciplinas y el esfuerzo cobran un nuevo sentido, no se desechan, pero no se pone el acento sobre ellos. Si hay una clave es la “observación atenta,” lo que Beltrán gustaba llamar la “serena expectación”. Empleando constantemente la ley de analogía, método esotérico de investigación o al menos de exposición, por excelencia, muestra cómo el agni yoga es el cuarto yoga fundamental, en correspondencia con el cuarto rayo (el rayo de armonía a través del conflicto) y con el cuarto chakra o centro de energía, anâhata, el centro del corazón, desde donde puede funcionar no la mente (tercero de los principios de la constitución humana), sino la intuición, desde donde es posible este yoga de síntesis que es el agni yoga.
Como dije, también Blay mostraba su admiración hacia los libros del Tibetano, aunque había terminado acuñando su propio lenguaje sencillo y directo, a diferencia de V. Beltrán, quien se hallaba terminológicamente más cerca del lenguaje empleado por el Tibetano. Pero no nos engañemos, tras la jerga esotérica y la aparentemente compleja estructura verbal desplegada por V. Beltrán en sus charlas y sus obras, latía una intuición muy afinada y una clarividencia bien entrenada, y sobre todo una experiencia esotérica de primera mano, no sólo en lo que respecta a los âshramas y al plan jerárquico, sino también, por ejemplo, al mundo de los devas o ángeles, tema al que dedicó una excelente trilogía, en la que, utilizando su propia clarividencia mental y sus contactos directos con varios tipos de devas o ángeles, nos ha expuesto detalles que son difíciles encontrar en otras obras. Tendremos ocasión de ver algo de esto más adelante.
Sin abandonar los temas típicos de esta “tradición esóterica” en la que se enmarca V. Beltrán y de la que tan cerca me he hallado siempre, por un motivo u otro, a través de unos autores u otros (Blay, Escuela Arcana, Beltrán, Meurois-Givaudan, Gualdi/Pastor, etc.), V. Beltrán ha hablado no sólo de la Jerarquía y su estructura, sino también de