Anti-Nietzsche. Jorge Polo Blanco
determinado y definido por una lucha sempiterna entre la «consideración teórica» y la «consideración trágica» del mundo. Sócrates, y todo lo que él representaba, logró una primera victoria de la «consciencia moral», que retumba hasta hoy. Todos los «instintos» del arte trágico fueron derrotados, reprimidos con dureza, y aquella Ilustración ateniense fue el aldabonazo inicial de un racionalismo que fue replicándose y ampliándose durante siglos20. La Ilustración moderna no es más que un eco tardío de aquella otra, acaecida en la Grecia clásica. Lo dionisíaco ha venido padeciendo, desde entonces, los gélidos rigores de esa apisonadora cultural denominada «socratismo». La «pulsión de verdad» se tornó omnipotente porque ya se presuponía que la razón humana podía conocerlo y dominarlo todo. Ciencia y técnica ocuparon la reluciente cúspide. El «hombre teórico», con su impecable optimismo cognoscitivo, se sintió poderoso. La totalidad de lo real era un lugar que, potencialmente, no guardaba secretos u oscuridades; la racionalidad humana podría iluminar todos los ángulos del ser. Los instintos artísticos quedaron, así, domesticados; el arte se tornó «lógico», apacible y pedagógico.
En La filosofía en la época trágica de los griegos, otro texto de juventud (1873), Nietzsche realiza una suerte de apología de los filósofos presocráticos o preplatónicos (ocupando Heráclito un lugar muy destacado), precisamente porque estos todavía eran capaces de realizar una captación intuitiva de lo sensible, aunando pensamiento y poesía; la ulterior hipertrofia intelectualista arruinó ese modo de estar en el mundo, de interpelarlo21. Esa es la huella de Sócrates, que ha perdurado durante siglos. Europa terminó siendo socrática hasta la médula, hasta la náusea. La vida instintiva, asfixiada por una racionalidad titánica y tiránica, palideció hasta límites insoportables. Bien es cierto que Thomas Mann encontró aquí una crucial —y justísima— objeción a su querido filósofo, preguntándose si acaso podíamos afirmar que la «vida instintiva» había quedado abrasivamente sojuzgada y aplastada por el poder omnipotente del frío intelecto. Mann negaba rotundamente esa premisa nietzscheana. ¿Dónde veía Nietzsche un mundo gobernado despóticamente por la razón? Muy al contrario, objetaba el literato alemán, la «débil llamita de la razón» apenas encontraba quien le prestara atención en este mundo violento y despiadado, atravesado todo él por pasiones egoístas, por relaciones de fuerza y por ansias de poder22. En cualquier caso, Nietzsche entendía que una cultura socrática es antiartística, antitrágica, antimítica, antipoética y antiestética. Y ya sabemos que ese socratismo, metálico y atroz intelectualismo, se moduló e intensificó —con la llegada del Crucificado— hasta condensarse en un moralismo antipasional, antisensual, antibelicoso, antibiológico y antivital. Solo el «espíritu alemán», pensaba el joven Nietzsche, era depositario de elementos o fibras capaces de oponer alguna «resistencia trágica» a ese discurrir arrollador de la civilización socrático-cristiana. Sin embargo, como acabamos de ver, también estas esperanzas fueron quedando truncadas. También el ser profundo de lo alemán sucumbió, finalmente.
No obstante, y a pesar de esa enorme decepción experimentada por Nietzsche, creemos apresurada la tesis de Deleuze cuando sostiene que a principios de la década de los setenta se había desprendido ya de sus últimos «fardos», en lo que al nacionalismo y al prusianismo se refiere23. Habrá que esperar, en todo caso, a su crisis existencial y filosófica de 1876, aquella lacerante ruptura con el universo wagneriano que, al mismo tiempo, propiciaría un creciente desencanto con los abismos ideológicos del germanismo y de la Kultur. Nietzsche, en esos momentos, dispara contra el antisemitismo y contra todas las puerilidades del nacionalismo24. El parágrafo 475 de Humano, demasiado humano será una muestra fehaciente de su alejamiento de esa enfermedad llamada «nacionalismo chauvinista»; en ese mismo pasaje, por cierto, ensalzará múltiples virtudes de la perseguida cultura judía25. Bien es verdad que, hasta ese momento, había mostrado un fuerte apego a las tendencias románticas que apelaban a una suerte de «ser alemán» (deutsche Wesen), concebido como un reservorio espiritual todavía no contaminado por la decadente «civilización». También es cierto, debemos puntualizar, que el nacionalismo del joven Nietzsche estaba más próximo a las formas de un cierto «nacionalismo cultural», al modo de Herder o Fichte, y no tanto a un nacionalismo explícitamente político (aunque, en realidad, estos «nacionalismos culturales» no dejarán de tener efectos políticos de largo aliento). Lo alemán, en esa perspectiva, apelaba más a una comunidad orgánica, lingüística y espiritual; a un «pathos del Norte» diferenciado de la sureña civilización latina.
Sin embargo, no podemos eliminar todo componente político de su visión de lo alemán, al menos en aquellos años «juveniles». Cuando da comienzo la guerra franco-alemana, el 19 de julio de 1870, el joven profesor de la Universidad de Basilea no duda en presentarse como voluntario al servicio del ejército alemán. El 8 de agosto escribía la siguiente petición, dirigida a una de las autoridades que habían de concederle el permiso pertinente:
En la situación actual de Alemania, no puede resultarle inesperada mi decisión de cumplir yo también mis deberes para con la patria. Con esta intención me dirijo a usted para pedir del ilustre Consejo de Educación, a través de su mediación, dispensa de trabajo para la última parte del semestre de verano. Mi decisión está ahora tan robustecida que sin vacilación alguna me puedo hacer útil como soldado o como enfermero. Nadie como una autoridad suiza en materia de educación puede encontrar tan natural y tan justo que yo deba echar el pequeño óbolo de mi aportación personal en las arcas de la patria, como ofrenda. Si recapacito en las obligaciones de las que soy responsable en Basilea, me resulta claro que, ante la tremenda llamada de Alemania a que cada uno cumpla con su obligación alemana, solo violentándome penosamente y sin auténtico provecho podría sujetarme a ellas.26
El 11 de agosto recibió la dispensa solicitada, si bien únicamente como enfermero, en consideración a la neutralidad suiza. Nietzsche, imbuido de ferviente patriotismo, salió el 12 de agosto rumbo al conflicto. Su voluntad de sacrificarse por Alemania era, en esos instantes, verdaderamente irresistible.
1 Sánchez, D., El itinerario intelectual de Nietzsche, Tecnos, Madrid, 2017, pp. 83-99.
2 Colli, G., Introducción a Nietzsche, Pre-Textos, Valencia, 2000, p. 211.
3 Idem.
4 De Santiago, L. E., Arte y poder. Aproximación a la estética de Nietzsche, Trotta, Madrid, 2004, p. 312.
5 Ibid., pp. 296-304.
6 Nietzsche, F., Schopenhauer como educador, Biblioteca Nueva, Madrid, 2009, pp. 105-122.
7 Nietzsche, F., Sabiduría para pasado mañana. Antología de fragmentos póstumos (1869-1889), Tecnos, Madrid, 2009, p. 354.
8 Fichte, J. G., Los caracteres de la edad contemporánea, Guillermo Escolar Editor, Madrid, 2019.
9 Fichte, J. G., Discursos a la nación alemana, Tecnos, Madrid, 2002.
10 Nietzsche, F., Fragmentos póstumos sobre política, Trotta, Madrid, 2004, pp. 102-103.
11 Nietzsche, F., Fragmentos póstumos (1869-1874). Volumen I, op. cit., pp. 150 y 167-168.
12 Nietzsche, F., Fragmentos póstumos sobre política, op. cit., p. 104.
13 Esteban, J. E., El joven Nietzsche.