Anti-Nietzsche. Jorge Polo Blanco

Anti-Nietzsche - Jorge Polo Blanco


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en su bondad a una escuela severa de todas las demás escuelas: en ella se exige mucho; se exige con rigor; se exige lo bueno e, incluso, lo extraordinario como cosa normal; la alabanza es rara, no hay indulgencia; la crítica se expresa de modo implacable […]. Tal escuela es necesaria en todos los aspectos; eso vale tanto para lo más corporal como para lo más espiritual; ¡sería funesto querer hacer aquí distinciones! La misma disciplina hace competente al militar y al docto, y, visto con más detalle, no hay ningún docto competente que no tenga en el cuerpo los instintos de un militar competente… […] ¿Qué se aprende en una escuela severa? A obedecer y a mandar.32

      Nietzsche sentenció en muchísimas ocasiones que no había lugar para la «dignidad de todos los hombres» u otros vanos sueños de igualdad política, pues la desigualdad natural entre estos colocaba a unos pocos en la cúspide y a todos los demás en el barro doliente del trabajo. Una ordenación sustentada en el dolor profundo y despiadado de la vida, si se quiere, pero inquebrantable de todos modos. Más tarde volveremos sobre las tesis de El Estado griego. Pero hagamos ahora un extraño ejercicio imaginativo y situémosle ante una escena histórica bien concreta: Hernán Cortés, junto a sus hombres, contemplando por primera vez las pirámides sacrificiales de Tenochtitlan, la bellísima ciudad sagrada del pueblo mexica. ¿Qué hubiese dicho ante semejante espectáculo? Podríamos suponer, a tenor de todo lo señalado, que a Nietzsche le entusiasmaría más un altar azteca que uno cristiano. Aquellas violentas y sanguinolentas escenografías, aquellos rituales antropófagos y aquellos holocaustos inmisericordes, habrían de contener más «virilidad», más descarnada «vitalidad» y más «espíritu trágico» que las aburridas, pusilánimes y parsimoniosas ceremonias católicas… Quizás hubiese de reconocer un cierto grado de «ardor guerrero» en los conquistadores españoles, pero ellos portaban —y he aquí el quid de la cuestión— una cosmovisión «enemiga de la vida». El paganismo azteca, sin embargo, se hallaría más próximo a esa inmisericorde animalidad que añoraba el joven Nietzsche.

      Debemos concluir, volviendo a la edad contemporánea, que un pensador de su talla no pudo permanecer al margen de la gran batalla, social y política, que atravesó su incandescente siglo.

      Al igual que Losurdo, queremos comprender a Nietzsche en las coordenadas de su propio tiempo sin convertirlo en una suerte de nazi decimonónico. El historiador y pensador italiano señalaba, con ironía, que fue contemporáneo del segundo Reich, no del tercero; y un Reich de diferencia no es poca cosa. De lo que se trata, en cambio, es de comprender que toda su obra se sitúa en el eje revolución-contrarrevolución, posicionándose abiertamente en las trincheras intelectuales de la segunda. La abominación de las ideas revolucionarias, y de su concomitante «plebeyización de la cultura», constituyó un motivo constante y determinante a lo largo de toda su obra. Su pensamiento, en diálogo directo con las grandes corrientes político-ideológicas de su tiempo, se construyó en dicha tensión. Debemos remarcar, en este punto, que entre «juventud» y «madurez» no hay cesuras o cortes epistemológicos, sino continuidades e incluso endurecimientos. Las intuiciones ético-políticas del joven Nietzsche jamás sufrieron transformaciones sustanciales; gravitó en torno a ellas una y otra vez, matizando algunos aspectos pero radicalizando otros. Y lo cierto es que no podemos comprender a Nietzsche sin entender que todas sus energías intelectivas, pasionales y vitales estuvieron volcadas en una permanente réplica a las ideas político-culturales revolucionarias. Republicanos, reformistas sociales, igualitaristas, demócratas, socialistas, sufragistas, anarquistas… contra todos ellos piensa y escribe. Y su lenguaje, desalmado y virulento en demasiadas ocasiones, no es metafórico; deben respetarse los contextos de significación de los términos por él empleados, ubicar su léxico y el contenido de sus ideas en los debates de su época. Porque cuando Nietzsche habla, por ejemplo, de la necesidad de erigir un orden social donde existan el trabajo servil y esclavo, no deben buscarse alegorías exculpatorias; lo dice en un sentido absolutamente literal, como veremos más adelante.


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