Anti-Nietzsche. Jorge Polo Blanco

Anti-Nietzsche - Jorge Polo Blanco


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más acuciantes de su inmediata contemporaneidad. Su crítica frontal al «socratismo», por ejemplo, se encuentra tamizada por la irrupción protagónica, portentosa y violenta de las clases populares europeas. Y es por ello que le presta mucha atención a la «oclocracia», que era el nombre despectivo utilizado por la aristocracia antigua para referirse al predominio, en la polis, del voto mayoritario de la muchedumbre y el vulgo. Por decirlo de manera breve: Nietzsche despreciaba los procesos «democratizadores» en la Atenas clásica porque también los despreciaba en la Europa del siglo XIX.

      Hay otro episodio histórico que retumbará en el espíritu del filósofo también en su juventud. En el verano de 1870, mientras redacta los primeros compases de su visión dionisíaca del mundo, estalla la guerra franco-prusiana (o, de manera amplia, franco-germana). Semejante acontecimiento será contemplado y valorado como una irrupción del «espíritu trágico», largamente sepultado por capas de molicie civilizatoria. Una voluntad terrible y elemental (la más elemental de todas) brotó desde los abismos profundos del ser; se trataba de una corriente telúrica que llevaba demasiado tiempo aletargada. Lo dionisíaco, comprendido como una superación del «principio de individuación», aparecía como una suerte de «disolución extática» en el mundo primigenio de la naturaleza; una quiebra de los principios ordenadores de la cultura que, de algún modo, nos retrotraía a una embriaguez horrendamente prelógica. La guerra era un momento de excepcionalidad radical, una fractura en la parsimonia de la sociedad burguesa, una grieta a través de la cual podíamos contactar con los abismos de aquel mundo primigenio. Porque en esa cosmovisión nietzscheana, que ya empezaba a perfilarse, el magma dionisíaco (como fondo último de la vida) se identificaba con aquel devenir heraclitiano en el cual la guerra figuraba como principio dinámico de todas las cosas. En Humano, demasiado humano, publicado en 1878, encontraremos esa misma visión; así, en el parágrafo 477 Nietzsche señalará que la guerra es «indispensable». Y cuidado, porque no solo se trata del reconocimiento de una suerte de fatalidad, algo así como una constatación de que las guerras siempre existirán, por mucho que bramen contra ellas los utópicos pacifistas. Lo anterior conllevaría una comprensión de que la guerra es un destino irrevocable, esto es, algo que, ineluctablemente, ocurrirá, nos guste o no. Pero no es solo eso. Nietzsche indica que las guerras son, además, indispensables; en ellas, o gracias a ellas, se vigoriza y viriliza la cultura. Una guerra puede servir de phármakon o remedio curativo —estimulante energético— para pueblos demasiado agotados.

      Es deseable que estallen terribles conflagraciones, porque:


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