LS6. Mario Crespo

LS6 - Mario Crespo


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el mundo durante siglos. Un poder difícil de controlar sin cometer excesos. Shakespeare, Churchill, Lennon, hay muchos nombres importantes en la historia del Reino Unido. Las máscaras de los laboristas y el pecho descubierto de los torys hacen que el país, mientras funcione económicamente, no entre en guerras ideológicas intestinas (con la salvedad del problema irlandés), como sucede en los países latinos. La tranquilidad que eso aporta lo convierte en un marco perfecto para desarrollar el Plan. Se trata del lugar ideal para el establecimiento del liberalismo económico. Y de cualquier liberalismo. Pero hay algo más que lo hace especial. Algo que lo convierte en un sitio con magnetismo, con atracción. No sé si seré capaz de explicarlo con palabras; es una suerte de energía que emana de la humedad, de esta atmósfera tan envolvente que te hace... pensar.

      Trasnochar con un vaso helado en la mano. Otro, por favor. Me imagino a la Thatcher excitada, atacada, pensando en que su idea ultraliberal estaba calando hondo en el mundo civilizado. Mojando los labios en Johnny Walker etiqueta negra. La regulación no funcionó. Se desprestigió el valor del dinero. Y nuestros ahorros. En París pagué seis euros por una cerveza pequeña. ¿Cuánto debería haber pagado por un BMW? Thatcher y Reagan dijeron que el estado no era la solución, sino el problema. Y dejaron que el mercado nos bajara los pantalones. La publicidad hizo el resto. Luego nos los bajamos nosotros mismos. Consiguieron mentalidades consumistas capaces de pagar un piso al triple de su precio. Veinticinco años después, los estados inyectaban dinero de los contribuyentes al sistema financiero. Y la Thatcher patas arriba, con la falda caída.

      La Revolución Industrial, el abandono de las colonias, la apertura de fronteras en Europa. Las oleadas migratorias han dependido siempre de la demanda de mano de obra barata. Pakistaníes, indios, caribeños, africanos, polacos. La cosmópolis del país me fascina. Esto sí que es vivir en el mundo. Una torre de babel sin escaleras. Sabía poco de Inglaterra antes de venir aquí. De Gales, Escocia e Irlanda aún no sé nada. Lo único que conocía de Leeds era su estadio de fútbol: Elland Road. El fútbol da cultura. Aterricé en Londres con la excusa de aprender inglés y meses más tarde decidí que Leeds era igual. Bueno, parecido, pero más barato. Una especie de sucursal de condado. La capital de Yorkshire, un orgullo para los oriundos. No es fácil entender su acento, ni conocer las palabras dialectales que usan, pero aquí me he sentido siempre como en casa.

      3

      Me aburren los polvos frívolos. Ya no sé trabajarme a una española. Me siento brusco, frío, seco, como un vikingo en un burdel. Me falta la pasión, me falta un orgasmo pronunciado, poner los ojos en blanco, alcanzar el todo. Después de ver la cara de troll de Amanda he decidido masturbarme más a menudo. Necesito jugar, entretenerme, divertirme, ruborizarme. Necesito creer que le gusto a alguien. Ya no me vale con saber que a las cinco podré liarme con la primera que tenga ganas, con la primera que se quite la camiseta en una discoteca, con la primera rubia mediocre que me invite a una copa en un pub.

      Con el pantalón caído y las zapatillas en la mano le digo adiós a Amanda. Al pronunciar su nombre siento un placer que ella no ha sabido darme. Bajo a trompicones las escaleras, giro hacia lo que parece el salón y salgo de la casa por la puerta trasera. Es la última línea de edificios de la zona. Detrás de unos árboles está la carretera. La calle no está asfaltada y piso varios charcos antes de alcanzar la vía, donde paro un taxi que pasa por allí en ese instante. Estoy en el distrito 6: en LS6, cerca del estadio de rugby y no lejos de mi casa.

      En León las cosas no iban mejor. Llegué a trabajar en el Parador. Autónomo. ¡Buf!, cuando se lo digo a mis compañeros no se lo creen. Uno de los pocos freelance de la zona noroeste. He estado en un mitin del PSOE, en una cena del Real Madrid, en la finca de Enrique Ponce, en la dehesa de Victorino, he cortado jamón para Fabio Capello, he metido el cuchillo delante de ministros, embajadores, alcaldes de capitales de provincia y hasta de Jaime de Marichalar. Un día le partí la cara a un tipo. Me cansó. Cuento hasta diez, respiro hondo y pienso en la playa, pero a veces no puedo contenerme. Me molesta mucho que se rían de mi profesión. Soy cortador: corto jamón.

      Como autónomo llegué a ganar mucho dinero, pero luego vinieron tiempos difíciles. Solo los fuertes sobreviven. Alguien me sugirió Inglaterra. Sí, hombre, es una experiencia y, además de aprender inglés, puedes ganar mucho dinero. Típico consejito que, unido a factores económicos y emocionales, hizo que desembarcara en esta isla. Desde entonces soy uno más. Extraño circular por la izquierda, el sol mediterráneo y los productos de la matanza, pero no me importa, ya estoy habituado al naranja oscuro de los ladrillos, a decir siempre gracias y a sonreír al interlocutor cuando mis ojos delatan que quiero matarlo. Aquí la democracia está muy consolidada y la convivencia es más fácil que en España. Todo es más fácil. La crisis es lo único que me inquieta. Hasta ahora no he tenido mucha suerte. Llevo cinco años en Inglaterra y aún no he podido blandir el jamonero.

      Durante el último año el consumo ha bajado en picado. En Leeds la gente no sale a cenar tanto como solía hacerlo. Sale a beber. Poco a poco se reducen gastos familiares. Un camarero ve todo; un camarero necesita usar la psicología, manejar a los clientes; un camarero puede hacer un análisis social de cualquier aspecto de la vida en función de los clientes que trate un sábado noche. Y en los últimos tiempos se veía venir un bajón del consumo, un descenso del porcentaje de ganancia de mi manager general, una reducción de horas semanales y, finalmente, un despido. Me han finiquitado.

      4

      El taxi me escupe en The Headrow, frente a la biblioteca. Me meto en un badulaque y compro un Lucozade y una chocolatina Lyon. En mis primeros meses en la isla aprendí que un desayuno tan barato me proporcionaba energías suficientes para buscar trabajo durante más de cuatro horas. Hace una semana que estoy desempleado y me aburro. Pero conseguir un empleo no va a ser fácil hasta que la economía repunte.

      Cruzo The Headrow, la avenida más importante del centro, y camino por Park Row a toda velocidad, intentando alejarme lo máximo posible de mi antiguo lugar de trabajo: no me apetece encontrarme con ningún compañero que me quite la costra, que haga sangrar la herida; todo el asunto del despido fue muy desagradable. Nada más girar hacia Bond Street, un negro de más de dos metros me agarra del brazo. Es tan negro que apenas puedo distinguir sus facciones, solo veo un brillo azul.

      —Carlos, ¡fodes!—exclamo.

      Se trata de un cocinero del restaurante, de mi exrestaurante. Vino de Angola con toda su familia. Un prodigio de la naturaleza que alberga un gran corazón. Todos sus miembros trabajan, pero, según Carlos, gastan demasiado en facturas. Carlos ya no puede hacer horas extras en la cocina y se pasa el día en la calle, buscando algún trabajito de media jornada.

      —Irmaõ, ¿tudo bem?

      —Sí, hermano, todo bien, ¿qué te cuentas?

      —¿Sabes que el General manager tiene una aventura con Nely, la colombiana?

      —¿Ah, sí?

      Nely, ¡joder! Me gustaría ser general manager, pienso para mí. Estoy en lo cierto, ya no sé trabajarme a las latinas...

      Le digo a Carlos que tengo mucha prisa y me voy corriendo, como si huyese de mi pasado más reciente. Me mira contrariado y sonríe.

      Bond Street es una de las calles peatonales del centro. Desconozco qué había en esta zona a mediados del siglo XX, pero a día de hoy es un enorme parque comercial abierto y cerrado. Una cuadrícula perfecta compuesta de paralelas anchas y perpendiculares estrechas, todas ellas peatonales, que hacen las funciones de centro comercial al aire libre. El laberíntico pasadizo del shopping centre, las famosas Arcadas (Arcades), sirven para comunicar unas calles con otras. Decenas de entradas y salidas que crean confusión. El centro de Leeds es un enorme parque comercial de perfil arquitectónico victoriano que no deja indiferente al visitante. Calles atestadas de gente que te golpea a cada paso, piernas que se mueven como autómatas, lentillas de colores, miradas en blanco y negro, tecnología, juguetes, ropa, deportes, bodas... Todo de todo. Los habitantes del área metropolitana, de Bradford, York y de todo Yorkshire vienen a comprar a este enclave comercial del corazón de Inglaterra.

      Albion es una de las vías más populosas de


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