El Precio de un Pueblo. Tom Wells

El Precio de un Pueblo - Tom Wells


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de este tipo en las paredes de los templos griegos de aquel entonces.

      Vemos, pues, que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la redención se entiende como “libertad mediante el pago de un precio”. Si usted hubiera vivido en Palestina en el siglo I, esto es lo que habría entendido al escuchar la palabra redención.

      Cuando estudiamos lo que enseña el Nuevo Testamento acerca de la muerte de Cristo, encontramos palabras relacionadas con la redención por todos lados. Hay varias familias de estas palabras. Y además encontramos otra cosa: la muerte de Cristo aparece como el precio que él pagó para hacernos suyos. Al unir estos dos conceptos (redención y precio) vemos que la expresión “libertad mediante el pago de un precio” resume bien el regalo que Cristo nos hizo al morir.

      Analicemos esto con más detenimiento.

      En Marcos 10:45 leemos: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” En este versículo el Señor Jesús hace hincapié en el precio de nuestra libertad, que es su muerte, la entrega de su vida. Al leer esto nos viene a la mente la frase del Antiguo Testamento: una vida por una vida. El Señor sirvió a Dios y al pueblo de Dios de muchas maneras, pero la más grande fue que dio su vida como precio por la salvación de su pueblo.

      Podemos ver el precio en conexión con nuestra redención en pasajes como Romanos 3:24-25: “siendo justificados [los hombres] gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre”. En éste, como en muchos otros textos del Nuevo Testamento, se usa la palabra “sangre” para referirse a la muerte sacrificial de Cristo. Esa muerte fue el precio de nuestra redención.

      Efesios 1:7 es otro ejemplo: “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados, según las riquezas de su gracia.” Hemos sido liberados mediante la sangre de Cristo; su muerte fue el sacrificio por el pecado.

      1 Pedro 1:18-19 explica claramente cuál fue el precio de nuestra redención:

      Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

      Los hombres suelen comprar lo que desean con plata y oro, pero hay un precio mayor, mucho más valioso: la muerte sangrienta de Jesucristo, por la cual fuimos redimidos y liberados.

      Todos estos ejemplos vienen de una de las familias de palabras griegas relacionadas con la redención. Los siguientes versículos usan palabras de otra familia, una que se usaba en el lenguaje común para comprar mercancía. Observe las formas de la palabra “comprar” en estos ejemplos.

      1 Corintios 6:19-20 nos recuerda: “¿O ignoráis (...) que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio.” Y en 7:22-23 Pablo amplía esta idea. “(...) asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres.” El Señor Jesús fue al mercado de esclavos de este mundo y compró al creyente para que fuera su esclavo. El precio no es mencionado en estos cuatro versículos, pero sabemos cuál fue: su muerte.

      En otros textos se usan estos términos relacionados con comprar o adquirir cuando se menciona claramente el precio pagado por Jesús.

      En Gálatas 3:13 Pablo escribe acerca de la redención usando una de estas palabras. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero).” Aquí el precio es ser colgado en un madero. Todo cristiano reconoce en este texto una referencia a la muerte del Señor en la cruz.

      Finalmente miremos el cántico dedicado al Cordero, nuestro Señor Jesús, en Apocalipsis 5:9:

      Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación.

      Nadie puede leer el Nuevo Testamento sin ver lo que enseña: Cristo ha redimido a su pueblo muriendo por ellos. Ellos disfrutan de libertad mediante el pago de un precio.

      Hasta ahora hemos hablado acerca de lo que es la redención. Es la libertad mediante el pago de un precio. La redención cristiana es la libertad que Cristo compró para su pueblo a través de su muerte. Pero ahora es el momento de responder a la pregunta: ¿libertad de qué? Si Cristo nos ha liberado, ¿de qué nos ha liberado?

      En el capítulo 1 enumeré una serie de fuerzas que mantienen al hombre en la esclavitud. Las cito de nuevo aquí:

      1. El hombre es esclavo del pecado.

      2. El hombre es esclavo de Satanás.

      3. El hombre está sujeto al castigo del sistema de justicia de Dios.

      La redención saca a los hombres del alcance de los poderes que lo sujetan.

      Miremos primero la esclavitud del pecado. ¿Qué es? ¿Y qué tiene que ver la muerte de Cristo con esto?

      En el Nuevo Testamento, el pecado es personificado como un rey o un amo que determina el curso de la vida del hombre que no está salvo. Los reyes de aquellos tiempos eran a menudo más poderosos que los reyes y reinas de hoy día. Hacían lo que querían, y en ese sentido eran como los que poseían esclavos.

      El pecado produce este efecto en un hombre natural. Éste cree que hace lo que le parece, pero en realidad sólo hace lo que el pecado le dice que haga. No nota la diferencia entre sus propios deseos y los deseos del pecado que habita en él porque está tan entregado al pecado que lo que complace al pecado le complace también a él. En teoría, sus deseos y los del pecado deberían poder distinguirse, pero en la práctica son lo mismo.

      ¿Le parece que exagero? ¿Está el hombre sin Cristo realmente esclavizado de esa forma? Pablo dice en Romanos: “Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia” (6:20). Una persona sólo puede serle fiel a un rey a la vez. El pecado, y no la justicia, era el rey. Pero los romanos no eran un caso raro: el pecado reina en todo hombre natural.

      Jesús enseñó lo mismo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Cuando existe conflicto entre dos “señores”, mostramos dónde está nuestra verdadera lealtad en nuestra manera de actuar. Si nuestro amo no es Dios, lo será otra cosa. En el caso de aquellos que no tienen a Cristo, su amo es el pecado.

      Puede que los hombres no admitan que existe esta esclavitud. Es más, puede que ni si quiera la reconozcan. Cuando el Señor le dijo a un grupo de sus oyentes que “la verdad os hará libres”, se ofendieron y respondieron: “Jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” ( Juan 8:32-33). Pero estaban equivocados. Eran esclavos del pecado, y Jesús decidió que necesitaban oírlo, así que eso es lo que les dijo, sin reparos.

      La redención rompe con esta esclavitud al pecado. Pablo dijo que Jesucristo “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). El nos compró. El precio fue él mismo. Esta libertad nos hace libres de la práctica del pecado. Cristo compró a su pueblo no para que volviera a ser esclavo del pecado, sino para que le sirviera a él, siendo posesión suya, un pueblo deseoso de hacer su voluntad.

      ¿Significa esto que el pueblo de Cristo nunca peca? No. Lo que significa es que el reinado del pecado ha cesado.

      Piense en el pecado como un rey que ha sido expulsado de su trono y ahora lleva a cabo una guerra de guerrillas. Ya no controla el territorio, pero puede atacarlo. De igual manera el pecado ya no controla el corazón del creyente, pero sigue allí, haciéndolo tropezar.

      En su lugar, la justicia es la que gobierna ahora su corazón y lo mantiene en pie. Su nuevo amo no le permite permanecer


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