Sueño de Medianoche. Valentina Villafaña
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SUEÑO DE MEDIANOCHE
Valentina Villafaña
Agradezco su enorme apoyo
a una persona en especial,
quien siempre estuvo dándome ánimo
y me incitó a terminarlo.
Muchas gracias, Celene, pues sin ti
esto aún sería un proyecto incompleto.
ÍNDICE
III. Entrenando a una princesa
V. Príncipe hoy, Princesa mañana
XVI. Cita
I. Preludio
Turingia, Alemania, 1996
Gritos, gritos por doquier inundaban las gruesas paredes de la gran mansión Von Einzbern, mortífera fortaleza construida cientos de años atrás con el único fin de servir a su creador como una jaula, una prisión para todo aquel que cayera en sus feroces garras, inmersa en medio del bosque, rodeada de imponentes árboles y montañas capaces de ahogar cualquier sonido proveniente del terrorífico lugar, mansión que Markus Von Einzbern heredó a su primogénito, Balthazar, hombre frío cual invierno nevado, amante de las guerras y todo acto de brutalidad en contra de aquellos que consideraba sus enemigos. Aquella gran mansión de tinieblas fue la cuna donde Emily Vallier, su esposa, dio a luz a quien sería su heredero y portador del linaje. No obstante, aquel sueño se vino abajo tras enterarse de que su heredero era una niña, una tan débil de apariencia, que la creyó incapaz de soportar el frío invierno. Balthazar, quien provenía de una larga línea de sucesores varones, se llenó de ira contra su mujer y la culpó por el género de su primogénito; Emily, sintiéndose culpable por el odio de su esposo, se sumió en una profunda depresión que la llevó a enfermar gravemente.
La niña tuvo por nombre Eizenach y, pese al odio que Balthazar había acumulado contra ella debido a su sexo, decidió darle su apellido como a todo un Von Einzbern. Sin embargo, poco fue el tiempo que estuvo su padre con ella ya que, cumplidos los seis años, Balthazar decidió dar término a su vida de la manera más valiente que podía morir un soldado y como capitán tomó frente en batalla, lo que le otorgó una muerte honrosa y digna de un hombre como él.
Emily, viuda y enferma, dejó a su pequeña hija al cuidado de siete mujeres para que se encargaran de darle las enseñanzas que una princesa debía tener, pues era una noble y debía aprender a comportarse como tal; después de todo, era una Von Einzbern. Aun así, pese a los esfuerzos de aquellas mujeres, la pequeña princesa mostraba ser tan caprichosa como una noble madura: exigía respeto y que se le obedeciera; tampoco obedecía las reglas impuestas por la más vieja de las mujeres que, aunque inspiraba terror en su alma, sus mandatos le eran completamente indiferentes.
Más tarde, a la edad de ocho años, mientras estaba en el comedor de la gran mansión en compañía de dos de sus tutoras, unos golpes en su puerta la hicieron salir a investigar. Al abrir, se encontró con una joven de unos diecisiete o dieciocho años, que estaba de pie frente a ella y totalmente mojada.
―Permita me que quede aquí por esta noche ―dijo dirigiéndose a Eizenach.
―Esto no es una posada, es mejor que se retire ―dijo una de las tutoras, la otra asintió.
No obstante, la muchacha tenía la vista fija en Eizenach. La pequeña hizo callar a sus tutoras y, con un gesto, la invitó a pasar. La misteriosa mujer caminó hasta el salón observando todo con mucha cautela; por su parte, la princesa ordenó a sus acompañantes que se retiraran, de manera que quedó sola con su extraña invitada y aunque daba por hecho de que esta la conocía, decidió presentarse. Algo extrañada, la joven hizo lo mismo, de este modo Eizenach supo que su nombre era Alexia Harvenhaint. Eizenach le hizo muchas preguntas, unas más tontas que otras, pero aun así Alexia le respondía con mucho entusiasmo. Pasaron conversando un rato hasta que Alexia se dio cuenta del aspecto cansado de su anfitriona, claro, era pasada la media noche y tenía apenas ocho años. A pesar de mostrarse expectante y demostrar su hiperactividad, estaba cansada. Siguió haciéndole preguntas hasta que el sueño fue más poderoso que sus ganas de continuar despierta y se durmió frente a su invitada.
Alexia la miró interesada; aquella niña de ocho años la había dejado pasar a su mansión, pese a la opinión de las mayores encargadas sin la necesidad de emplear algún tipo de manipulación sobre ella, lo que la hacía sentir más interés por la pequeña.
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