Sueño de Medianoche. Valentina Villafaña
y ese fue motivo suficiente para que lo matara, lo que ahora parecía una broma de mal gusto viendo su actual situación.
—¿Qué esperas? —insistió la joven.
Alexia solo la miraba, observaba la hermosura de Eizenach imaginando lo increíblemente aún más hermosa que se volvería tras convertirla, pero no dejaba de pensar en cómo lo haría ni en cómo debería tratarla.
—Alexia, ¿qué sucede?
—Nada, es solo que… no estoy segura de cómo hacerlo contigo.
—¿A qué te refieres?
—La forma habitual de hacerlo es bajo algún tipo de circunstancias.
—¿Y cuáles serían esas circunstancias?
—He creado solo una progenie, a un hombre, y terminé matándolo al poco tiempo.
—¿Por qué?
—Cosas que pasan, supongo.
—¿Cómo lo transformaste a él?
—Lo seduje durante una fiesta. No fue muy inteligente de mi parte, a decir verdad, supongo que me sentía un poco sola en ese momento.
—¿Y qué tiene eso?
—Que no puedo tratarte de la misma forma, la situación no es la misma ni las circunstancias son siquiera similares… es completamente diferente.
Eizenach la miró interesada y, para sorpresa de Alexia, posó sus labios sobre su mejilla, rozándola con la punta de la nariz en una ligera caricia.
—Esto ayudará ¿no…? —susurró en tono provocativo.
Alexia saboreó el aroma de la chica y solo se dejó llevar. Pese al temperamento de la muchacha y su indomable forma de ser, terminó por desearla, después de todo, esa era su naturaleza: desear la belleza. Recorrió su cuello con una pasión cautelosa, ser mordido era algo muy significativo para el humano que iba a ser transformado y aquella experiencia dependía del vampiro que lo hiciera. Alexia no quería que la transición de Eizenach fuera dolorosa o recordada como un evento traumático, por lo que fue sumamente sutil en todos y cada uno de sus movimientos.
Eizenach sentía cierta extrañeza de estar en aquella situación con la que había sido tantos años su tutora, sin embargo, no le era molesto ni desagradable, después de todo, era Alexia. En tanto, la pelirroja había empezado a dejar de lado las caricias para comenzar a hincar sus colmillos en la tierna piel de la joven. Poco a poco sus dientes se fueron hundiendo en el cuello y cuando estuvo lo suficientemente dentro de su garganta comenzó a succionar, primero lento y luego con más euforia. El cuerpo de la joven se movía al compás de cada succión y dejó de hacerlo cuando ya casi no quedaba sangre en su cuerpo. Antes de que cayera inconsciente, Alexia retiró sus colmillos del cuello, se acercó a su boca para morder su labio inferior y en un extraño beso le proporcionó su propia vitae. Eizenach se estremeció por completo, sintió que volvía a la vida y una tremenda sensación de felicidad la envolvió. Sentía que su cuerpo le pertenecía por completo a Alexia y experimentó un placer similar al que le proporcionaría un amante, pero aquella sensación se desvaneció cuando un hambre descontrolada se apoderó de ella. Alexia extendió uno de sus brazos y le permitió beber de su sangre, sabía que eso le daría las fuerzas suficientes para resistir la transformación y saciar su apetito.
—Gracias —dijo la muchacha cuando se separaron y ya estaba satisfecha. Parecía volver a ser la misma de antes.
Alexia la miró con cierta melancolía, la joven había bebido sangre suficiente como para que se unieran en un vínculo casi obligatorio. Una culpa innecesaria la invadió y, en un movido impulso, la llevó a tomar una de las muñecas de Eizenach y clavar en ella sus colmillos. Cuando se separó de ella la sangre adornaba sus labios y la piel de su joven pupila volvía a regenerarse.
—¿Por qué hiciste eso? —Cuestionó repasando toda la información que Alexia había puesto a su alcance por años y, sin embargo, ni la transformación ni ese hecho eran parte de sus conocimientos previos.
—Para igualar un poco las cosas.
—¿Cómo así?
—Verás, beber del vampiro que te transforma te liga de forma obligatoria a este, aunque siempre va a depender de la cantidad de sangre que hayas bebido. Ahora, si sigues bebiendo la sangre del mismo vampiro, el vínculo se hace mucho más fuerte, es similar a lo que se experimenta al estar enamorado; es una de las cualidades de la sangre. También es la forma más usual y sencilla que tiene un creador de ejercer su autoridad y voluntad sobre su estirpe.
—¿Su qué?
—Su estirpe, su chiquillo, su creación. Su linaje, por así decirlo.
—Entiendo, como me alimenté de ti, ahora te pertenezco, ¿no es así?
—Algo así, por ello bebí de ti también, para igualar un poco la situación.
—¿Y eso en qué iguala la situación?
—En que ninguna puede ejercer su voluntad absoluta sobre la otra; es decir, si te pido algo podrías reusarte, yo no podría utilizar nuestro vínculo para obligarte. ¿Contenta?
—¡Sí!
—Como ya bien sabes, no podrás salir de día ni ingerir comida humana; de hacerlo gastarás energías extra y esta pérdida energética te provocará un dolor de cabeza terrible y muchos malestares, como cuando algo te cae mal.
—¡¿Qué?!
—¿Qué?
—¿Y el helado…?
—Es comida humana y, Eizenach… ya no eres humana, estás lejos de volver a serlo. Y, de todos modos, ¿qué edad se supone que tienes? ¿Doce?
Eizenach corrió a uno de los mini congeladores que había en el departamento, lo abrió, tomó un helado, rompió el envase y lo probó. Tras unos segundos, miró a Alexia con aire de desaprobación.
—¡Alexia, eso fue cruel! ¡Sí puedo comerlo y sabe tan rico como siempre!
La pelirroja la observó extrañada, seguramente después estaría muriéndose de dolor o algo parecido. Estaba pensando en eso cuando reparó en que Eizenach corría hacia la ventana y se asomaba peligrosamente.
—¡No hagas eso! —advirtió, preocupada.
—¿Hacer qué?
La muchacha estaba recibiendo directamente los rayos del sol sin sentir el menor dolor ni arder en llamas, como la gran mayoría de los vampiros.
—¿Tú…? ¿Qué es lo que eres? ¡Pudiste haber muerto! ¿Cómo es que no te pasó nada?
Alexia no podía salir de su asombro. Aquello era absurdo, los vampiros no salían de día y se quemaban con el sol, incluso para ella estar bajo los rayos directos del sol se volvía una lucha contra la muerte definitiva.
—¿Cómo que qué soy?
—¡Los vampiros no salen de día ni comen comida humana!
—¿Y qué hay con eso?
—¡Que lo estás haciendo!
—Pues… genial, ¿no? Si tú puedes aguantar los rayos del sol, supongo que yo también.
Alexia pensó durante unos minutos. Eizenach, más bien su forma vampírica, era como la de las profecías del libro de Nod, una mezcla entre vampiro y… abominaciones de aquella época muerta.
—Eizenach, ¿realmente no lo entiendes?
En el fondo lo entendía, pero no le importaba. Se dejó caer en el sofá con el helado en la mano.
—Está bien así.
—Pero... es algo que deja mucho para pensar, es decir…
—Es mejor, ¿no? —la interrumpió de repente, poniéndose de pie, dando un brinco sobre sí misma