Sueño de Medianoche. Valentina Villafaña

Sueño de Medianoche - Valentina Villafaña


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algo que pudiera hacer temblar a cualquier que se interpusiera en su camino. Alexia la había perfeccionado en el arte de la manipulación, no obstante, aquello no era suficiente, y en menos del tiempo que hubiera preferido, Eizenach descubrió por sí misma la resonancia que su alma tenía con las tinieblas. La oscuridad absoluta se podía someter a sus deseos, materializándose ante su voluntad. Aquello resultó no dejar en la mejor de las posiciones a Alexia, pero si la muchacha iba a hacer uso de su nuevo poder debía enseñarle, al menos, cómo mantenerlo bajo control antes de que acabara transformándola en un verdadero monstruo. Como había accedido a ayudarla con su ambición, además de entrenarla decidió darle un arma que fuera sencilla de utilizar por ella: una espada de esgrima, un arma no muy poderosa, pero fácil de portar y manipular.

      Faltaba poco para que se cumpliera el plazo impuesto por Alexia. No obstante, Eizenach continuaba con su vida “normal”; seguía trabajando de día grabando comerciales y discos, pero las cosas se habían puesto mucho más fáciles para ella. Debido a su nueva condición era más atractiva para los productores y aquello le proporcionaba tanta fama y dinero que a veces se le llenaba la cabeza de burbujas, pero Alexia de vez en cuando le recordaba quien era realmente y que si quería cumplir sus ambiciones debía poner su atención en ellas en lugar de jugar a ser una estrella. Por lo demás, para Eizenach el dinero nunca fue algo importante; había nacido como una noble, por ende, no sabía de pobreza y, aunque había dejado toda su fortuna en Alemania, nunca se vio en la necesidad de tocar ese dinero.

      Pero si había que preocuparse por algo, era por el gusto mal sano que la joven sentía por el chocolate y sus derivados, estos no solo la debilitaban, sino que obligaban a su organismo a necesitar un consumo más elevado de sangre. Y aunque Eizenach no tenía la sangre dentro de sus prioridades en su listado de sus alimentos favoritos, tuvo que consumirla por obligación. Alexia se encargó de que bebiera la sangre de algunos animales, pues se había negado rotundamente a ingerir sangre humana.

      —¡No lo haré!

      —¡¿Qué dijiste?!

      —Lee mis labios: ¡Yo-no-lo-haré!

      —Si no lo haces, morirás, ¡tienes que aprender a cazar!

      —¡No quiero hacerlo, puedo seguir alimentándome de animales pequeños!

      —¡Pero no es sano!

      —¡Sí lo es!

      —¡No es así!, ¡tú no sabes nada!

      —¡Pues no me importa!

      Eizenach, muy molesta, salió de la casa en plena noche y vagó durante horas. Mientras pasaba por un callejón oyó un ruido que la sobresaltó, algo en medio de la oscuridad se acercaba hacia ella, amenazante; se puso alerta para recibir lo peor cuando descubrió que la amenaza no era más que un pequeño gato blanco de ojos amarillos. De inmediato recordó la orden de Alexia sobre dejar de consumir la sangre de los animales y comenzar a beber vitae humana, pero movió la cabeza a ambos lados a modo de negación. Se agachó y tomó tiernamente al gatito entre sus brazos. Quería volver a casa, pero no sabía cómo disculparse con Alexia; le había gritado y se sentía mal por ello. Alexia era muy importante para ella y, aun así, le había gritado y la había dejado hablando sola.

      Continuó caminando con el gatito entre sus brazos hasta que sus pasos la llevaron de vuelta a su casa, su casa: un enorme y bello edificio ubicado en el centro, llamativo a los ojos de cualquiera, mas no para Eizenach. Un intenso sentimiento de soledad se apoderó de ella, sabía que, en realidad, si no fuera por su fama y dinero, nadie la ayudaría. Su carácter era indomable y eso hacía que las personas no se le acercaran de manera natural y espontánea. Sintió deseos de llorar, sin embargo, algo se lo impidió: no podía hacerlo. Su cuerpo ya no generaba lágrimas.

      ¿Era eso parte de ser vampiro, acaso? No lo sabía y se dejó consumir por la angustia que subía por su garganta hasta que, de pronto, algo más fuerte que ella le hizo derramar una lágrima y luego otra y otra. Sí, estaba llorando y sentía que su cuerpo se desvanecía entre lágrimas, tal vez por el hecho de no haber consumido sangre en varias semanas o aquellas lágrimas eran la poca sangre que aún quedaba en su cuerpo, no estaba segura. Caminó con pesadez hasta la puerta de su edificio y, aún con el gatito entre sus brazos, decidió entrar. El encargado, al verle en ese estado, llamó con urgencia a Alexia. La pelirroja se encontraba en el piso de arriba, todavía molesta; sin embargo, cuando oyó mencionar el nombre de Eizenach, todo aquel enojo se transformó en preocupación. En menos de un minuto se encontró frente al encargado, quien le hizo saber que había llamado a una ambulancia y ella, consciente del riesgo que eso podría significar, usó sus habilidades para intervenir la memoria del hombre logrando así que, finalmente, llevara a la joven al piso en que vivían y la dejar recostada en su cama. Alexia notó la presencia del felino que la acompañaba, pero no volcó su atención en él, sino en Eizenach. Preocupada, se mordió el labio hasta hacerlo sangrar y, de la misma forma en que la había transformado en un vampiro, volvió a besarla proporcionándole su propia vitae. Tras ello, poco a poco Eizenach fue reanimándose y recuperando sus fuerzas.

      —¿Te sientes mejor?

      —Eso creo —respondió la joven, sin mirarla a la cara; se sentía estúpida. Tras unos segundos de silencio susurró aquellas palabras tan ansiadas por su creadora—. Lo… lo siento.

      —Está bien, yo también lo siento. No puedo exigirte que hagas algo que no quieres, al menos, no de la forma prepotente en que lo hice.

      —Gracias.

      Alexia mordió el cuello de Eizenach y volvió a beber de ella.

      —Estamos igual.

      —Pero...

      —Está bien, solo nos unirá más. No te preocupes, no es como si te fuera a obligar de este modo.

      —Pero ahora será prácticamente un lazo similar al amor, ¿no es así?

      —Sí, pero ya te quiero, así que, en realidad, no cambia nada.

      —También te quiero.

      —Por eso mismo las cosas no deberían cambiar.

      —Si tú lo dices…

      De pronto, Eizenach recordó a su pequeño acompañante y dio un salto repentino, luego lo buscó con la mirada.

      —¡Mi gato!

      —¿Qué…? Ah, el gato.

      —Sí, mi gato, ¿dónde está?

      Se oyó un maullido desde la puerta de la habitación.

      —¡Ahí estás! Ven aquí, chiquito, cuchito, cuchito… —lo llamó.

      Alexia la miró, ¿se lo pensaba comer? Pero, aunque con Eizenach cualquier cosa podía ser posible, no empezaría una nueva discusión.

      —¿Te lo vas a comer o vas a conservarlo?

      —Me lo quedaré. Lo encontré en la calle, así que es mío.

      —Pero…

      —No me lo comeré, es mío ahora.

      —Si te lo quedas, te haces responsable tanto de su comida como de sus necesidades.

      —Claro que lo haré… o puedo simplemente pagarle a alguien.

      —Si le pagas a alguien para que lo cuide, mejor no lo adoptes.

      —Qué pesada…

      —En fin, ¿qué nombre le pondrás a tu gato… o gata?

      La cara de asombro de Eizenach dejaba claro que no tenía idea del sexo del animal, así que lo tomó para revisarlo y tras algunos segundos, dictaminó:

      —Es gata

      —¿Qué?

      —No es macho, a eso me refiero.

      La muchacha puso los ojos en blanco, odiaba cuando Alexia se portaba tan odiosa con cosas que ella consideraba tan estúpidamente simples. Sin embargo, ninguna quería empezar una nueva


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