Sueño de Medianoche. Valentina Villafaña

Sueño de Medianoche - Valentina Villafaña


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a caminar alrededor de Alexia, mientras hablaba y reía. Alexia hizo parar un taxi y ambas lo abordaron.

      —Buenas noches, señoritas.

      —Buenas noches —saludó la pelirroja.

      —¿Hacia dónde tengo el placer de llevarlas?

      —Al centro de la ciudad.

      —Como ordene.

      El conductor se limitó a hacer su trabajo. Eizenach, sentada junto a Alexia, reía, bromeaba o decía cosas incoherentes, y así continuó hasta llegar a destino.

      Alexia dio un poco de dinero al conductor y ambas descendieron. Caminó sigilosa examinando el terreno; sin embargo, sus intentos por ser precavida se volvían obsoletos con las acciones poco inteligentes de la menor: mientras ella avanzaba silenciosa, Eizenach iba cantando y riendo.

      —Recuérdame nunca contratarte para espiar —la reprendió.

      —Qué aburrido... ¿Ya llegamos?

      —Sí, pero primero hay que asegurarse de eliminar a los guardias.

      —¿Guardias?

      —Sí, debemos matarlos para poder llegar al príncipe.

      —Yo no quiero matarlos a ellos, solo al príncipe.

      —¿Y cómo piensas hacerlo si te detienen? ―Alexia miró por encima de ella, dispuesta a seguir con su plan; si pensaba ayudar con esa misión suicida y estúpida, sería mejor que lo hiciera bien desde el principio.

      —¡No me ignores!

      —No lo hago.

      Siguieron su camino hasta llegar a las puertas de un club nocturno.

      —Bien, aquí es.

      —¿Aquí está el príncipe?

      —Así es, por lo tanto, debes moverte con cautela.

      —De acuerdo.

      Ambas se integraron a la peculiar fiesta. Los humanos que estaban allí debían ser los recipientes, es decir, la comida del príncipe. Alexia se percató de la presencia de otros de la estirpe, por lo que su actitud pasó de ser cautelosa a llamativa, era más sospechoso tratar de pasar desapercibida que mezclarse con los demás. A su vez, Eizenach lo había comprendido y comenzó a platicar con algunos de los jóvenes que se acercaron a ella, claro, sin perder de vista a Alexia ni por un segundo. De pronto un hombre de unos veintiséis años, bastante atractivo, que vestía de manera elegante, se acercó a la joven. Al principio ella no le mostró interés, sin embargo, él insistía en acercársele, lo que le hizo perder la paciencia y levantar la voz; de inmediato todos los guardias que se encontraban en las puertas volcaron su atención hacia ella y Eizenach comprendió que se encontraba en presencia del príncipe. De manera educada, pero distante, lo rechazó. Tras ello, el hombre se alejó y dos sujetos vestidos de traje se acercaron a ella, también Alexia lo hizo.

      —Señorita, acompáñenos, por favor.

      —¿Perdón?

      —Vendrá con nosotros.

      —Caballeros, ¿se les perdió algo? —intervino Alexia rodeando con uno de sus brazos a Eizenach.

      Los hombres se miraron extrañados, pero haciendo gala de su tamaño dieron un paso adelante mirando a Alexia de forma despectiva.

      —Disculpe, pero estamos hablando con la señorita.

      —Y la señorita viene conmigo.

      Un tercer hombre se acercó a ellos, les susurró algo al oído a sus compañeros y estos pusieron sus ojos en las dos.

      —Señoritas, será mejor que nos acompañen.

      Alexia simuló no haber escuchado y mantuvo su postura de cliente conflictiva por unos minutos más.

      —¡Qué falta de educación la de ustedes! —exclamó Alexia.

      —No complique las cosas, ya escuchó lo que dijimos: será mejor que nos acompañen.

      —¡¿Complicarlas?! ¿Están insinuando que soy yo quien está dando problemas? No, exijo ver al dueño del lugar.

      Los hombres volvieron a mirarse, pero esta vez sonrieron.

      —Muy bien, haga lo que desee, el dueño del local se encuentra allí.

      Ambos señalaron una puerta no muy lejos, las chicas se dispusieron a caminar, los hombres continuaron observándolas. Alexia sonrió; su plan iba bien, solo faltaba que Eizenach lo captara.

      —¡Qué horror tener que ser tratadas de este modo… el dueño estará furioso con todo esto! —exclamó la pelirroja, en tono irónico. Eizenach lo notó de inmediato.

      —¿Nos quejaremos con el dueño por lo sucedido?

      —¡Así es!, no dejaré que nadie te trate así.

      Al llegar a la puerta señalada, un sujeto vestido de la misma manera que los otros las recibió. Abrió la puerta y las invitó a pasar; por lo visto, no tendrían ninguna dificultad para acercarse al príncipe. Alexia iba caminando tranquila, Eizenach, en cambio, estaba impaciente, deseaba que fuera suyo el cargo que él poseía. Continuaron así hasta llegar a lo que parecía una oficina. Cuando entraron vieron a un hombre sentado a un costado revisando unos papeles. Eizenach lo reconoció de inmediato.

      —¡Tú!

      —¡Vaya sorpresa! —exclamó el aludido, riendo.

      —¡¿Qué haces aquí?!

      —Soy el dueño de este lugar. Usted, ¿qué hace aquí?

      Alexia tomo la palabra:

      —Vinimos a quejarnos por la falta de educación de los guardias.

      —¿Usted es…?

      —Alexia Harvenhaint.

      —Interesante, interesante. Un placer, mi nombre es Bartholomeo Faunner. ¿En qué puedo ayudarlas?

      —Pues, nos debe una disculpa por la falta de educación de sus marionetas.

      El sujeto titubeó antes de contestar, la respuesta de Alexia lo había desconcertado.

      —¿Disculpe?

      —Así que habías elegido a Eizenach como tu cena, ¿no?

      —Usted es el príncipe, ¿no es así? —preguntó Eizenach.

      El sujeto miró a los hombres que se encontraban custodiando la puerta, sin embargo, Alexia ya se había apoderado de sus mentes y los hizo retroceder. Ante ello, se levantó del escritorio para acercarse a ella, pero la pelirroja lo frenó de un golpe. Eizenach, igual como lo hiciera con el vampiro que la había abordado en aquel callejón, utilizó sus poderes de materializar las sombras en tentáculos y envolvió al sujeto. Alexia extendió sus brazos y sus manos se convirtieron en garras, como las de un animal salvaje, estaba dispuesta a matarlo cuando vio que las sombras de la joven envolvían al tipo por completo para luego presionarlo hasta hacerlo estallar. Alexia miró a la muchacha, estaba manchada de sangre; la invadió la tristeza y se lamentó por haberla transformado, pero ya estaba hecho. Eizenach tendría que acostumbrarse a matar para sobrevivir.

      —¿Qué sucede? —preguntó Eizenach al ver en los ojos de Alexia un dejo de culpa.

      —No es nada... ¿Ya estás feliz?

      La chica pudo imaginar lo que pasaba por la mente de su creadora, después de todo, tenían un vínculo y las últimas semanas este se había fortalecido.

      —Si tanto te desagrada, no lo volveré a hacer.

      —No importa, está bien. Después de todo, eres un vampiro; tendrás que matar a otros en más de una ocasión... Después de un tiempo te acostumbras y ya no parecerá tan extraño.

      —Pero...

      —Fui yo


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