Sueño de Medianoche. Valentina Villafaña
—¿Me dirás lo que realmente es?
—No.
La mirada de la joven denotaba tristeza, pero Alexia no quiso seguir preguntando. Si Eizenach quería decírselo, se lo diría. No pensaba obligarla, además, nada podría ser tan grave.
—Iré a dar una vuelta.
—¿Qué? ¿Vas a salir de nuevo?
—Sí.
—Te acompaño, entonces.
—No, no es necesario. Quiero estar sola.
—Pero...
—Por favor…
El tono que la princesa caprichosa estaba usando era alarmante. No solía pedir las cosas, sus palabras más bien eran órdenes, no obstante, aquella petición parecía una súplica.
—¿Dónde irás?
—Cerca, no te preocupes.
—Está bien.
IV. Mi bestia
Cuando Eizenach abandonó la habitación, Alexia, preocupada, no quiso quedarse de brazos cruzados, así que la siguió desde lejos. Como era de esperarse, la chica se dedicó a vagar por las calles que parecían más peligrosas, al menos a los ojos de su creadora, añadiéndole a esto la hora y lo poco desapercibida que pasaba. Era casi imposible pedir que no llamara la atención de más de un ebrio o un delincuente.
—¡Hey, preciosura! ¿No crees que es peligroso caminar sola a estas horas? ¡Ja, ja, ja!, ¿por qué no vienes a divertirte conmigo? —rio de nuevo.
La joven ignoró por completo al sujeto y siguió caminando. Molesto por la actitud de Eizenach, el desconocido se acercó a ella y la tomó con violencia de uno de sus hombros.
—¡Escúchame! ¡Vendrás conmigo, mocosa!
Alexia se preparó para salir en su defensa, sin embargo, dejó sus intenciones a un lado cuando vio la aterradora mirada con la que Eizenach increpó al individuo.
—¿Cómo me llamaste? —preguntó, con aparente calma.
—¡Cállate, mocosa insolente!
El hombre le dio una bofetada. Ella no era así, nunca habría dejado que un desconocido le hablara y mucho menos hubiera permitido que la golpearan. La ira que Alexia sentía era mayor que su voluntad, deseaba matarlo, pero si Eizenach la veía y se daba cuenta de que la había estado siguiendo, no se lo perdonaría jamás.
—¡Escucha, perra! ¡Vendrás conmigo!
—Suéltame o juro que…
Pero no alcanzó a terminar lo que estaba diciendo; el sujeto la interrumpió con un grito desgarrador. Su cuerpo comenzó a cambiar de forma, soltó a la joven sin dejar de retroceder y retorcerse. Alexia no comprendía por qué estaba sucediendo aquello, estaba presenciando un arte horroroso que ella misma se había negado a utilizar en más de una ocasión: la manipulación de la carne, una habilidad macabra que jamás enseñaría a Eizenach. Los huesos del hombre comenzaron a romper la piel para salir de su cuerpo, su rostro empezó a transformarse y pronto quedó reducido a una masa nauseabunda de materia orgánica. Desde la oscuridad, una risa comenzó a acercarse hasta dejar ver a su dueño: un joven de no más de diecinueve años de aspecto refinado y poseedor de una belleza peculiar. Se acercó a Eizenach, se inclinó para tomar su mano derecha y depositó un beso sobre ella.
—Buenas noches, señorita.
—Buenas noches…
—Lo siento, dónde están mis modales. Mi nombre es Yagoslav Szantovich.
—Un gusto…
—No, no, no, el gusto es mío por estar frente a tanta hermosura.
—Eh, gracias… supongo.
—No hay de qué. Mas me sentiría honrado de saber el nombre de aquella hermosa joven que me ha robado el corazón.
—Eizenach Von Einzbern.
—¡Qué nombre más hermoso! ¿Alemán? Me atreveré a decir…
—Está en lo correcto, señor Szantovich.
—Por favor, no me llame Señor, tráteme de Yagoslav, o solo Yago.
El joven parecía educado, no presentaba mayor riesgo para Eizenach, pero la escena de hacía unos minutos no dejaba a Alexia bajar la guardia, pero se limitó a mirar. Sabía que aquello no era bueno, pero confiaba en Eizenach y, aun estando enojada, sabía que no iba a cometer alguna estupidez; mucho menos pasar por alto lo que había presenciado.
—Qué noche más hermosa para salir a caminar.
—Ciertamente.
—Mas su hermosura es opacada con tan bella señorita caminando bajo la luz de la luna.
—Gracias.
—Permita a esta alma inquieta acompañarla mientras camina.
—No…
—Por favor, yo insisto.
Eizenach sabía que no era buena idea tratarlo mal, pues algo le decía que estaba en presencia de alguien de la estirpe. La escena de hacía un rato solo pudo haberla causado él, lo que demostraba lo peligroso que era.
—Está bien, mira, agradezco los halagos y todo eso, pero lo que acaba de suceder no era necesario.
—Un caballero jamás debe pasar por alto esa clase de cosas.
—Gracias… en serio lo agradezco, pero prefiero caminar sola.
Esto último pareció molestar al joven.
—Hermosa señorita, caminar sola a estas horas es peligroso…
—Sé cuidarme sola, no es necesaria su escolta.
—¿Sabe cuidarse?
—Así es.
—Qué decepción.
—¿Qué cosa?
—Que tenga que hacerlo por las malas. Cazar es tan... aburrido, de este modo.
Eizenach estaba preparada para una situación así, de manera que vio la oportunidad de practicar sus recién adquiridas habilidades.
—Ok, te daré una oportunidad: puedes irte por las buenas o puedes hacerlo por las malas.
—Por favor, señorita, no me subestime, no tiene la menor idea de a lo que se enfrenta.
—Para nada, no sea usted quien me subestime.
—Señorita, ante su actitud me veo obligado a revelarle mi identidad; bueno, después de todo, no habrá más noches para usted.
—¡Ja, ja, ja, ja! Oye, es entretenido lo de la formalidad un rato, pero ya no me parece gracioso.
—Soy lo que, para ustedes los mortales, es un mito, un cuento de horror: soy un vampiro y es por eso que de esta noche no pasará, hermosa señorita. ―El joven soltó una carcajada y, alardeando de su poder, la miró interesado.
Alexia, en tanto, apretaba sus puños de ira al no poder hacer nada para matarlo. Por su parte, Eizenach había hecho un sondeo del perímetro, además, el vampiro ignoraba que ella lo era también, de manera que pacientemente ejerció su encanto sobre él hasta que lo hizo caer por completo bajo su efecto.
—Por lo visto, no seré yo quien muera el día de hoy.
—¡Por supuesto que no! Usted no debería hablar de muerte, mucho menos de la suya.
—¡Ja, ja, ja, ja, puede ser, puede ser… ¿Quieres caminar un rato?
Eizenach llevó a Yagoslav a un lugar un poco más