El culto a Juárez. Rebeca Villalobos Álvarez

El culto a Juárez - Rebeca Villalobos Álvarez


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Cuadriello, encausada por motivos similares, sintetiza con claridad meridiana:

      Tal como han llegado hasta nosotros, los héroes son construcciones de identidad colectiva, una simbolización acumulada por siglos, que se monta sobre la personalidad de un mito o sujeto histórico […] los héroes —especialmente los patrios— resultan necesarios como referentes de pertenencia, más bien agentes funcionales y fundacionales , para que tenga vigencia el discurso de las identidades nacionales o regionales de muchos países y lugares.10

      En la misma tesitura, mi interpretación de la figura de Juárez también comparte la idea de que el héroe constituye un “indicador personalizado de las llamadas ‘comunidades imaginadas’”, una expresión palpable de “las nociones colectivas de conciencia (patria o nación)” y, en última instancia, también un mecanismo que convalida “sistemas jurídicos y de gobierno”.11 Pienso, además, que mis propias reflexiones son en muchos sentidos una respuesta a la invitación (planteada por Cuadriello pero compartida por muchos otros) a estudiar la historia visual de nuestros héroes, que es, a su vez, la “de sus simbolizaciones y desplazamientos”.12 En un punto, sin embargo, mi propuesta abriga otras ambiciones pues, lejos de circunscribir el problema al ámbito de la oferta plástica, se propone trazar vínculos con otras formas de simbolizar y expresar la imagen del héroe. Digo esto porque, a raíz de su muerte, la figura del liberal oaxaqueño se materializó en diversas expresiones visuales y literarias con implicaciones retóricas y políticas distintas. Gracias a un muy amplio repertorio de manifestaciones, objetos y artículos de toda índole, Juárez mantuvo una presencia considerable en nuestra cultura política, visual e histórica. A lo largo de poco más de un siglo, se evocó en la poesía y la literatura; se explicó en la historiografía; se simbolizó en la escultura y el retrato; se masificó en las postales y los billetes; se transformó en el cine; se deificó en la propaganda y el elogio fúnebre.

      Ante un escenario tan concurrido, juzgué no sólo útil sino apremiante ofrecer un panorama general de ese proceso de configuración simbólica, considerando sus distintos ritmos al igual que sus transformaciones. He querido, pues, explicar la historia del héroe (que no del individuo) mediante la identificación de sus atributos más representativos y el análisis puntual de algunas de las estrategias que hicieron posible la difusión de su imagen. Saber en qué consiste la genealogía de ese peculiar personaje, cuáles han sido sus transformaciones más notables y cuáles las más significativas implicaciones de esos cambios, son las pulsiones que me han animado a emprender un estudio que, como antes señalaba, surge de la curiosidad por entender la trascendencia de Juárez en el plano de las virtudes cívicas, las disputas ideológicas y los imaginarios políticos. Junto con otros, estoy convencida de que la imagen del héroe, y no sólo la del hombre de carne y hueso, ha hecho posible la construcción de identidades colectivas gracias a un selectivo ejercicio de la memoria histórica que debe analizarse, criticarse y acaso también cuestionarse. Aun si la imagen granítica y perenne del Benemérito resulta, en apariencia al menos, natural e inmediata a nuestra cultura política, lo cierto es que el estudio ponderado de sus manifestaciones a lo largo del tiempo la revela compleja, diversa y en la práctica teñida de sensibles contradicciones. Como bien se afirma, “en vida de Juárez, su imagen no siempre fue venerada” y, tras su muerte, la reivindicación de su legado ha operado en función de distintos intereses, no siempre exentos de controversia.13 Preguntarse sobre la construcción de esa imagen involucra una ardua tarea no sólo por la ingente cantidad de expresiones que han dado testimonio del fenómeno, sino también porque supone cuestionar la naturaleza y la vigencia misma de ideas que por lo regular asumimos acríticamente. Pienso, por ejemplo, en el patriotismo, la libertad, la soberanía, la legalidad, la justicia y la equidad que, más que conceptos definidos o realidades dadas, constituyen principios que el discurso heroico hace tangibles y vuelve ejemplares. El culto al héroe es un poderoso dispositivo de simbolización y difusión de principios a todas luces relevantes en la convivencia social y la praxis política. Y gran parte de su eficacia, es preciso mencionarlo, proviene de su capacidad para reducir la complejidad de la vida política en virtud de un repertorio de máximas y un acotado panteón cívico que desdibuja las particularidades de sus condiciones de producción. Al seguir de cerca y con mirada crítica este fenómeno, es posible recuperar la dimensión histórica del discurso heroico y su problemática intrínseca, lo cual nos obliga a reconocer que, cuando el político en turno, el opositor, el militante, el ciudadano o incluso el académico reivindica o cuestiona la figura del héroe, entra en juego no sólo la memoria en torno a un legado ideológico, sino también la manera de enfrentar un statu quo y las expectativas a futuro, ya sean éstas de cambio o de permanencia.

      Hay una gran cantidad de estudios que analizan la variada gama de atributos comúnmente asociados con el Benemérito y su conexión con intereses sociales y políticos de diversa índole. Sin embargo, una revisión más o menos detallada de dichas propuestas acusa la ausencia de un estudio más integral sobre las distintas imágenes producidas por el culto juarista y su conexión con los principios en que entendemos (o presuponemos) que deben fincarse las reglas de la convivencia política.14 En aras de construir una explicación amplia de este proceso, tomé en cuenta representaciones de la más diversa índole, que van desde la caricatura y la oratoria política hasta la pintura y el discurso escrito, ya sea histórico o de ficción. Mi interés principal, más allá de demostrar la manipulación de la figura de Juárez en virtud de intereses particulares (asunto que, por lo demás, considero ampliamente documentado), ha sido identificar la importancia de ciertas formas de comprensión estética en la articulación de idearios políticos que, precisamente por su capacidad evocativa, han encontrado una genuina recepción en ámbitos sociales más amplios. No niego que en una enorme cantidad de casos la producción artística, la oratoria política o los rituales cívicos se plantean y promueven en función de la conveniencia estrictamente partidaria, pero el objetivo principal de este trabajo, más que cuestionar ese pragmatismo, es analizar precisamente qué es lo que convierte todas esas formas de representación y conmemoración pública en los elementos idóneos para vincular los intereses de determinados grupos políticos y la realidad sociocultural que los rodea y supera en más de un sentido.

      El análisis que ofrezco aquí se concentra en los rasgos simbólicos que convierten las distintas concepciones de Juárez en poderosos elementos de cohesión social. Debido a que ciertas expresiones, como el discurso político o la historiografía académica, constituyen espacios de comunicación restringidos a grupos muy específicos desde el punto de vista social, es preciso recurrir a su relación con otras formas de representación para ampliar su dimensión y alcance. Si bien es cierto que la historiografía y la oratoria política muchas veces presentan un grado de análisis y racionalización que la representación artística puede omitir, hay muchos rasgos compartidos y, sobre todo, una suerte de codependencia por lo que se refiere a la construcción de la figura de Juárez. Esta última se ha constituido no sólo en un emblema político, sino en un verdadero símbolo cultural y esto se debe, en gran medida, a la implementación de estrategias que integran rasgos estéticos y argumentativos en una misma forma de representación.

      Convencida de que las múltiples representaciones del héroe hacen tangibles sentimientos, valores e ideas que se juzgan provechosos y legítimos, me propuse identificar la relación entre idearios políticos y sensibilidades estéticas, tarea que exigió valorar el potencial retórico de un amplio y heterogéneo universo de expresiones (monumentarias, poéticas, literarias, fotográficas, pictóricas, fílmicas, etcétera). Cuando hablo de potencial retórico, me refiero a la capacidad de todas estas representaciones para transformar conceptos en principio abstractos o ideales (la libertad, la soberanía o la legalidad) en atributos del héroe cuya fuerza persuasiva los torna aprehensibles y ejemplares.

      La reconstrucción del proceso que, a lo largo de todo un siglo, multiplicó y difundió la imagen de Benito Juárez ha sido para mí una tarea fascinante y a la vez desafiante, que me obligó a reconocer las contradicciones que involucra la configuración de su imagen granítica, más o menos estandarizada, en contextos muy diversos de acción política y de conformación de identidades colectivas. La ruta que elegí para identificar los sensibles cambios pero también la incontestable vigencia de este personaje en nuestra cultura política fue el análisis retórico de sus múltiples expresiones


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