Venus mujer: viaje a los orígenes. Marcelo Mario Miguel

Venus mujer: viaje a los orígenes - Marcelo Mario Miguel


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deudores.

      La condición de deudor agradecido de Marcelo Miguel deja –en este libro– señales de los constructores de un saber mítico y etnográfico como lo testimonian las notas de pie de página y su gentileza, la de una bibliografía consignada al final de una novela, que, no obstante ese final de relato, deja abierta la inquietud del ser por un saber siempre incesante.

      Celebremos, pues, el frescor de unas letras apasionantes, bajo la forma de VENUS MUJER: VIAJE A LOS ORÍGENES.

       María Isabel Saavedra Usandivaras,

      Chilecito, otoño de 2020

       INTRODUCCIÓN

       EL CHAMÁN Y SU CORAZÓN DE FUEGO

      Vengo de los albores de la humanidad, de un tiempo primordial. Me llaman /Kal, sonoro como un chasquido de la lengua con los dientes, mi nombre hace mención de “la mujer que ve más allá”, nunca supe qué significaba hasta ese día que cambiaría todo.

      Con el tiempo nuestro ámbito para vivir y cazar se hizo todavía más reducido, casi a la mínima expresión para poder sobrevivir. A pesar de que el territorio era enorme, el resto era habitado y ocupado por nómades salvajes, sin ningún tipo de organización ni creencias, sin conexión espiritual con la naturaleza, haciendo cualquier cosa para subsistir, incluso matar por cobijo o comida. Había escasez de alimento y abrigo. Algunas manadas cerca de los abrevaderos, algunos pocos grupos de animales que quedaban dispersos en nuestro pequeño dominio. Lo que nos aglutinaba a los distintos pueblos en el tiempo era esa capacidad innata para sobrevivir muy arraigada en la comunidad y la firme esperanza que transmitían los relatos llenos de sabiduría y espiritualidad. Pero esa es otra historia.

      Parecía que mi padre nunca hubiese existido, nadie lo nombraba, y yo no recordaba nada de él. Solo una vez de muy pequeña escuché que alguien explicaba a mi madre que él ya no estaba con nosotros, había pasado a otra dimensión de la naturaleza.

      A pesar de ello, no quitaba los ojos de Kui!, lo admiraba por su espíritu positivo y valiente, tenía el don de la alegría aun en los momentos difíciles y una capacidad de concentración e inmovilidad que lo mimetizaba con el entorno. Estaba atento y presto ante el peligro de la estampida, mantenía en línea su fuerte brazo con su lanza de punta de cuerno, con la vista fija en el venado seleccionado.

      Alguien del grupo, más alejado del resto, rompió una rama bajo su pisada, la manada vibró, olía el peligro y comenzó a correr con furia hacia mí. Espantada, atiné solo a cubrirme detrás del tocón de un viejo árbol quemado. Angustiada, me preguntaba: “¿Habría molestado a algún espíritu o roto algún tabú para semejante estampida?”.

      Aterrorizada, sentí los golpes de las astas y las cabezas de los venados contra el árbol, que corrían desesperados en tropel. Entre la nube de tierra, divisé a Kui! en el momento justo en que clavaba y empujaba su lanza con toda su fuerza en el vientre del animal elegido. Mis pensamientos, por un instante, me sumieron en el descuido. Sentí un fuerte golpe en la cabeza y al instante aparecieron nítidos los ojos negros de Umbwa que en ningún momento se separó de mí. Un gusto dulce a sangre me invadió la boca, fue lo último que recordaría. Caí suavemente como abrazada por la tierra.


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