Venus mujer: viaje a los orígenes. Marcelo Mario Miguel
hace 80.000 años. Al llegar a la atmósfera terrestre aminoró su caída dada sus características planas en sus dos lados mayores y posiblemente esto haya hecho que brincase sobre la superficie de la tierra semejando a una piedra plana o concha que “salta” sobre el agua varias veces; este fenómeno de rebote se denomina epostracismo (término acuñado por los griegos antiguos).
18 Al comienzo del período glacial Würm, hubo una erupción del supervolcán Toba de Sumatra, hace aproximadamente 74.000 años, que provocó la desaparición de numerosas especies y gran parte de los seres humanos. Esto originó un cambio climático, con aumento y retrocesos de los glaciares que provocaron diferentes migraciones y adaptación a las nuevas condiciones climáticas por parte de muchos seres vivos, incluido el ser humano. Nuestra especie por tal motivo estuvo al borde de la extinción, se considera que el grupo inicial de sobrevivientes (de los cuales descendemos los seres humanos actuales) estaba formado por entre 600 y 10.000 individuos, que partieron del sur de África para colonizar el mundo.
19 La Gorib es “el manchado uno”, es decir, el leopardo o guepardo (en lengua khoisánida) https://en.wikipedia.org/wiki/San_religion.
20 La n/um es considerada como la energía espiritual para los khoisánidas. http://www.ikuska.com/Africa/Etnologia/Pueblos/Koisan/
21 Litófonos o gongs de piedra que se encuentran en muchos lugares del Alto Karoo son de origen basáltico volcánico, producen un sonido agudo como el de una campana. Están ubicados en una meseta semidesértica ubicada al sur de África, muy cerca de expresiones de arte rupestre producido en petroglifos. En lengua khoisánida la palabra más cercana a estos gongs de piedra es /xam !gwarra, que significa: metal, cuchillo metálico, punta de flecha metálica o campana.
22 En muchos sitios prehistóricos, en especial de Europa, África y algunos lugares de América, los enterramientos se hacían en túmulos de piedra en el interior de las cuevas. El túmulo es un amontonamiento de tierra y piedras levantado sobre una o varias tumbas. Arqueológicamente considerados artefactos monumentales, que cumplirían un rol explícito de hacer trascender ideas o conceptos mediante la transformación del paisaje. En este esfuerzo de modificación y trascendencia las sociedades formativas sintetizaban una serie de conceptos manejados consciente o inconscientemente por sus miembros. (Bradley, 1993).
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Me topé con ellos. Con sus labios ardientes, penetré en sus miradas…
De improviso mi espíritu recorrió mi pasado, el pasado de todos nosotros, originarios del mismo pueblo, un pueblo que llamamos humanidad... Ahí comprendí por qué se habían unidos nuestros cuerpos, nuestros destinos, la Sabia Madre nos había hermanado, como mujeres, como hombres, como naturaleza…
—Venus Hiaro, 2020
En Sudamérica, en la convulsionada década de los setenta
VENUS: BAILANDO Y SOÑANDO CON LAS SOMBRAS
Era una noche como tantas otras noches. Me escondí tras el ropero, sentí a mi madre jadear y llorar. Otra vez la bestia atacaba… Me quedé callada, me volví muda por un tiempo. Esos recuerdos aún hoy laten, con dureza, en mi mente.
Soy Venus,23 y a pesar de ser una mujer de profundas raíces latinoamericanas, no reniego del nombre de tierras lejanas. Tampoco de mi figura, que no es del gusto y estándar occidentales, soy de una hechura muy terrenal, de generosas carnes, de estatura baja, mis caderas son anchas con un prominente trasero; mis pechos, según dicen, tienen una armonía asombrosa, son regordetes, pero firmes y de pezones grandes. Sumados mi piel morena y mis labios carnosos, yo creo que por lo menos llamo la atención a muchos hombres y… mujeres. Ah…, y una particularidad, tengo un mechón blanco24 que cae en cascada sobre una de mis cejas y baña de nieve mis pestañas. Como verán es difícil que pase desapercibida.
Esta es mi “historia”, la historia de Venus Hiaro y de mi familia del presente y del pasado.
Comencemos con mi abuela, la doña Atabey.25 Mujer respetada por todos por su fuerte carácter y su sentido de la justicia. Su autoridad heredada se remonta a mi bisabuela y a todas aquellas mujeres que se pierden allá lejos en el tiempo de viejas culturas arahuacas26 del Caribe y de vaya a saber de qué otros recónditos lugares. Ahora sé que este poder femenino tiene mucho que ver con las costumbres matriarcales de los ancestros de su pueblo, Gran Roque, en las islas del Caribe venezolano. Ella tenía por costumbre hablar en arahuaco, lengua originaria del Caribe y del norte de Sudamérica. Muchas veces nos comentaba con orgullo que el idioma castellano había pedido “prestadas” palabras que en la actualidad son de uso común como: batata, iguana, tiburón, hamaca, sábana, maíz, caníbal, cacique y muchas más, instaladas como banderas de justicia en el seno del colonialismo español.
Doña Atabey era muy sabia y profunda en sentires. La recuerdo como a una persona especial. Esa venezolana desbordaba de carisma y tenía sobre mí una atracción tan fuerte que no podía dejar de mirar sus movimientos, sus gestos y sus posturas. Teníamos algo en común, las marcas blancas en el cabello, en ella eran solo una traza de pelos blancos en una de sus cejas que acentuaban su gesto hidalgo permanente, acorde a su carácter y prestancia. Yo era solo una niña, pero sabía que nos unía algo más que pelos blancos, aún hoy siento su fuerte presencia junto a mí. Mi madre decía que tenía una personalidad muy especial con una profunda religiosidad y misticismo. Mucho de lo que sentía y presentía no lo contaba, era una viajera espiritual, con firmes valores, siempre detrás de alguna problemática social y ayudando a gente que tenía escasas oportunidades en la vida.
Mi querida abuela cargaba con una mochila de discursos cotidianos espirituales y principios progresistas que la hacían crecer como persona y mujer, y ser, por estos motivos, la referente de muchos y la ignorada por pocos. Cuando ella hablaba en público, la gente se reunía a su alrededor, escuchaba con atención las historias que contaba con su encanto y pasión narrativos. Entretejía relatos místicos, poéticos y misteriosos, provenientes de viejas vivencias y lejanas cosmogonías. Privilegiaba la comunicación diaria y la integración social en las comunidades marginales, donde, según ella, su palabra podía dejar huellas profundas.
Era placentero escucharla, pero debo admitir que a veces algunas historias, por su temática y por su pasión al contarlas, daban una sensación de miedo, en especial a los más pequeños. Uno de los relatos que más me perseguían en mis sueños cuando era niña era el del lobizón.27 Recuerdo a mi abuela dar detalles espeluznantes de su cuerpo peludo y negro, de sus ojos brillantes iluminados por la luna llena, de sus largos colmillos con pezuñas torcidas y puntiagudas. Ella contaba que, siendo niña, una noche la despertó un ruido de cadenas, saltó de la cama y se asomó por la tela de la ventana. Estaba muy oscuro, pero sentía el jadeo de algo o alguien. Observó con atención a algo que se parecía a un perro, pero estaba de pie en dos patas, un gruñido y un aliento nauseabundo la invadieron y el terror se apoderó de su alma; se deslizó por el piso de tierra con la suavidad que da el miedo de ser descubierta y se escondió debajo de un viejo ropero, disimulada detrás de una bolsa de ropa, sollozando toda la noche hasta perder el miedo al aparecer las primeras luces del alba. Contaba en tono misterioso que, en esas noches de luna llena, guardaba su carnadura y no asomaba ni un poquito su alma, fuera del rancho.
Esa era mi abuela con sus historias y sus vivencias. Le gustaba viajar, conocer gente y vivir sus costumbres como propias. Lo que ella no sabía era que uno de esos viajes la marcaría para siempre. Por asuntos políticos llegó hasta la Argentina, donde conocería a mi abuelo, un