Cuerpos en movimiento. Silvia Citro
una extensa experiencia de campo tanto allí como en Tonga y otras islas del Pacífico. Además de la influencia de la tradición de Boas, que daba centralidad al trabajo de campo y a las visiones nativas, Kaeppler se inspiró en la lingüística de Pike y la etnociencia que, con su énfasis en la perspectiva emic (de los propios actores) y los métodos de análisis componencial y contrastativo, predominaba en gran parte de la antropología norteamericana de esa época. Para esta autora, en la hasta entonces breve historia de la antropología de la danza, el interés principal se había colocado en la descripción y la comparación, pero no se habían llegado a elaborar análisis antropológicamente relevantes con esos datos. Por eso, a partir del enfoque etnocientífico, propone centrarse en conocer los movimientos que son significantes dentro de cada cultura y cómo éstos pueden ser combinados, siempre desde el punto de vista de los bailarines. Para ello, propone identificar los siguientes niveles: los “kinemas” o unidades más pequeñas de movimiento, su combinación en “morfokinemas” (portadores de significación dentro de cada sistema dancístico), el modo en que estos últimos forman “motivos o frases” y cómo éstos, ordenados cronológicamente, constituyen la “estructura” de cada danza (Kaeppler 1972).[32] A partir de este análisis, la autora plantea que es necesario examinar la danza como parte integral de la estructura social e incluso como una manifestación de lo que denomina su “estructura profunda” (Kaeppler 1978a). En un trabajo posterior (Kaeppler, 2001), aclara que estos contenidos estructurados de las danzas expresan significados y valores culturales, suelen ser objeto de elaborados sistemas estéticos y también son una manifestación visual de las relaciones sociales, cuestiones que también podrán apreciarse en el capítulo de la autora sobre la estética de la danza que aquí traducimos. En suma, tal vez uno de los principales aportes del método estructural de Kaeppler fue el de destacar la importancia de reconstruir las “teorías nativas” a partir de las cuales cada grupo sociocultural construye sus “sistemas de movimiento” y los significados y valores culturales que expresan, evitando el traslado de teorías occidentales propias del etnógrafo para comprender estas otras danzas.
En el caso de la inglesa Dridd Williams, se formó en antropología social en Oxford y, gracias al incentivo de Evans-Pritchard, decidió abocarse al campo de las danzas. Previamente, Williams había estudiado y sido performer de diferentes danzas, incluidas las de África Occidental que estudió en Nueva York entre 1956-1961 (Williams, 2004: 234-235). En su caso, las influencias lingüísticas refieren principalmente a Sassure y la antropología semántica de Cric y Ardener, así como a la gramática transformacional de Chomsky. Además, Williams retoma algunas de las críticas al dualismo cartesiano sostenidas por el “neorrealismo” de Harré, entendiendo los movimientos como “actos significativos” que provienen de agentes con la capacidad de expresarse tanto en modos discursivos como cinéticos (Farnell, 1999: 342). A partir de su tesis doctoral de 1975, Williams elabora un marco teórico-metodológico que denomina “semasiología”, con el cual intentó dar respuesta a las clásicas tensiones entre “universalismo” y “particularismo”. Propone entonces una serie de leyes y principios o reglas universales que, en un nivel estructural, serían comunes a todos los sistemas de movimiento, pues refieren, por ejemplo, al rango de movimientos que pueden hacer los seres humanos –según las posibilidades anatómicas y los constreñimientos estructurales del organismo–, o al espacio de acción en que el movimiento del agente toma lugar, el cual se definiría por la “estructura de dualismos interactuantes, esto es, arriba-abajo, derecha-izquierda, delante-atrás y adentro-afuera” (Williams, 1995: 49). Para ella, de este modo, sería posible emprender una comparación intercultural de diferentes sistemas de movimiento, a partir de aquellos “universales estructurales” que, en cada sistema, suelen tener “particularidades semánticas” (69). Un ejemplo que analiza es cómo un movimiento con orientación similar en el espacio, como es el de “reverencia”, tiene significaciones diferentes en distintos sistemas de movimiento: una misa católica, el tai chi y el ballet clásico, pues en sus respectivos contextos culturales el espacio, el cuerpo y el movimiento son conceptualizados de maneras disímiles. Cabe agregar que Williams efectuó una importante tarea docente, dirigiendo un programa sobre Antropología del Movimiento Humano, primero en la Universidad de Nueva York entre 1979 y 1984, y luego en la de Sydney, Australia, entre 1986 y 1990; desde 1980 dirige el Journal for the Anthropological Study of Human Movement.
Judith Lynne Hanna, formada en la Universidad de Columbia y especializada inicialmente en danzas de tradición africana, es otra de las antropólogas norteamericanas y también docente de danza, que en la década del 70 se inspiró en modelos comunicacionales. Esta autora propuso entender la danza como un tipo de “comunicación no verbal”, señalando que existen al menos seis modos de significación que pueden ser aplicados a la danza desde el punto de vista etic: como “representación concreta” del aspecto externo de una cosa, evento o condición, como “ícono” que representa sus propiedades o características formales, como “estilización” arbitraria de gestos o movimientos, como “metonimia”, “metáfora” o como “actualización” de un estatus o rol (Hanna, 1977: 224). Asimismo, en un enfoque cercano al funcionalismo de Parsons, propone analizar los modos en que las danzas se vinculan con la vida social, por ejemplo, afectando patrones culturales y contribuyendo a resolver tensiones, lograr ciertos objetivos, así como a la adaptación e integración. En trabajos posteriores, focalizó sus análisis en el rol de la recepción y en la conexión entre performer y audiencia (Hanna, 1983), siendo éste un aspecto poco destacado en los modelos anteriores,[33] en problemáticas de género y, más recientemente, en el rol de la danza en salud y educación (Hanna, 1999, 2006).
Para concluir esta sección, quisiera comentar los trabajos de Anya Peterson Royce, quien inicialmente desarrolló su carrera como bailarina, luego se formó en antropología en la Universidad de California (Berkeley), y hasta hoy se desempeña en la Universidad de Indiana. Si bien Royce también se interesó por los aspectos simbólicos, introdujo una perspectiva novedosa en los estudios sobre danzas de la década del 70, pues destacó sus aspectos sociopolíticos, como un poderoso símbolo identitario. A partir de su extensa experiencia etnográfica con los indígenas zapotecas de México, analizó los modos en que sus danzas operaban como indicadores de clases e identidades sociales. Su perspectiva se alineaba con lo que en aquella época se denominaban “investigaciones orientadas a problemas” basadas en el “análisis situacional” y el “drama social”, en el contexto de sociedades complejas caracterizadas por la inestabilidad, la falta de homogeneidad y los conflictos; por tanto, se focalizaba en los procesos y en aquellos eventos que intensificaban las conductas cotidianas (Royce, 1977: 27-28). Es importante agregar que Royce también efectuó una importante sistematización y análisis de las teorías existentes hasta 1977, en el libro que publica ese año, titulado The Anthropology of Dance. Cabe recordar que durante ese mismo año, pero en Londres, John Blacking también publicaba su compilación Anthropology of Body, en la que participó Judith Hanna, entre otros autores. En suma, se trata de una prolífica década en la cual las representaciones, los significados y los movimientos de los cuerpos comenzaron a ser objeto de indagación antropológica; y a partir de allí, como veremos, cada vez más las antropologías de las danzas y de los cuerpos profundizarán sus diálogos.
4. Desde los años 80: movimiento, cuerpo
y política en las danzas
En la reseña que emprende Reed (1998a: 505) y cuya traducción incluimos en este volumen, se destaca cómo a partir de los años 80 los estudios antropológicos sobre danzas comenzaron a focalizar en sus aspectos políticos y también cómo prestarán una mayor atención a las relaciones entre movimiento, cuerpo y cultura. Esto último se vincula con un cambio de paradigma en diferentes campos de estudios de la cultura expresiva e incluso en las mismas prácticas artísticas vinculadas al posmodernismo, que llevaron a enfatizar en el sonido más que en la música, en la performance más que en el teatro y en el movimiento más que en la danza, intentando superar así las connotaciones etnocéntricas y universalizantes que estas últimas categorías a veces involucraron, en tanto refieren a las escisiones características de las artes occidentales (especialmente en ese gran período comprendido entre el denominado Renacimiento y la Modernidad). Así, estas áreas de estudio se encuentran cada vez más entrelazadas y, por ejemplo, los estudios antropológicos de la danza cada vez más reciben la influencia de los estudios antropológicos