El despertar de un asesino. Jorge Eguiazu
había logrado realizar lo que los profesionales llamaban coacción. Había logrado que Pedrito reaccione en contra de su voluntad, ejerciendo un dominio y un sometimiento total en contra de su creencia. El miedo y la intimidación logran someter a las personas y convertirlas en víctimas.
Sin siquiera darse cuenta, Pedrito comenzó a llorar. Las lágrimas recorrían sus mejillas como si fuera un río que rebalsaba. Si alguien lo hubiera visto de cerca no hubiera podido creer que una persona podría derramar tanta agua en tan poco tiempo.
Al pasar medio minuto desde que J.C. se dio vuelta, Pedrito hizo lo mismo. Se giró 180 grados y comenzó a correr. La vergüenza que sentía lo invadía demasiado y sólo se le ocurrió marcharse rápidamente. Parecía Forrest Gump en su mejor momento. Llegó a su casa y se internó en su pieza. Siguió llorando un par de minutos, pensando en lo que había hecho. Sin darse cuenta, y por el cansancio de la larga marcha, se durmió.
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Pedrito se despertó de a poco. Sentía un ruido seco que sonaba y se repetía. No entendía del todo que era hasta que se despabiló totalmente. Era su mamá que tocaba a la puerta de su pieza.
—Pedrito, te buscan en la puerta.—declaró.
—Es Juan Cruz. –continuó. Se lo ve medio triste, melancólico. ¿Ha pasado algo entre ustedes?—preguntó.
—Mamá, no te metas en mis asuntos.—contestó Pedrito. La madre no podía creer lo que acababa de escuchar.
Aunque no tenía la menor intención de mantener una conversación con J.C., sabía que era algo inevitable. Por experiencia con su madre, sabía que mientras antes lo haga iba a ser mejor.
—Perdón mamá.—dijo Pedrito. No quería faltarte el respeto.—continuó.
—Dile a Juan que me espere 10 minutos y bajo.— terminó diciendo.
Su mamá no dijo nada. Cerró la puerta lentamente y bajó las escaleras.
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Pedrito, ya preparado mentalmente para la charla, llamó a J.C. para que se reunieran en su habitación. No quería que su madre escuchara lo que tenían que hablar.
Al principio se sentaron en las sillas que había en la habitación, uno enfrente del otro, sin hablar. Reinaba el silencio y la tensión era abrumadora. Ninguno de los dos sabía cómo empezar, hasta que J.C. comenzó.
—¿Qué pasó amigo? ¿Qué te ha llevado a hacer esta locura? No entiendo que te pasa. Dime.—Finalizó J.C.
Pedrito, con un temblor en la voz que se notaba desde lejos, y con apenas un timbre entendible de lo bajito que sonaba, dijo:
—No sé qué me pasó, no puedo entender cómo te hice eso, cómo te traicioné.—comenzó.
—Es que Andrés me tiene en contra de mi voluntad, ejerciendo un dominio sobre mi ser, obligándome a hacer cosas que no quiero, siempre amenazándome con ir a mi mamá y decirle mentiras. El miedo que le tengo es muy grande y pienso que cada vez será peor.— continuó.
—No sé qué hacer amigo. Te pido perdón por lo que te hice, sé que no tengo excusas válidas para que me perdones, pero es la verdad. Actué sin siquiera pensar en las consecuencias, y ahora que las sé, me arrepiento enormemente. Entendería si no quieres ser más mi amigo y si no me perdonaras, pero quiero que sepas que te quiero y que en este momento soy muy sincero. —Terminó diciendo Pedrito.
Pasaron unos dos minutos hasta que J.C. rompió el silencio.
—Amigo, por supuesto que te perdono, no eres más que otra víctima de ese hijo de puta de Andrés. Así como yo lo fui tantas veces.—dijo Juan.
—Creo que es momento que tomemos las riendas en este asunto y le paremos el carro a ese malnacido. Ya estoy harto de que nos use como si fuéramos bolsas de punching ball.— continuó.
—Y hace rato que vengo rondando una idea de cómo deshacernos de él. Y entre los dos lo vamos a lograr.—terminó diciendo.
Dicho eso, Pedrito preguntó de qué se trataba, y prometió que lo ayudaría de cualquier manera posible.
Juan Cruz explicó que la idea era simple. Empezarían a juntar pruebas en contra de Andrés, grabando en video con sus celulares todas las locuras que ese puto de mierda les hacía hacer y también las que hacía en forma individual, como los grafitis y los robos. Guardarían aquellos videos en donde se demostraba que Andrés era el artífice de cada una de esas fechorías. Con los mismos, se presentarían en Dirección y lograrían que lo echen de la escuela.
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Pedrito y J.C ya habían juntado algunas pruebas en video y fotos de las acciones crueles y abusivas de Andrés y sus amigos. Las mismas eran todas de acciones de vandalismo contra la escuela y sus alrededores, y no era suficiente. Querían tener pruebas de abusos físicos, acosos sexuales y de bullying de la más alta crueldad.
22
A las tres semanas de comenzado el plan, J.C. cayó en cama, con un fuerte estado gripal. De igual manera, el plan seguía en marcha a través de Pedrito. Se mandaban mensajes de texto desde sus celulares e iban planeando las mejores estrategias a seguir.
El día viernes por la mañana, Pedrito le había comentado que Andrés le había dicho que al finalizar el horario escolar lo esperaría en los baños de varones, donde le daría instrucciones para una fechoría que se le había ocurrido, y la que llevarían a cabo el próximo día lunes.
—No te olvides de colocar el celular y graba todo lo que te diga y haga— texteó J.C.—
—Acuérdate de lo que hablamos, de cómo esconder el celular y dónde, de manera que no haya sospechas ni nada parecido.—continuó.
—Te deseo la mejor de las suertes.—terminó.
—Apenas sepas de que se trata, envíame un mensaje de texto o llámame, quiero saber si el material grabado nos va a servir.—concluyó J.C.
Pedrito le comentó que no se preocupara, que ya sabía cómo hacer las cosas y le había prometido que le avisaría del resultado.
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Ya habían pasado casi dos horas desde que Pedrito se juntaría con Andrés y todavía no tenía noticias de su amigo. Quiso llamar a su celular, pero sabía que, si todavía estaba grabando, el mismo estaría en estado silencioso. Aunque era muy raro que Andrés le dé explicaciones durante dos horas, tampoco era imposible, por lo que tampoco se preocupó demasiado. Aunque sí lo estaba y se engañaba a sí mismo.
Debido a la gripe, y a la poca fuerza que tenía, J.C. se quedó dormido a los pocos minutos. Durante su estado de letargo, soñó con Pedrito. En el sueño lo veía llorar desconsolado, con un alto nivel de vergüenza mostrado en su carita. Dentro de ese mismo sueño se descubrió también llorando desconsolado, sintiendo una angustia y una pena que no supo explicar.
Se despertó de un sobresalto a altas horas de la noche, casi a las cuatro de la mañana. Cuando se le pasó el shock y pudo serenarse, tomó el celular y revisó los mensajes. En la casilla donde ponía Pedrito había un número solamente. Cero.
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A la mañana siguiente, se sentía bastante mejor de salud. Los remedios que estaba tomando empezaban a surtir efecto. De igual modo, todavía no se sentía capaz de levantarse, y menos aún de salir afuera e ir caminando a la casa de Pedrito y ver qué pasaba.
A medida que trascurría la mañana, su preocupación iba en aumento. Había enviado casi treinta mensajes a Pedrito y llamado unas cuantas veces también. Todo sin respuestas. No entendía nada de nada y su estado psicológico estaba cada vez más inestable. No sabía qué hacer.
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