El despertar de un asesino. Jorge Eguiazu
recién, te buscaré y te mataré. Te desollaré vivo de la misma forma que mi tío y mi padre me ensañaron a hacer con un venado. Te aseguro que no te va a gustar y que sufrirás como nunca. Una muerte en agonía es una de las peores.—dijo.
—Te lo juro por lo que más quieras.—prosiguió. Quedas advertido.— terminó.
Dicho esto, salió por la puerta del baño, como si nada hubiera ocurrido. Pensaba que era indestructible y que no había nada ni nadie que le pudiera cambiar su pensamiento.
Al rato, Pedrito se incorporó del suelo, y sin advertir y acordarse de que su celular estaba grabando, salió del baño como si fuera un títere. Parecía que hilos invisibles lo movían sin que él se diera cuenta. Parecía un sonámbulo.
Ese mismo día, a las dos horas de haber pasado esa locura, Pedrito decidió quitarse la vida.
30
Juan Cruz pensó como nunca lo había hecho en su vida. Tenía en su poder la prueba que habían estado buscando con Pedrito. La diferencia era que en la misma, uno de los principales protagonistas del suceso era su amigo, y él se había suicidado por ello mismo. Pensaba en la memoria de Pedrito y en lo que él hubiera querido.
J.C. quería llevar a Andrés a la justicia, sabiendo que con la prueba irrefutable del video, quedaría por el resto de su vida tras las rejas. Eso si no lo mataban o se suicidaba dentro de la cárcel. Podía y era muy probable que ocurriera una de esas dos cosas. Y aunque sus ganas de hacer eso eran muy fuertes decidió no hacerlo. Sin embargo, las cosas no podían quedar así.
Decidió, después de muchas horas de debate consigo mismo, amenazar a Andrés utilizando el video como su arma principal.
¡Y lo logró! Al amenazarlo con publicar el video en internet, éste quedó desarmado y sin defensas. Juan Cruz, utilizando la ignorancia de Andrés y el poder de su alto C.I. le dijo que debía irse de la escuela para siempre. Que si no lo hacía publicaría el video en internet y por ello pasaría el resto de su vida en la oscuridad de una celda de dos por dos, con el temor siempre presente de ser violado constantemente por los otros reclusos.
También le había comentado que había desarrollado y programado una aplicación en internet, la que publicaría el video si es que J.C. no insertaba una clave cada cinco días, lo que era un salvamento por si le ocurría algo a J.C.
Andrés, en su intento por sobrevivir, aceptó la oportunidad que le brindaba J.C. y renunció a la escuela. De un momento para otro, y sin saber los motivos, Andrés se ausentó y nunca más se lo volvió a ver.
31
J.C. se sentía lleno de energía. Ahora estaba libre de Andrés y sus abusos. Por fin tenía todo su tiempo libre para dedicarse en forma plena a intentar lograr su deseo más apremiante. Conquistar a Violeta.
Capítulo Segundo
El cambio
1
J.C. cumplía diecisiete años y su madre le había comprado una enorme torta de cumpleaños. A pesar de que no tenía amigos en la escuela, algunos de los compañeros que invitó fueron a su casa. Lo más probable fuera que habían ido porque era difícil no aceptar comida y bebida gratis, especialmente en los momentos económicos difíciles que estaba pasando la Argentina.
Como era de esperar, Violeta no acudió a la fiesta, con lo cual J.C. estuvo toda la tarde y gran parte de la noche, en un estado catatónico. Ni siquiera se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor, donde los que habían asistido comían, bebían y se divertían. Su caso era otro, lo único que quería, era que Violeta estuviera ahí. Hasta pensó en echarlos a todos de su casa y encerrarse en su habitación.
Por suerte eso no ocurrió. Se dio cuenta que ya era difícil estar en una escuela donde todos lo miraban de reojo. Todavía no se habían disipado del todo los rumores instalados por Andrés. Sumado a eso, se sospechaba que él era, de alguna forma, el responsable de que éste haya desaparecido de la escuela de un momento a otro, sin explicaciones.
En lugar de eso, decidió tratar de pasar la noche lo mejor que podía, tratando de reforzar y reafirmar las conexiones emocionales con las personas que allí estaban. Necesitaba aliados en la escuela, y ese era el momento de conseguirlos.
Desde que Pedrito se había ido, sentía un vacío enorme en su pecho. Creía que Violeta sería la persona que llenaría ese hueco. Lamentablemente, no había sido ese el caso. Es más, cada vez era más difícil tratar de conquistarla. Ya estaba perdiendo la paciencia.
Al llegar la medianoche, sus compañeros le cantaron el feliz cumpleaños y brindaron con sendos vasos de cerveza. Por suerte su madre no estaba en la casa. Había tardado casi un mes entero en convencerla de que esa noche no estuviera presente.
A las tres de la mañana, la gente empezó a retirarse de a poco. Si bien se creían muy adultos, la mayoría de ellos tenía entre dieciséis y diecisiete años, por lo que todavía eran menores de edad, y tenían que acatar las reglas impartidas por sus respectivos padres.
A las cuatro y cuarto se fue el último grupo de personas que quedaba. En ese momento, J.C. ya estaba alegre y algo ebrio.
Cuando lo asaltó la soledad, se sintió nuevamente vacío. Muy vacío. El efecto del alcohol acrecentaba sus sentimientos, hasta el grado de hablar consigo mismo. Si alguien lo hubiera visto le habría puesto un chaleco blanco, de esos que se atan por atrás. Parecía un sketch de esos de dibujitos donde la persona habla hacia su izquierda y hacia su derecha, con el angelito y con el demonio.
Necesitaba acallar su cerebro. Necesitaba dejar de pensar. Y en ese momento se le ocurrieron sólo dos opciones. O se iba a dormir o cambiaba por algo más fuerte.
2
El último vaso de whisky fue el que terminó fulminándolo. Sin darse cuenta había bajado casi tres cuartos de la botella que había encontrado en la cocina, dentro de la alacena, detrás de las cajas de cereales. Estaba escondida, casi como si sintiera vergüenza de estar ahí. Tomó nota mental de preguntarle a su madre qué más le ocultaba.
En un arrebato de locura, tomó con su mano la botella y salió de su casa. Mientras caminaba pegaba pequeños sorbos del líquido amarronado. Sin saber bien lo que iba a hacer, sabía hacia donde se dirigía. Iba directamente hacia la casa de Violeta.
En quince minutos llegó a la puerta. Se prendió al timbre como si se hubiera dormido sobre el botón. Estaba enamorado y quería con suma urgencia una explicación de por qué Violeta no había ido a su cumpleaños. Y no se iría de allí hasta no obtener una respuesta.
3
El sueño hermoso que estaba teniendo se cortó en forma abrupta. Violeta se sobresaltó, saltando de la cama instantáneamente. Al principio no entendía que pasaba. Sentía un ruido ensordecedor y constante, que no terminaba ni bajaba de intensidad.
Tardó un par de segundos en darse cuenta de la realidad. Ese ruido provenía del timbre de entrada de la puerta principal de la casa. Algún idiota, seguramente borracho, estaba gastando una broma o se había equivocado de casa.
Por suerte su madre no estaba. Sabía que esas cosas le crispaban los nervios. Que era capaz de cualquier cosa. Odiaba a los pendejos borrachos que no dejaban vivir en paz al resto de las personas.
Violeta, con una calma inusitada, se levantó rápidamente y prendió el televisor. El sistema cerrado de televisión instalado un par de años atrás, le permitía visualizar al agresor desde una pequeña cámara instalada sobre la puerta de entrada. Lo que vio la llenó de enojo. Era otra vez J.C. que intentaba hacer algo con ella. Ya se estaba cansando de las situaciones repetidas con éste chico. Iba a tener que hacer algo pronto. Sabía que esas situaciones tenían tendencia a empeorar más que a solucionarse.
Debido