Género y sexualidades en las tramas del saber. Группа авторов
procesos sociales del pasado. Rápidamente las investigaciones se expandieron y con ellas surgieron nuevos problemas para resolver. En primer lugar, debía lucharse contra la edificación de la categoría “mujer” como un concepto de características esencialistas, que no distinguía diferencias de clase, étnicas, etarias, nacionales, regionales, ni de identidad sexual. La tarea de recuperar la presencia femenina en la historia no podía limitarse a construir relatos que concibieran a la mujer como un ser único, determinado por la biología y al que los varones siempre habían logrado someter. Esta concepción obturaba las experiencias de las mujeres como colectivo heterogéneo, simplificaba los análisis y restaba fuerza y representatividad a la movilización política. En gran parte de las universidades norteamericanas referirse a la “mujer” se había convertido en sinónimo de estudiar a la mujer blanca, estadounidense, de clase media, heterosexual, dejando de lado a aquellas surcadas por otras identidades: mujeres afrodescendientes, indígenas, migrantes, pobres, lesbianas. En respuesta a este giro conservador que los estudios de la mujer habían adquirido, fueron surgiendo otros grupos de investigación y trabajo que tomaron la multiplicidad y la diferencia como puntos centrales de reflexión académica y acción política, dando lugar a colectivos específicos, como por ejemplo, los Black Women´s Studies (Navarro y Stimpson, 1998).
Por otra parte resultaba necesario superar las descripciones que colocaban yuxtapuestamente a las mujeres en el lugar de víctimas de la opresión masculina o como heroínas que luchaban contra ella, sin avanzar en un análisis más complejo y matizado que explicara las causas de dicha dominación (Perrot, 1988). Otro de los temores era que la historia de las mujeres quedara convertida en una historia paralela, una sección especial o un capítulo separado que no llegaba a vincularse explicativamente con los relatos políticos, económicos y sociales del período estudiado. Evidentemente la superación del modelo positivista decimonónico no podía diluirse en una “historia contributiva” ni en una “historia compensatoria” que recuperara los aportes y las acciones de las mujeres a modo de proezas o que banalizaran la diferencia sexual al transmitir relatos anecdóticos reproductores de las relaciones de poder. Por eso era necesario avanzar y develar que las divisiones de esferas y ámbitos de acción contenían un sistema jerárquico de valores que detrás de la noción de complementariedad, solía esconder la subordinación de lo femenino a lo masculino (Farge, 1991).
La incorporación de la categoría de género intentó brindar una alternativa a estas encrucijadas, al explicar la diferencia sexual desde una perspectiva social y cultural, cuestionando cualquier determinismo biológico. Dado que los significados de la diferencia sexual se construyen de manera variable según las épocas y los lugares, la vinculación entre género e historia se aventuraba como una buena alternativa para renovar los conocimientos. Inspirados por estas concepciones, varios estudios comenzaron a mostrar que la biología tampoco escapaba a lo social, dado que la materialidad del cuerpo no aseguraba una única realidad, ni podía comprenderse fuera de las construcciones ideológicas que le daban sentido (Laqueur, 1994).
A mediados de los años ’80, la historiadora social norteamericana Joan Scott publicó un artículo de referencia ineludible hasta hoy, en que defendía las potencialidades del enfoque de género para la investigación histórica e instrumentalizaba una definición. Así, el género se concebía como “un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos” y como “una forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 1996: 289). Para Scott las relaciones de género se expresaban en cuatro dimensiones que quienes escribían sobre el pasado no podían dejar de tener en cuenta: las representaciones simbólicas, los conceptos normativos (doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas), las instituciones sociales y las identidades subjetivas. Estas premisas surgidas en el campo historiográfico luego se expandieron al resto de las ciencias sociales, situación que constituyó un punto de partida conceptual relevante para la revisión de varios de sus presupuestos epistemológicos.
En la década de 1980, mientras el enfoque de género ganaba prestigio en la academia, las prácticas e identidades sexuales se transformaron en un objeto de preocupación política. La aparición del sida y su representación como “peste rosa” inauguró un nuevo pánico en la sociedad que se tradujo en un cuestionamiento a los derechos sexuales que desde los años ’60 habían ido conquistando espacios. En este contexto una colección de libros de historia se iba a transformar en un boom editorial, diseminando entre el gran público décadas de trabajo acumulado. La Historia de la vida privada, bajo la guía de George Duby y Philippe Ariès, se plantó en un terreno virgen, desenmarañando fuentes que antes habían sido desechadas y presentó un original programa de investigaciones a seguir y profundizar. En los distintos volúmenes de la obra, la vida privada era develada en sus zonas de conflicto, no sólo con el poder público que intentaba derribar sus muros, mostrando el cruce e intersección de una esfera sobre otra, sino también poniendo bajo la lupa las resistencias y las luchas en su interior. De ahí que el conflicto entre mujeres y varones no pasara desapercibido por los autores convocados, especialmente por algunos que se involucraron en la reconstrucción histórica de la diferencia sexual aunque éste no haya sido un objetivo explícito de la obra (Duby, 1985). El éxito de ventas de estos libros inspiró algunas sagas de esta temática en América Latina, en la que participaron Uruguay, Brasil, Chile y Argentina (Devoto y Madero, 1999; Cicerchia, 1998, 2001, 2006). Estas obras rechazaron la mímesis con la iniciativa francesa e incorporaron la dominación colonial, la esclavitud, la importancia de la sociabilidad popular, el fenómeno inmigratorio y las dictaduras militares como procesos ineludibles a la hora de pensar el ámbito privado y la intimidad (Chartier, 2006).
A modo de continuación y también de reparación, a fines de la década de 1980, Laterza, la editorial italiana que había publicado los volúmenes sobre la vida privada en aquel país, convocó a Michèlle Perrot y a George Duby para encarar una colección de historia de las mujeres. Los tomos que comenzaron a salir en 1991 recuperaron veinte años de trabajos previos y procuraron “ser más una historia de las relaciones entre los sexos que una historia de las mujeres”, incorporando las potencialidades del enfoque de género y evitando convertirse en una obra descontextualizada y autónoma (Duby y Perrot, 1990). En esos años otros estudios indagaron también sobre el lugar y la función de las mujeres europeas a lo largo de los siglos (Anderson y Zinsser, 1988; Nash, 1984; Amelang y Nash 1990). Aunque estos esfuerzos no llegaron a modificar la historiografía general lograron dar amplia difusión a una serie de trabajos muy específicos que en cuidadas ediciones, llegaban al gran público y a la comunidad académica de muchos países.
En los últimos años mucho se ha discutido acerca de si la historia de las mujeres debería dejar avanzar a la historia de género, considerando estos estudios una etapa necesaria pero ya superada. Estas discusiones en el plano teórico tuvieron su correlato práctico cuando varios centros de investigación universitarios mutaron de nombre, dejando de ser áreas o institutos “de la mujer” para convertirse en áreas e institutos “de género”. Esta elección, además de respaldar un enfoque cuyo valor intelectual resulta ya indiscutido, invitaba explícitamente a los varones y a otras expresiones e identidades de género a sumarse a esta nueva zona de investigación. Los resultados en este sentido han sido ambiguos. Todavía son las mujeres quienes tienen predominio en estas áreas y aunque sus producciones lograron un mayor reconocimiento, todavía cuesta que estos méritos se equiparen con los que se logran en otras especializaciones más tradicionales como la historia política y económica. Los equívocos persisten, se confunde género con mujer, feminismo con odio a los hombres e interés masculino por estos temas con sensibilidad gay. Por eso es importante recodar que los estudios más específicos sobre las mujeres y los géneros no se excluyen sino que son interdependientes (Stimpson 1998).
La historia entendida desde el género no se ocupa sólo de las mujeres y tampoco debería ser un modo de abordar el pasado encarado exclusivamente por ellas. El enfoque de género se postula relacional y permite superar la construcción binaria de lo masculino y lo femenino para pensar las condiciones de formulación y cuestionamiento de estas ideas y el modo en que se producen y conceptualizan otras identidades sexuales y genéricas. La constante expansión de áreas de estudios sobre diversidad sexual va de la mano de los movimientos de reivindicación política de los grupos GLTTTBI (Gays, lesbianas, transexuales,