Daguerrotipos. Juan Carlos Núñez Bustillos

Daguerrotipos - Juan Carlos Núñez Bustillos


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de empanadas que llegó un día por accidente a la cabina de radio y conversamos largo y tendido sobre su pueblo, sobre su coamil, sobre sus empanadas... y nunca se dio cuenta de que estaba al aire. (Por supuesto, le compramos una docena de empanadas, por cierto deliciosas.)

      Otros encuentros sorpresivamente creativos, como aquella entrevista que realizamos mi compañero Marco Antonio Rubio, voz oficial de xejb hasta el 2013, y esta servidora con el músico brasileño Vinícius de Moraes, autor, junto con Antonio Carlos Jobim, de “La garota de Ipanema”. De Moraes visitaba Guadalajara y lo entrevistamos para nuestro noticiero Panorama Cultural (1975), el primero dedicado íntegramente a la cultura en el cuadrante tapatío. En aquella ocasión la entrevista concluyó alegremente en una sonora y alegre batucada dirigida por el propio Vinícius, quien aprovechó cuanto instrumento percutivo tuvo a su alcance, desde lápices hasta vasos, cucharas y tazas, ante la alegría de los radioescuchas. ¡Ah, cómo lamento que las cintas de carrete abierto con las que trabajábamos en aquel lejano entonces en xejb no se hayan conservado!

      No puedo dejar de recordar también la ocasión en que tuve la fortuna de entrevistar a don Chava Flores, músico humorista, pintor del mundo urbano defeño. Se había presentado en una de las primeras peñas que funcionaba en Guadalajara a mediados de los años setenta, y luego de su brillante e ingeniosa actuación en la que le bastaba dar la espalda unos segundos para aparecer ante el público con peinado y expresión diferentes protagonizando a otro personaje más del mundo capitalino, aceptó conversar conmigo. Larga y disfrutable la entrevista, sin perder el tono de comedia por parte de don Chava. Recuerdo con especial sonrisa cuando le pregunté sobre el albur mexicano que don Chava solía manejar finamente en sus canciones. Al respecto dijo: “Quienes dicen que el albur es soez o burdo ¡mienten más que un Lovable!”; la carcajada no se hizo esperar por parte de todos los que estaban a mi alrededor, escuchando la entrevista que afortunadamente conservo. Vale decir que en la actualidad ya no existen los Lovables, probablemente ahora don Chava diría: “¡Más falso que un Victoria Secret!”

      Raví Shankar visitó también la Guadalajara de los años setenta. Lo encontré sentado en posición flor de loto en medio del escenario del teatro Degollado, abrazando su sitar después de un ensayo. El músico indio pertenecía a la casta brahamana de nacimiento, y su actitud serena y noble daba cuenta de ello. Vestía de algodón, túnica blanca, y su sonrisa espontánea y discreta le confería un halo místico muy especial. Había venido a presentar su “Concierto para sitar y percusiones” con la entonces Orquesta Sinfónica de Guadalajara, e invitado al percusionista jalisciense Felipe Espinoza a acompañarlo. Era la tercera ocasión que visitaba Guadalajara. “Nuestra música india —me dijo en un correcto inglés con marcado acento indio— está conformada por formas melódicas llamadas ‘ragas’, cientos y miles de ragas: ragas matutinas, ragas vespertinas, ragas nocturnas... existen también las ‘talas’ que conforman el sistema rítmico, y todas estas formas se aprenden a través de la entrega oral, nosotros no leemos nuestra música, la aprendemos”. Cuando le pregunté sobre el sentido del ser humano en esta tierra y específicamente la misión del artista, Raví Shankar contestó:

      Yo creo que el artista está más allá de la forma y la técnica, lo cual es, sin embargo, muy importante, pero más allá está el delicioso momento en el que expresa aquello que lo ha inspirado, que puede ser la naturaleza, la mujer, la meditación... o todo junto. Pero yo creo que el artista debe estar pleno, rico en experiencia. Si tiene disciplina en el oficio y amor dentro de su corazón, podrá expresarse artísticamente, porque su arte vendrá desde adentro de sí mismo.

      No podría olvidar un encuentro especialmente entrañable ocurrido una mañana a sólo unos meses de haber iniciado el programa en 1984. Llegué al estudio ubicado en la Torre de Educación Pública, sobre la prolongación de avenida Alcalde, subiendo de dos en dos los escalones (porque el elevador no funcionaba, lo cual no era extraño, como comenté en alguna otra entrevista, y estábamos en el décimo piso). Al entrar al estudio ¡vaya sorpresa!, sentado sobre la alfombra, junto al ventanal que daba a la barranca, contemplándola, estaba un joven, piel mulata, abundante melena afro, lentillas redondas, camiseta amarilla de algodón, holgada, con una pierna doblada y la otra estirada, descansándola mientras miraba a la distancia. Al llegar me vio y me dijo sin levantarse: “Hola, vengo a entrevista con Yolanda”, y yo le dije con toda familiaridad: “Ah, hola, pásate, soy yo”. ¡Era Pablo Milanés! Ni él ni yo nos conocíamos en persona, claro, y fue un programa maravilloso que transcurrió con toda sencillez, como quien conversa con un amigo, y en el que escuchamos, entre otras canciones ya de culto, “Yolanda”, composición que, como sabemos, es ya todo un himno al amor eterno y en ese momento se escuchaba por todas partes: “Si he de morir, quiero que sea contigo”, compuesta para quien fuera su esposa, Yolanda Benet, en los años setenta, popularizada años después gracias a un arreglo de Pastor Vega, para un documental, y posteriormente integrada ya al repertorio obligado de Milanés.

      Finalmente, no puedo dejar de reseñar, al menos brevemente, mi encuentro con mi admirado escritor portugués, premio Nobel de Literatura, José Saramago, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Presentaba su novela Las intermitencias de la muerte, junto a la lectura del actor Gael García. Con ese motivo ofrecía una rueda de prensa. Recuerdo que Saramago, al hablar de su novela, comentó: “Por primera vez en la literatura, la muerte deja de actuar...”. Me hizo ruido la frase, la registré escribiéndola textualmente, y al final del encuentro de prensa, cuando los colegas dejaban la sala, me acerqué a él y le dije:

      Maestro Saramago, permítame un minuto solamente. Usted nos ha dicho hace un momento que por primera vez en la historia de la literatura la muerte deja de actuar, refiriéndose a su novela. Pero recuerde que este tema ya fue tratado en el mundo griego antiguo, cuando el astuto Sísifo atrapa a la muerte, y ésta deja de actuar, provocando mil trastornos, por lo que luego es castigado por los dioses llevando eternamente una gran roca hasta las alturas de una colina.

      Saramago me miró inquisitivamente, se quedó unos minutos pensativo y luego añadió: “Tiene usted razón. En realidad, cuando yo era muy joven hice una traducción de esta historia, y tal vez se quedó en mi inconsciente y ahora sale en esta novela”. En ese momento los organizadores se acercaron, lo tomaron del brazo. Él me sonrió a manera de excusa y se alejó.

      Me quedé emocionada. Di rewind a mi grabadora, y ahí estaban sus palabras, me supe una vez más fetichista, abrazando unas breves palabras sólo para mí. Salí de la FIL, no quería perder el momento tan intenso que había vivido. Llegué a casa y tomé Memorial del Convento, uno de los libros que más amo de Saramago, y empecé a releerlo: “...y, así como el hombre, animal de tierra, se hizo marinero por necesidad, por necesidad se hará volador. [...] volar es salirse de la tierra para el aire, donde no hay suelo que nos ampare los pies”.

      Y como estas anécdotas, hay muchas más qué narrar. De hecho, al proyectar este libro tuve sobre mi mesa de trabajo cientos de casetes, de discos compactos, de cartuchos, de recuerdos... Pero enlistar todos esos diálogos, conversaciones y entrevistas realizadas e intentar transcribirlas todas llevándolas al papel habría sido tarea punto menos que imposible. En primer lugar porque muchas de estas entrevistas fueron grabadas en cinta de carrete abierto y el tiempo, inexorable, como ya lo he dicho, se las ha llevado consigo. En segundo, porque esa tarea, transcribir de la oralidad al papel cada una de estas entrevistas y luego estructurar un libro en el formato adecuado para presentarlo ante un lector, me tomaría cuando menos ¡otros treinta años de trabajo! Debía escoger sólo treinta.

      Me vi pues en la disyuntiva de tener que optar por algunos de los encuentros más significativos, y no necesariamente por los datos periodísticos que aportan —en algunos casos es lo menos importante—, sino por la circunstancia en que ocurrieron y el contenido humano que nos comparten los entrevistados, lo cual permitiría conocerlos un poco más allá de la austeridad de una entrevista convencional, y acercarnos a ellos atisbando en sus sentires y pasiones más entrañables. No pretende esta compilación ir en busca del artista y del intelectual fríamente hablando, imantados por el halo que emite su talento, sino intentar, en cambio, atisbar en el ser humano que vibra, sueña, anhela y tiembla, más allá del rostro que reproduce una y otra vez la fama y el prestigio, para encontrarnos con el fluir de su sensibilidad propia, puerta de entrada a su mundo personalísimo,


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