Daguerrotipos. Juan Carlos Núñez Bustillos
pues eran cosas manuales. Realmente yo en la primaria me entusiasmé mucho con las clases de dibujo, ¿recuerdas, Yolanda, aquellos dibujos mágicos? Uno los dibujaba con un líquido transparente y luego aparecían...
—Sí, claro, era la famosa “tinta invisible”...
—Sí, con tinta invisible que con un fósforo o con una plancha aparecían... Bueno, pues era uno de mis negocios en la primaria, yo siempre llegaba con el montón de dibujos y... ¡a vender!
—Sí, cómo olvidar la “tinta invisible”, yo también la utilicé mucho y —lo digo en silencio, como en secreto— aún tengo la fórmula. Pero, ¡cuidado!, que si le aplicabas más calor del necesario ¡adiós dibujos!, se inflamaba el papel. Pero era maravilloso ver cómo iban saliendo las letras color sepia, poco a poco... Por cierto que había unos chicles y en el sobrecito aparecía una gitana...
—Se llamaban los chicles mágicos... Pero ahora hay plumas de tinta invisible, con una lamparita en la parte de arriba, la enfocas y ya se ve lo que escribiste.
—¡Cómo cambian las cosas! Bueno, estábamos en tu infancia, llena de magia.
—Pues sí, para mí fueron esos los juguetes de infancia. Sucede que yo gano mi primer premio a los ocho años. Y ¿sabes a quién me llevaron a conocer, como premio? ¡Ni te imaginas!
—¿A quién?
—A Clemente Orozco, a conocer a Clemente Orozco a los ocho años... a mí y a otro chico compañero mío que se llamaba Octavio de la Torre. Y nos lleva nada menos que Jorge Martínez, que en ese entonces era ayudante de Orozco, y bueno, pues entonces, derechito nos llevó, y lo vimos ¡arriba de un andamio! Yo conocí a Orozco arriba de un andamio. Pero no un andamio como los de ahora que son eléctricos, no, no, no, de vil albañil, de tablas y vigas y cosas que siempre me quedó la impresión de que estaba arriba de un árbol viejo, y lo vi como un tecolote, porque cuando nos volteó a ver tenía unos lentesotes de fondo de botella que dije: “¿Y ese animalote qué?” Entonces le dicen: “Mira, estos son los niños que ganaron el concurso tal y cual...”, y nada más se volteó y dijo: “Ah, y ¿les gusta la pintura?” Yo respondí: “Sí nos gusta”, y ya desde ahí empecé a mentir, porque no me gustaba nada lo que estaba haciendo…
—¡Vaya chiquillo! Y, ¿por qué no te gustaba?
—Porque, bueno, eran unos monotes horribles, para un niño.
—Y desde ahí empezaste a mentir...
—Sí, y eso es muy importante, en el arte, la creación, que siempre es una referencia de la realidad pero se trata de no hacer la realidad, ¿no? Se trata de hacer otro tipo de realidad. El arte es una transformación y una sorpresa, si no, ¿de qué vamos a hablar?
—Bueno, habíamos dejado en el tintero una pregunta, sobre alguno de esos lugares en los que has vivido, y que recuerdas de manera especial en tus últimas andanzas, ¿qué nos dices?
—Bueno, recuerdo, con especial emoción, porque fue una experiencia muy bonita, mi último viaje a Constantinopla. Bueno, a la antigua Constantinopla. Estuve en Turquía viajando por varias partes del país, que es maravilloso. Ya me quería comprar mis chanclas, mis babuchas, ponerme una bata y quedarme por allá.
—¡Ya lo creo! Quedarte por allá, en los alrededores de la Mezquita Azul. Mágico lugar, con toda esa caligrafía misteriosa, hermosísima. Supongo que habrás paseado sobre el Bósforo...
—Bueno, sí. He viajado y tengo un poco de la visión del antropólogo, porque he viajado a lugares con los que estamos relacionados. Por ejemplo, a Medio Oriente. A aquellos les pones sombrero de charro, y ya; además de ahí proviene el mariachi. Cuando tú oyes la música, cuando estás en Marruecos y esos lugares, clarito está que de ahí viene el mariachi, nuestra música del mariachi. El mismo grito ese del mexicano, pues es un grito de ahí mismo, que se da en el desierto. Nunca encontré un lugar tan, tan similar a México. Por un lado, Medio Oriente, a través de la conquista de México, todos esos países eran de los árabes. Cosa que me decían los españoles: “Uy, ustedes nada más nos aguantaron cuatro siglos y medio, nosotros aguantamos a los árabes ocho siglos y medio, ustedes no aguantaron nada”.
—¡Qué maravilla! Yo coincido contigo, Javier, totalmente. ¡Esa cultura maravillosa de esos pueblos! Y curiosamente, cuando uno visita la Alhambra, y la Mezquita, y toda la herencia árabe en España, se queda sorprendido, pero cruzas a Marruecos, y visitas sus medinas, sus plazas en las que igual hace equilibrio un acróbata, como una marroquí pinta sus manos con hena, y otro más allá sostiene un mandril, y de un cesto de mimbre sale una cobra... y por si fuera poco, te topas con una vendedora en moto, con su chilaba volando en el viento, y su pañuelo en la cabeza, que te alcanza para venderte collares y pulseras... bueno, es magia pura.
—Sí, fíjate, Yolanda, que yo mis viajes los disfruto mucho. Por otro lado, te cuento que estuve en Colombia cuando era joven, estuve incluso trabajando en un circo en Medellín. Había entonces una gran tradición de circos. Mi vida ha sido una aventura, como pintar es, verdaderamente, una aventura.
En ese momento, nuestra productora Ángeles Rodríguez nos indica, allá tras el cristal, que el tiempo del programa ha terminado. Yo habría querido seguir conversando con Javier Arévalo y ese mundo de colores y magia que nos ha compartido. Pero debo despedir, y lo hago pidiéndole a Javier que subraye su invitación:
—Ojalá puedan asistir, estará la obra en Libertad y Progreso, un lugar bastante agradable, créanmelo, un lugar muy propio para exponer. ¡Ahí los veo!
—Gracias, Javier. Ha sido un gran gusto conversar contigo, te agradezco que hayas venido a nuestro programa y que nos hayas compartido tu actividad más reciente.
—Pues, les agradezco yo más todavía, ha sido un gusto verte, Yolanda, y verte tan bien y con tanto éxito. Te felicito de verdad, lo que has logrado en estos treinta años es una maravilla.
—Muchas gracias, Javier.
Antes de concluir este capítulo les comparto una anécdota ocurrida recientemente, en noviembre pasado, durante un encuentro de artistas e intelectuales en el que Pancho Madrigal presentaba su libro Guasanas (divertido fabulario que integra con gran ingenio ilustraciones y oralidad llevada al papel, toda suerte de especímenes que emergen de la fauna mexicana), nos encontramos con Javier Arévalo. Nos saludó lleno de optimismo, energía y sentido del humor. A la pregunta obligada de ¿cómo estás de salud?, él respondió: “Mira, muy bien”, pero luego agregó: “Bueno, el doctor me dijo que si sigo así no voy a durar mucho, pero yo le contesté: No estoy aquí para durar, sino para disfrutar”, y estalló en una carcajada. Ése es Javier Arévalo.
JUAN JOSÉ ARREOLA
El ajedrez me ha formado de tal manera, que durante periodos muy largos ha sido mi vida entera. Si me hubiera sido posible elegir en la vida qué iba a ser, o qué quería ser, habría dicho: ajedrecista.
Entrevista realizada en el departamento del escritor Juan José Arreola, en la colonia Providencia, en Guadalajara, para la grabación del programa Perfiles en 1998.
Frente a un tablero de ajedrez, esa mañana de junio de 1998 nos encontramos Juan José Arreola y esta servidora en su departamento de la colonia Providencia con la intención de conversar y registrar sus palabras para uno más de nuestros programas: Perfiles, serie de entrevistas y producciones a mi cargo en el Sistema Jalisciense de Radio y Televisión.
Arreola, sumamente motivado por la partida ajedrecística, más que por la entrevista, en un momento dado, tomando una pieza con su mano muy blanca y venosa, con entusiasmo, dice:
—Voy a hacer una jugada que puede ser objetable, Yolanda, alfil 4 alfil... ahora tú.
—Bien, maestro, pero antes,