Daguerrotipos. Juan Carlos Núñez Bustillos

Daguerrotipos - Juan Carlos Núñez Bustillos


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Es una pieza casi anodina, que de pronto se convierte en la pieza principal de los finales.

      —Como sucede en su cuento “El rey negro”.

      —Sí, efectivamente, yo tengo un pequeño texto que se llama “El rey negro”, que es un drama de amor pavoroso. Está basado en uno de los mates más difíciles y notables del ajedrez. Se llama “el mate de alfil y caballo”. No quedan más que los reyes, pero uno de ellos, el blanco, tiene dos piezas: el alfil y el caballo. Este hombre del cuento está tratando de que su adversario no lo pueda matar, y sigue jugando: “Ahora vago inútil por el tablero...”. El hombre, que pierde la dama, y por lo tanto la partida de una manera trágica, es realmente un hombre que ha perdido a la mujer amada por una inexplicable torpeza, por no haber sabido mover sus piezas. “Desde el principio jugué mal esta partida”, dice el personaje: adversidades en la apertura, cambio de piezas con clara desventaja, hasta que la partida ya no tiene remedio y al final dice: “Ahora vago inútil por el tablero de blancas noches y de negros días...”, como en el soneto de Borges que reproduce a su vez un texto de Khayyam, sólo que yo lo invierto y obtengo un nuevo resultado: blancas noches, noches en vela; negros días, de derrota y pérdida de amor.

      —Maestro, ¿pecaría yo de imprudente al preguntarle si este cuento tiene que ver con su vida?

      —¡Sí!

      —¿Sí peco... o sí tiene que ver?

      —No pecas y sí tiene que ver, porque yo no he escrito nada que no sea autobiográfico. Esto es una historia de amor que me ocurrió en la vida. Una muchacha era miembro de mi taller de literatura. Yo jugaba ajedrez con amigos, uno de ellos muy notable, que llegó a ser gran maestro de ajedrez en México, se llama Enrique Palos Báez, porque este amigo ajedrecista me acompañó en la derrota, en la pérdida de la mujer amada. Yo no encontraba más diversión que en el ajedrez y él venía todas las tardes a jugar conmigo para distraerme y para que yo superara el drama del amor. Lo logré y me rehice jugando con él, y de pronto se me ocurre el cuento; al escribirlo y dedicarlo a mi amigo, que me ayudó a olvidar, olvidé. Transformé el dolor, lo elaboré literariamente y esto me dio un bálsamo y logré algunas de las mejores frases que he escrito en mi vida con ese cuento del rey negro.

      —Y si hemos hablado del rey, veamos ahora a la dama, maestro.

      —La dama, sí, la pieza más poderosa del ajedrez. Aunque la dama nunca debe salir prematuramente. Sin embargo, hay jugadores que han hecho del sacar pronto la dama un arma frecuentemente mortal; pero es muy arriesgado que la dama ande danzando fuera de su casa —en este momento Arreola se ríe con cierta picardía, asumiendo con humor, por la expresión de mi rostro, el sesgo machista de su frase; pero no se detiene, y continúa con su charla—. En La feria tengo un pasaje en la confesión general que dice: “Me acuso padre, de que di un mate al rey con la reina sola, sin apoyo”. Esto me ha tocado a mí verlo, me tocó ver que un amigo le dio a otro mate con la reina sola. Al otro jugador todo lo que le hacía falta era hacer rey por dama, con su peón, pero como el adversario lo dijo tan contundente: ¡mate!, pues abandonó y se rindió.

      —Y... ¡cuántas personas dan mate sin apoyo, en la vida, pero con tal seguridad y convicción que dejan a su adversario sin capacidad para responder!

      —Sí. Puede ser un hombre de negocios que en un momento dado lo sorprenden y se da por perdido. Otras veces, en una partida correcta, las victorias se construyen con base en presencia de ánimo, dominio moral. Existe ese elemento psicológico que influye de tal manera que el jugador empieza cada vez a ser más débil, no sólo sin defensa sino colaborando al ataque del contrario. Hay muchos mates que son preciosos y figuran en las antologías de grandes partidas; mates que no podrían haber sido nunca sin la colaboración del vencido. El ganador realiza jugadas peligrosas, perdedoras, y sin embargo resultan, porque las hacen con toda la convicción del mundo, como el sacrificar una o dos piezas y acabar matando. Después el perdedor se da cuenta de que pudo haberse salvado por completo y de que nunca le habrían ganado si no se hubiera dejado intimidar.

      —Ha mencionado la palabra sacrificio...

      —¡Ah!, el sacrificio implica una condición masoquista; una actitud que acepte el sufrimiento, porque el que se sacrifica tiene que salir, no de un problema, sino de una serie de problemas. Yo pertenezco psicológicamente, existencialmente, moralmente... al mundo de los masoquistas. El masoquismo es importante como fenómeno humano y el término surge a partir de las novelas de Masoch, porque sus personajes tienen rasgos masoquistas. El sacrificio es un recurso de primer orden en el ajedrez. Yo soy un maniático sacrificante.

      —¿Cuál es la función del sacrificio?

      —¡El desconcierto! Todo adversario a quien su oponente le hace un sacrificio se desconcierta, y una de las primeras cualidades en la vida y el ajedrez es desconcertar a la persona que tenemos enfrente. Si existe un problema de diálogo con determinada persona, lo primero que tenemos que hacer para dominarla es desconcertarla. Entonces empieza a cavilar desde el hecho de aceptar o no el sacrificio, la mayoría opta por aceptarlo, y se crea entonces una situación de sacrificio, de inferioridad psicológica, porque el que sacrifica asume rápidamente una actitud de superioridad. El que sacrifica es un triunfador.

      —En esta situación existe también una buena dosis de sadismo.

      —Eso no tiene remedio. Todo el que gana una partida de ajedrez es un sádico porque ha jugado para ganar, para destrozar al adversario. Otra vez tenemos ahí a la vida misma. Esa pareja antagónica que existe: sadomasoquismo, está en el centro del ser humano y todos tenemos algo de ello. Yo, por ejemplo, me considero un masoquista auténtico, porque desde niño he sufrido situaciones de pérdida o desventaja. Tuve un hermano que era verdaderamente brillante por naturaleza: guapo, rubio y de una inteligencia, a su edad, privilegiada. Yo era todo lo contrario, lo demuestra el primer apodo que recibí: “Juan el Malhecho”. Frente a mi hermano, Rafael “el Bienhecho”, el capaz de todo. Yo fui siempre el feo, el incapaz. Entonces seguí un esquema muy curioso, era como un decir: “Yo nada puedo contra mi hermano, porque mi hermano es de una inteligencia superior”, y me batía en retirada. Yo me he dedicado toda la vida a destruir mis posibilidades de éxito personal, íntimo, sentimental, siguiendo ese esquema. Como mi viaje a París; fue algo masoquista aceptar este viaje desoyendo la felicidad en que vivía, de recién casado, con una hija preciosa y una esposa admirable. Por eso digo que soy esencialmente de condición masoquista. Creo que lo poco que he hecho en la vida, en la literatura, en el teatro, en el ajedrez, fue un propósito que finalmente se cumplió. Mi lucha con la vida no ha sido sino una lucha contra lo insuperable.

      —Su inconsciente le puso una especie de “gambito”...

      —Efectivamente, de una manera constante. Fue una larga batalla que yo creía haber perdido, y llegué a reclamarlo mucho. Pero, después de todo, creo que mi padre tuvo predilección por mí, por mi gusto por la literatura desde niño.

      —Esta historia infantil es, precisamente, la que hace a usted ser Juan José Arreola. Le aseguro que no cambiaría su infancia.

      —Sí, es cierto. La superación de todos esos inconvenientes me llevó a constituirme en ese alguien que ahora soy.

      Y así, siempre frente al tablero de ajedrez, nuestras charlas se fueron tejiendo en el disfrute del juego, pero también en el disfrute de la palabra compartida. Debo decir que pronto, muy pronto, los radioescuchas esperaban el programa con ilusión, y los lectores de nuestra sección periodística aumentaban semana a semana. Al comentarle esta respuesta de la gente, frente a nuestro proyecto, Arreola me sorprendió con estas palabras, que significaron para mí uno de los más profundos estímulos en mi carrera de comunicadora:

      —Qué bueno que ha habido, Yolanda, la respuesta tan grande que tú te mereces, por la difusión de tu programa y por tu capacidad de comunicación, que la tienes innata. Yo te he querido mucho desde que te conozco, porque en realidad, viéndote a ti, estoy deslumbrado, porque me veo en un espejo. Me duele decirlo porque tú estás realizando lo que yo ya no puedo seguir realizando, pero que un día sí realicé. Por eso cuando te oí las primeras veces me recordaste mucho a mí mismo, y me dije: “Esta mujer está encendida en el mismo espíritu de decir lo que siente, lo


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