Daguerrotipos. Juan Carlos Núñez Bustillos

Daguerrotipos - Juan Carlos Núñez Bustillos


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es espantoso. Estamos en jaque desde el momento en que nacemos, sí. Más de una vez se dijo: “La vida es una muerte evitada”. Es como la imagen misma del caminar, que es una caída evitada: tú levantas un pie y lo avanzas, y estás para caerte si no metes inmediatamente el apoyo del otro pie. Caminar no es sólo la salvación de la vida, sino un avanzar constante. Hay veces que el tropiezo mismo en la vida es una caída que puede ser mortal, pero salimos del trance de caernos como del trance ajedrecístico. Decimos en los pueblos: “Por poco me caigo en la corriente”, pero no me caí, porque el jaque en el que me encontré lo pude resolver con base en una agilidad mental; esto es, resolver instantáneamente el movimiento que va a acabar con la situación de jaque y que podría desembocar en mate. A veces es una movida sencilla, y parece sutil, nos salimos de la red de mate cuando está uno empezando a caer, pero de pronto encuentras la salida con el movimiento que no sólo evita el jaque mate sino que logra salvarte de esa red. Entre los buenos ajedrecistas se da mucho esa expresión: “Estoy cayendo en una red de mate”. Entrar en una posición perdida implica una serie de lances. Recuerdo esta frase: “Sin que sepamos cómo, Alexander Kotov va entrando insensiblemente en una posición perdida... y no es fácil ver cuál es la causa de la derrota”. ¿En dónde estuvo la debilidad que hizo que Alexander Kotov entrara en una posición perdida a partir de una posición normal? Es uno de los misterios del ajedrez. En qué momento en la vida nos vamos adentrando en una posición perdida que se va complicando cada vez más.

      —No podemos olvidar que el ajedrez es un juego de honor, y que hay momentos en que no hay nada que hacer, y hay que saber cuándo abandonar la partida.

      —Sí, cuando uno se sabe derrotado, hay que saber decir “abandono de la partida”. Yo no quiero irme de este mundo llevándome nada. Materialmente dejo mis libros, la casa de Zapotlán, algunos muebles, un archivo que está desordenado, y a pesar de mi pobreza no me quiero llevar nada. Quiero decir, todo lo que conozco lo quiero pasar al costo, lo podrán recibir las personas que me escuchen, que se capaciten. No porque yo sea un sabelotodo, ni un sabio, pero sí es necesario que se preparen para recibir ese torrente que me ha dado la vida. Entre esos dones, uno de los más preciosos es el ajedrez.

      Arreola concluye nuestra charla con la lectura de un soneto de Jorge Luis Borges. Con voz pausada, como quien, en un lance final, se dispone a dar un jaque mate, va soltando sus palabras:

      Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

      Reina, torre directa y peón ladino

      Sobre lo negro y blanco del camino

      Buscan y libran su batalla armada.

      No saben que la mano señalada

      Del jugador gobierna su destino,

      No saben que un rigor adamantino

      Sujeta su albedrío y su jornada.

      También el jugador es prisionero

      (La sentencia de Omar) de otro tablero

      De negras noches y blancos días.

      Dios mueve al jugador, y éste, la pieza

      ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza

      De polvo y tiempo y sueño y agonías?

      EMMANUEL CARBALLO

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      Quien no critica no ama. Quien viene a decir maravillas no ama a la ciudad. Yo amo a la ciudad porque le encuentro sus defectos. Porque yo formo parte de los defectos de esta ciudad (Guadalajara). Los periódicos son así porque no hemos hecho nada por mejorarlos. Nos conformamos con lo que nos dan y no pedimos que nos den mejores cosas. Son una conglomeración de anuncios, sin ton ni son, mal impresos. Nos dan basura y la aceptamos y todavía pagamos por ella.

      Entrevista realizada el 10 de agosto de 1989 durante el programa A las nueve con usted...

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      Originario de Guadalajara, en donde nació el 2 de julio de 1929, el escritor, editor, periodista, crítico y ensayista Emmanuel Carballo venía con cierta frecuencia a la ciudad. Especialmente en la década de los ochenta, cuando solían visitarnos intelectuales de la Ciudad de México invitados por las autoridades culturales del estado o del municipio a dialogar o dictar conferencias sobre la actualidad literaria del país.

      En agosto de 1989, Emmanuel Carballo vino a Guadalajara invitado por la Secretaría de Cultura, para presentarse en diálogo con el escritor Juan José Arreola. Fue en esa circunstancia cuando tuvimos la oportunidad de entrevistarlo en nuestro programa. Carballo había sido invitado a dar un curso sobre el cuento en la literatura mexicana del siglo xx. Ya antes lo había entrevistado y siempre sus declaraciones habían resultado polémicas. Por eso, desde el día anterior en que yo había anunciado que Carballo estaría con nosotros, los radioescuchas esperaban expectantes para escucharlo y participar del juego de su palabra afilada.

      Llegó puntual a la cita, en mangas de camisa, seguro de sí mismo, dispuesto a dialogar y a mantener esa imagen de “inteligente acidez” que le había caracterizado siempre en su papel de crítico, perfil que le acarreaba, sin duda, lectores y seguidores deseosos de leer y escuchar sus opiniones sobre los protagonistas de la literatura mexicana, pero también, sin duda, detractores y enemigos, en ocasiones, no muy satisfechos con su punzante crítica.

      Sus ojos pequeños miraban con agudeza de musaraña, su amplia frente y un delgado bigote que de vez en vez se mesaba, le conferían cierta presencia despreocupada y dominio frente a los micrófonos. Le acompañaba la maestra Carmen Gloria Lugo, quien fungía como anfitriona por parte de la Dirección de Literatura de la Secretaría de Cultura de Jalisco. Ella inició nuestra charla comentando la sesión del día anterior.

      —Fue un gusto tener a Emmanuel Carballo con su gran desempeño como crítico literario, con ese valor que tiene para destacar lo mejor de un escritor, y realzar, desde el punto de vista combativo a veces, los aspectos intrínsecos de una obra o de un personaje. Ayer fue muy interesante porque estuvo también el maestro Juan José Arreola en la sesión y leyó uno de sus cuentos: “La mujer amaestrada”, y luego Emmanuel Carballo estuvo comentando la entrevista que él mismo le hiciera años atrás.

      —Gracias, Gloria, por tu presencia —le digo—, y dirigiéndome al escritor—: ¡Bienvenido al programa, Emmanuel Carballo! Cuéntanos sobre tu visita a Guadalajara, tú eres de esta ciudad, aunque radicas en la Ciudad de México ¿desde cuándo?

      —Desde 1953. Pero vengo con cierta frecuencia. Antes venía cada fin de semana, después cada mes, después al inicio de cada estación del año y después una vez al año. Y espero, ahora que tengo sesenta años, venir “una vez al principio de cada década”, es decir, ahora vengo a los sesenta, vendré a los setenta, a los ochenta, a los noventa... para seguirle tomando el pulso a esta ciudad maravillosa, y al mismo tiempo deplorable.

      —A ver, ahora tendrás que explicarnos eso de “deplorable”... ¿por qué dices que Guadalajara es deplorable?

      —Me pasó una cosa curiosísima. Yo soy un devorador de letra impresa enorme. Quise saber lo que pasaba en Guadalajara. Bajé del hotel que está situado en la parte céntrica de Guadalajara, cosa que no me gusta, porque la parte hermosa de Guadalajara está en los suburbios. Zapopan es quizá la parte más hermosa de Guadalajara. Yo creo que de Lafayette para allá es una Guadalajara hermosísima, llena de árboles, de vegetación, de casas bellas, de rostros maravillosos, de cuerpos cimbreantes. Y como que por el centro de la ciudad se ha quedado la gente fea, la gente mal vestida. No la gente pobre, porque en México todos estamos pobres desde hace cuatro o cinco años. No hablo de la pobreza, sino de la manera de vestir, de encarar el mundo, de practicar el oficio de ser hombres todos los días. Entonces, me levanto, bajo a comprar los periódicos para saber qué pasaba en Guadalajara. Compré El Occidental y El Informador, me los leí religiosamente, y... ¡siguen siendo tan malos como cuando yo tenía veinte años! Tuve que comprar los periódicos de


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