Daguerrotipos. Juan Carlos Núñez Bustillos
Reyes, a dos o tres gentes más que le decían que “todo andaba bien”, que el norte, el sur, el centro andaban perfectamente bien, mientras se estaba incubando un malestar muy grande entre los escritores, obreros, intelectuales, la clase media, los burócratas... y llegó el momento en que eso hizo explosión como una olla de presión en donde se cuecen los frijoles y empezó la Revolución mexicana. A Octavio Paz le va a pasar lo que le pasó a Porfirio Díaz por su manera de enfrentarse a los problemas diarios de los escritores mexicanos. Pero hablar de los defectos de Octavio Paz no es ir en contra de su obra. Paz no solamente es el poeta más grande de México, es uno de los grandes poetas del siglo xx a escala universal. Margarita Michelena, con tantos años de vida, y con la coquetería de no usar lentes, no pudo leer lo que yo dije, y además en Proceso, una revista absolutamente amarillista que no da más que una versión “por el ojo de la cerradura” de lo que pasa en el país, es decir, agarra lo malo y lo convierte en catastrófico, y todo lo bueno que pasa lo olvidan.
—También en Proceso apareció un comentario tuyo sobre José Emilio Pacheco, en el sentido de que es un escritor de un gran talento, pero que no había tenido el talento suficiente para crear “la gran obra, la obra maestra”.
—Mira, yo fui el descubridor de José Emilio Pacheco y de Carlos Monsiváis, como crítico literario. Yo los llevé al suplemento “México en la Cultura” de Novedades, con Fernando Benítez, de quien también hablo en estas entrevistas de Proceso. Yo decía que José Emilio Pacheco es un hombre que maneja admirablemente bien el español, que en poesía, que en prosa, es una de las personas que mejor ejercen el estilo en México, pero que no es un genio, y que las obras que ha producido no son Pedro Páramo, no son los textos de Confabulario, no es Dormir en tierra o El luto humano de Revueltas. No es un hombre que vaya a modificar la literatura mexicana. Y cuando tú no modificas la literatura mexicana, si eres mexicano, a la larga es como si no hubieras existido. Las historias de la literatura te dedicarán cuatro o cinco renglones. En cambio, un ser desaliñado, que llegó quién sabe de dónde, que por equis o zeta escribió el gran poema, escribió la gran noveleta, escribió la gran novela... por los siglos de los siglos su nombre será recordado.
—Tus comentarios, Emmanuel, me han hecho recordar los que hizo Juan José Arreola, en fecha reciente, en el marco de los talleres que imparte en el ex Convento del Carmen, a propósito de cómo se sentía en este momento de su vida, y él hablaba autocríticamente, señalando que sentía que le había faltado, precisamente, ese impulso, ese talento final para realizar “la gran obra”. Arreola añadía que en las últimas décadas no se había escrito la gran obra. ¿Qué opinas, Emmanuel?
—Bueno, yo coincido con Juan José en esto. Decía yo, y tal vez parezca una contradicción con lo que dije antes, que estamos viviendo un gran momento en la joven literatura mexicana que está transitando con paso firme y está abriendo nuevos caminos al andar, que sabe escribir, que tiene cosas que decir, que no somos rupestres, que somos contemporáneos de nuestros contemporáneos, que somos habitantes de fines del siglo xx, pero, efectivamente, no hay un Carlos Fuentes, no hay una La región más transparente, no hay una Muerte de Artemio Cruz, no hay un Terra Nostra, no hay Cristóbal Nonato, no hay Pedro Páramo de Rulfo, no hay Los errores de José Revueltas, no hay Noticias del Imperio de Fernando del Paso... pero, obviamente, y yo espero estar vivo para entonces, espero que antes de terminar el siglo xx, entre esos muchachos que andan entre los veinte y los treinta y cinco años surjan los que van a producir obras que cambien significativamente lo que hoy entendemos por cuento, novela, ensayo, teatro y poesía.
Los radioescuchas seguían marcando nuestros teléfonos y varios expresaron su admiración por Carballo por su valentía y franqueza. El crítico agradece:
—Sí, agradezco esta opinión y preciso que digo “mi verdad”. Sabemos —después de Einstein— que todo es relativo y yo expreso una manera de ver el mundo, de encararte con el fenómeno, con el discurso literario. Es un punto de vista que, cuando la gente está adormilada, es importante despertarla diciendo cosas fuertes, cosas distintas.
—También hay algunas llamadas que coinciden contigo, Emmanuel, en relación con los periódicos locales, El Informador y El Occidental, con páginas llenas de anuncios y secciones culturales que dan risa. Aunque, en honor a la verdad, hay muchos artículos rescatables y colaboradores importantes.
—No, indudablemente, no podemos hacer tabula rasa. Yo hablo de El Informador, como periódico, y de El Occidental, como periódico, que los vengo padeciendo desde los años cincuenta, o desde los años cuarenta en el caso de El Informador. Yo leía la página de caricaturas, que sigue siendo lo mejor de El Informador, y la sección de anuncios. Pero ahora hasta mal impreso está. Hay que ponerse los lentes para poder saber si es el cielo azul, porque está impreso en verde. Es algo espantoso. Parece que está hecho en La Barca o en Atotonilco, y no en Guadalajara, la segunda ciudad del país. Claro que hay gente espléndida, por ejemplo, ayer leí, en El Occidental, una nota de Gloria Velázquez, que me pareció un modelo, aquí y en cualquier parte del mundo.
—Claro, o la maestra Magdalena González Casillas, que colabora en el suplemento.
—Exactamente. Es una de las grandes investigadoras de la literatura jalisciense, a quien la universidad y el departamento cultural del estado le deben toda una serie de reconocimientos por una tesonera labor, en la cátedra, en el periódico, en las conferencias, en sus libros, para recuperar lo que fuimos para poder ser mejor de lo que somos. La literatura jalisciense, sería la mitad de lo que conocemos, está enterrada en los periódicos y gracias a Magdalena y a gente como ella tenemos un mejor conocimiento de nuestro siglo xix, de la colonia, y de autores desconocidos de principios del siglo xx. Aprovecho para saludar a Magdalena, a quien quiero mucho. No he visto todavía los artículos que publicó en el mes de julio, cuando cumplí sesenta años. Me gustaría mucho verla. Estoy, Magdalena, danto un cursillo en el ex Convento del Carmen, donde hubo un gran hombre durante la colonia, el padre Nájera, que a su alrededor se formó toda una generación literaria, que dio grandes hombres para Jalisco y para la nación mexicana. Ahí estoy a las siete de la noche, todos los días, todavía hoy jueves y mañana viernes.
Precisamente en ese momento recibimos la llamada de la maestra Magdalena González Casillas para preguntarle a Emmanuel a dónde podía llevarle los artículos mencionados. No cabe duda —pienso— de que nuestro espacio radiofónico cumple una función no sólo informativa, sino de enlace entre los protagonistas del arte y la cultura en nuestra ciudad. Emmanuel abunda sobre el tema de los periódicos:
—Ahora, en un país capitalista un periódico sin anuncios está condenado a desaparecer. Pero además de los anuncios debería tener artículos sobre la vida cultural, sobre la vida política, sobre la vida económica, por ejemplo, el problema de la universidad. Yo he leído en La Jornada magníficos artículos de Miguel Ángel Granados Chapa, de Gilberto Guevara Niebla sobre el problema de la universidad, del que en la ciudad de Guadalajara no he visto un solo artículo que me oriente para saber qué es lo que está pasando, o qué es lo que está sucediendo. Para mí es un poco la lucha entre el pasado y el presente, entre lo periclitado y lo nuevo, entre lo que hay que desterrar y lo que hay que fomentar.
Las llamadas del público continúan, nuestro programa, desde sus inicios, se ha caracterizado por su apertura a la opinión de los radioescuchas. La señora Elsa Rodríguez dice: “Estoy de acuerdo con Emmanuel Carballo. Guadalajara hace mucho tiempo que dejó de ser la provincia de la que estamos orgullosos. Estamos orgullosos del recuerdo de Guadalajara, no de su presente”. También llama el señor Jesús Ríos: “Los de México siempre vienen a pontificar. ¿Cómo es posible que se pongan a hablar de si los tapatíos son o no guapos? Es inconcebible”. Emmanuel Carballo toma la palabra y se defiende:
—Son guapos o feos si lo digo yo o lo callo... hay gente guapa y gente fea hasta en el Distrito Federal y en todas partes, en Río de Janeiro, en Madrid, en Barcelona, hay que hablar de todo, de lo pequeño, que lo pequeño es muchas veces lo grande.
—Hablemos del curso que estás dando aquí en Guadalajara, Emmanuel. ¿Sobre el cuento?
—Sí, pero no sólo sobre el cuento. Es una historia del cuento mexicano del siglo xx. Empiezo con Julio Torri, cuyo centenario de nacimiento estamos