Daguerrotipos. Juan Carlos Núñez Bustillos

Daguerrotipos - Juan Carlos Núñez Bustillos


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se capacitan, y no porque yo sea un sabelotodo o que me crea un sabio, pero sí se capacitan para recibir algo del torrente de dones que me ha dado la vida. Entre esos dones uno de los más preciosos, si no el más precioso de todos, es el juego del ajedrez. Mira, se pasaron la vida todos los escritores importantes escribiendo dechados de la vida humana, basados en el juego del ajedrez. Es imposible que nos pongamos a mencionarlos, pero basta mencionar el primero de Chessoli... que es un texto en latín, italiano, y luego textos franceses y demás. Todos vieron la semejanza con la vida humana.

      Agradecí enormemente al maestro Juan José Arreola sus palabras, sobre todo porque en el oficio cotidiano de comunicar, en vivo, uno siempre está expuesto, por un lado, al error de uno mismo que salta cuando menos lo esperas, por otro, al halago fácil, ante la generosidad de quienes te reciben. Pero también, y esto es muy difícil, al escarnio y al comentario artero y de mala fe de quienes no tienen nada mejor que hacer que estar pendientes de tus errores y no para construirte con una crítica honesta y responsable, lo cual uno agradecería, sino para mofarse solapadamente, muchas veces embozados en el anonimato, señalando con dedo de fuego juzgador y destacando debilidades o errores, que son parte del reto diario. Por ello, nunca olvidaré estas palabras de Arreola, que resumieron para mí la pasión de comunicar. Y, claro, una vez más, en analogía con el ajedrez, unas veces se acierta, otras se falla, unas veces se gana y otras se pierde. Este tema fue, en más de una ocasión, asunto de nuestras charlas:

      —Y entramos aquí a otro campo peligroso: ¿cómo enfrentar la angustia de perder, en contraste con el placer de ganar, maestro Arreola?

      —Mira, hace mucho que se me ocurrió una cuestión obvia, pero que me ayudó a entender el problema. Inmediatamente te contesto: “No quieres perder, nunca trates de ganar. Quieres ganar, resígnate a perder”. Ésa es la respuesta. Naturalmente, ésa es la verdad más grande. Todo está en esa angustia de perder y en esa voluntad en busca de una felicidad. El ajedrez proporciona una felicidad inexplicable, por lo gratuito. Nada nos hace más felices que ganar una partida de ajedrez, no digamos un match o un torneo. Y nada nos hace sentirnos más infelices que perder. Y es que, ¿cuál es la frase que más escuchas en un torneo de ajedrez?: “¿Qué tal te fue?”. Y te contestan: “Yo estaba ganando y perdí. Déjame que te enseñe la posición en la que perdí”. Ésa es una fuente de angustia irremediable. Hay quienes ganan y elaboran esa felicidad de muchas maneras. Hay quienes te dicen: “Pero si estaba usted ganando, mire, le voy a decir cómo ganaba usted. Aquí está fácil, si usted mueve ésta, en vez de ésta, y con ello me gana, yo no tengo nada que hacer”. Esas personas, no conformes con ganar, todavía te enseñan, cómo pudiste ganar en contra de ellos y esto es mentira, porque siempre ellos tendrán la posibilidad de mover otra pieza. Una de las grandezas, miserias, crueldades y felicidades del ajedrez es que nos hace sentirnos superiores porque ganamos una partida, y sentirnos infelices, perdedores y totalmente inferiores por haber perdido. Cuando se llevan muchos años jugando, uno se da cuenta de que debe estar dispuesto a todo, especialmente a perder. Lo terrible es la ilusión de ganar y darte cuenta, de pronto, de que el contrario tiene recursos para ganar y fracasan nuestras estrategias de victoria. Se le olvida a uno que, como en la vida, todo en el ajedrez es ilusorio. Todo consiste en una posición en la cual uno se siente bien y dice: “De ninguna manera puedo perder, pero en un momento dado, sin que sepamos cómo, entramos en una posición perdida”.

      —“Sin saber cómo entramos en una posición perdida”, dice, maestro Arreola, pero, ¿cabe el azar en el ajedrez?

      —No. Curiosamente cabe, en todo caso, una forma de azar que forma parte de nuestra vida y no se puede llamar azar. Hacer una mala jugada no es un azar, es simplemente que uno tuvo la mala fortuna de hacer una jugada que puede ser mala, o sencillamente débil y, una vez que hace uno una jugada débil, la situación empieza a inclinarse del lado del contrario y, generalmente, sigue otra más y después de dos jugadas débiles, ya poco se puede aspirar, no digo a la victoria sino a lo que es el ideal del ajedrez: la igualdad, las tablas. Esto es uno de los misterios del ajedrez, y aunque lo vivamos como un azar al decir “No tuve que ver yo, fue una cosa del azar”, no, en ajedrez no hay azar, sólo que nos cuesta mucho admitir que hemos hecho algo mal, como ocurre en la vida.

      —¿Quiere decir que en la vida debemos también estar dispuestos a perder?

      —Aquí la cosa cambia y te voy a decir por qué. El ajedrez es un juego y tiene sus convenciones aceptadas. Al decir un juego digo también un deporte, una ciencia, pero vamos a aceptar unas leyes convencionales. En la vida no se trata de aceptar las convenciones porque no llegaríamos a ninguna parte. ¿Qué sería una convención de la vida? Por ejemplo: “No hay que creer en el amor, no hay que tener fe en ningún hombre o mujer porque todos son falibles y condenables”. Eso sabemos que es una ley de la vida anterior a nosotros, porque una vez que nacemos no tenemos más remedio que aceptar las leyes que nos son impuestas; por lo demás, son posibilidades de ser o no ser. Por eso se parece tanto el ajedrez a la vida, una vez que está el tablero puesto y hacemos peón cuatro rey, ya entramos al juego; como en el amor, decimos: “Estoy enamorado, la quiero, es indispensable para mí”, eso es una serie de convenciones, pero aceptadas dentro de un juego que no es una convención como el ajedrez, sino que es la vida misma, donde se gana o se pierde, donde uno se muere o se salva. Es un duelo pavoroso, y la vida nos lo propone continuamente. Hay un momento dado en que, sin saber cómo, quedamos de pronto en posición inferior —hablo como hombre— frente a la mujer amada. Hay algo de misterio en eso, ¿por qué de repente uno está en una situación inferior frente a una persona con la que se empezó a jugar de igual a igual? El hombre y la mujer no aceptamos, en el amor, hacer tablas.

      —Finalmente, maestro, ¿somos libres de mover tal o cual pieza, de elegir tal o cual jugada en la vida?

      —Éste es un asunto de libre albedrío: yo puedo decidir mi destino. Pero luego viene la idea...

      —¿Determinista?

      —Sí, determinista. Dios sabe si voy a ganar o perder, ya no me importa, porque Dios ya lo sabe, como la partida misma de la existencia. Todo es un asunto, como en el ajedrez, de libre albedrío.

      —Tema que aborda maravillosamente Agustín en su tratado Del libre albedrío; pero entonces, ¿es realmente uno libre de elegir, de mover tal o cual pieza?

      —Ésa es la cosa. Porque, en un momento dado, Agustín llega a esbozar que de nada sirve que te portes bien o mal, porque ya está determinado tu destino por la mente divina. A Dios no se le puede dar la sorpresa. Ningún Baudelaire, ningún Rimbaud puede sorprender a Dios, quien finalmente perdona a todos los que creemos en el libre albedrío. Al empezar la partida nadie sabe si va a ganar o a perder, Agustín aconseja: “Tú procede como si estuvieras en gracia de Dios”. Tienes que jugar bien, frente a la malicia, para no caer en la tentación de ganar...

      —En la tentación de tomar bien menor por bien mayor...

      —Ahí está, sí, todo está dicho en Agustín: “No hay hereje sin san Agustín”.

      —Hablemos del jaque, maestro.

      —Darle jaque al rey es ponerlo en predicamento. Todo jaque es causa de perplejidad, de meditación; es un desconcierto. La palabra jaque es un vocablo de uso múltiple. En primer lugar hay que decir que se usa en todo el mundo. Hoy se ha dispersado a otros campos. Se nos olvida que la palabra “cheque” significa precisamente “jaque” —de la palabra árabe “jeque”. Dar un cheque es hacer un jaque, porque puede ser un cheque sin fondos, falso. Cuántas veces escuchamos: “Hay que checar esto”, palomear esto, para confrontar. Es una de las palabras más múltiples, y empleada constantemente en todos los idiomas del ámbito cultural de Occidente. La palabra jaque es en sí una amenaza, más allá de los terrenos del juego y del ajedrez. El jaque es el problema capital del ajedrez: das un jaque, un segundo jaque y a la tercera —como se dice— va la vencida, das un jaque mate. La palabra jaque abarca todas las dificultades a las que nos enfrentamos en esta vida y frente a las que nos colocan nuestros adversarios. Sentirse “jaqueado” es una sensación que casi es sinónimo de “cajeado”, se me ocurre ahora.

      —De hecho, maestro, nacemos ya con un jaque anunciado, ¿no le parece?

      —Claro. Al


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