La última sonrisa en Sunder City (versión española). Luke Arnold
oyeron una leyenda que hablaba de una montaña sagrada donde el río mágico del interior del planeta subía hasta la superficie; un portal que llevaba directamente al corazón del mundo. Este antiguo mito les dio una idea”.
La imagen cambió a la de un ejército de soldados furiosos que blandían espadas y antorchas, y empujaban una perforadora gigante.
“Buscando capturar la magia natural del planeta para ellos, el Ejército humano invadió la montaña y derrotó a sus protectores. Entonces, con la esperanza de utilizar el poder del río para sus propósitos, introdujeron sus máquinas directamente en el alma de nuestro mundo”.
La sencilla animación comenzó a representar los eventos que hoy se conocen como la “Coda”.
Los niños observaron en silencio mientras el ejército caricaturesco movía sus fuerzas hacia la montaña. En la pantalla, parecía tan simple como deslizar una pieza de ajedrez por el tablero. No oyeron los gritos. No olieron los incendios. No vieron la sangre derramada. Los cadáveres.
No me vieron a mí.
“El Ejército humano envió sus máquinas al interior de la montaña, pero cuando intentaron utilizar el poder del río, sucedió algo mucho más terrible. El reluciente río de magia cambió de niebla a cristal sólido. Se congeló. El corazón del mundo dejó de latir y todas las criaturas mágicas sintieron el cambio”.
Yo tenía gusto a bilis en la boca.
“Los dragones cayeron del cielo en picado. Los elfos envejecieron siglos en cuestión de segundos. Los cuerpos de los hombres lobo se volvieron inestables y quedaron deformes. Las criaturas del mundo quedaron vacías de magia. Todos nosotros. Y ha permanecido así desde entonces”.
En la oscuridad, vi que se volvían algunas cabezas. Varios cuerpecitos diminutos se examinaban a sí mismos y luego se giraban para inspeccionar a sus vecinos. Ahora todo su mundo estaba cubierto por un manto de tristeza que los demás habíamos estado viendo durante los últimos seis años.
“Todavía puedes lucir la grandeza de lo que una vez fuiste. Alas, colmillos, garras y colas son los dones que te dio el gran río. Dan testimonio de tus ancestros y no son nada por lo que avergonzarse”.
Mordí demasiado fuerte el Clayfield y se partió por la mitad. En algún lado de la multitud, un niño lloraba.
“Recuerda: puede que no seas mágico, pero todavía eres… especial”.
La película terminó de salir del proyector y giró con fuerza en la rueda, golpeteando con violencia varias veces, hasta que finalmente se detuvo. Burbage encendió las luces, pero los niños permanecieron silenciosos como tumbas.
—Gracias por vuestra atención. Si tenéis alguna pregunta sobre vuestro cuerpo, vuestra especie o la vida antes de la Coda, vuestros padres y maestros estarán encantados de responderlas en detalle.
Mientras Burbage finalizaba la presentación, hice todo lo posible por hundirme en la pared que tenía detrás de mí. Un río de sudor se me había instalado en la frente, y me lo limpié con un pañuelo viejo. Cuando levanté la mirada, me examinaban unos ojos inquisitivos.
Eran de un verde brumoso con pupilas pequeñísimas: élficos. Jóvenes. El rostro era viejo, sin embargo. La piel élfica no tiene elasticidad. Ya no. Las bolsas que tenía ese niño debajo de los ojos eran dignas de una década de insomnio, pero él no podría contar más de cinco años. Tenía el pelo blanco, sin vida, y su cuerpo diminuto estaba todo torcido. No adoptó una expresión real, tan solo me miró el alma.
Y lo juro.
Lo supo.
Capítulo Dos
Esperé en la salita que daba a la oficina del director sentado en un banquito que me dejaba las rodillas a la altura del pecho. Burbage estaba dentro, detrás de una puerta de cristal, hablando por teléfono. Yo no podía distinguir todo lo que decía, pero daba la impresión de estar a la defensiva. Supuse que alguien, probablemente algún otro miembro del personal, no estaba muy contento con su presentación. Al menos yo no era el único.
—Sí, sí, señora Stanton, debe de haber sido bastante chocante para él. Es cierto que es un niño muy sensible. Quizá compartir con sus compañeros la experiencia de comprender todo esto sea justo lo que necesita para que estén más unidos... Sí, un sentimiento de conexión, exacto.
Me arremangué la manga izquierda y me froté la muñeca. Tenía cuatro anillos negros tatuados en el antebrazo, como brazaletes planos, que abarcaban desde la base de la mano hasta el codo: una línea continua, un diseño con detalles, un sello militar y un código de barras.
A veces los sentía como si me escocieran. Lo cual era imposible. Me los habían hecho hacía años, por lo que el dolor del tatuaje en sí había desaparecido hacía rato. Era la vergüenza de lo que representaban lo que seguía volviendo a hurtadillas.
De pronto se abrió la puerta del despacho. Dejé caer el brazo para que la manga volviera a su sitio, pero no fui lo suficientemente rápido. Burbage vio bien mi tatuaje y se quedó de pie en la entrada de su oficina con una sonrisa cómplice.
—Señor Phillips, entre, por favor.
El despacho del director estaba encajado en la esquina trasera del edificio, oculto de la luz del sol de la tarde. Una biblioteca bien surtida y un globo terráqueo polvoriento flanqueaban su escritorio, que estaba atestado de papeles, servilletas usadas y montones de libros de texto muy gastados. En el rincón había una lámpara verde que iluminaba la estancia como si nos estuviera haciendo un favor.
Burbage estaba tan desaliñado que hasta yo me di cuenta. Pantalones color café y una camisa azul pálido con chorreras y sin corbata. Su cabello, despeinado, nacía a medio camino de la parte de atrás de su cabeza redonda, y le llegaba a los hombros. Se sentó en un sillón de cuero que había a un lado del escritorio. Yo elegí la silla que estaba enfrente e hice todo lo posible por mantener la espalda bien erguida.
Comenzó limpiando las gafas. Se las quitó y las colocó sobre el escritorio, frente a él. Entonces extrajo un paño de un blanco inmaculado del bolsillo de la camisa. Volvió a coger las gafas, las sostuvo a la luz y masajeó suavemente los cristales con la punta de los dedos. Fue mientras frotaba las gafas cuando me fijé en sus manos. Evidentemente, la idea era que yo me fijara en ellas. Ese era el objetivo de toda esta exhibición.
Cuando estuvo seguro de que yo había comprendido su pequeña representación, volvió a ponerse las gafas, apoyó las palmas de las manos sobre el escritorio y golpeteó la madera con los dedos. Cuatro en cada mano. Sin pulgares.
—¿Está familiarizado con el ditárum? —preguntó.
—¿Estoy aquí para recibir una clase?
—Tan solo me estoy asegurando de que no la necesite. Me han dicho que usted ha vivido muchas vidas, señor Phillips. Que tiene mucha más experiencia de la que su edad sugeriría. Quisiera estar seguro de que su reputación es merecida.
No me gusta pasar por el aro, pero tenía demasiada urgencia por el dinero que podía haber en el otro lado.
—Ditárum: la técnica utilizada por los hechiceros para controlar la magia.
—Correcto. —Levantó la mano derecha—. Utilizando los cuatro dedos para crear patrones intrincados específicos, podíamos abrir pequeños portales de los que emergía magia pura. Los grandes maestros del ditárum (y déjeme decirle que había solo un puñado) eran coronados como Lumrama. ¿Lo sabía?
Negué con la cabeza.
—No. —Sonrió de una manera que me desconcertó—. Me imagino que no. Los Lumrama eran hechiceros que habían logrado tal grado de habilidad que podían servirse de la hechicería para cualquier tipo de ejercicio. Desde ataques en el campo de batalla hasta las tareas más insignificantes de la vida cotidiana. Con solo cuatro dedos, podían hacer cualquier cosa que necesitaran. Y para demostrarlo…
¡BLAM! Estampó la mano contra el escritorio. Supongo