Sexo en la biblia. Juan Antonio Monroy

Sexo en la biblia - Juan Antonio Monroy


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“El misterio de Dios”, encontrar “La Biblia en el Quijote”, y enfrentarse a los monstruos goyescos en “El sueño de la razón” … ¿quién es capaz de recriminar a Juan Antonio Monroy que a la altura de su vida escriba sobre el “Sexo en la Biblia”? ¿O que con ese estilo tan suyo, tan peculiar, concluya nada menos que el capitulo sobre la “homosexualidad”, afirmando que: «si los injustos y los maledicientes, entre otros, están excluidos del reino de Dios, siete mil trescientos millones novecientas noventa y nueve mil personas estarán en el infierno. Al cielo sólo irá quien ya está en él, el Hombre al que Pilato presentó a las multitudes (Juan 19:5). El Padre y el Hijo bostezarán de aburrimiento».

      La función de un prólogo es llamar la atención y desaparecer. Señalar los elementos clave en el texto de una obra y elogiar las habilidades del autor en su enfoque al tema bajo un prisma innovador. Resaltar aquello que la distingue de otras similares y valorar su aportación singular al tema tratado. ¿Y cuáles son los elementos clave del libro de Juan Antonio Monroy sobre el “Sexo en la Biblia? ¿Qué aporta de novedoso que lo distinga de los demás?

      Desde que la Iglesia cristiana adoptara la propuesta de Agustín de Hipona vinculando el sexo con el pecado original (según aclara Monroy en su introducción) y comenzara a establecer lo que la Biblia dice, dictamina, prescribe, manda y decreta sobre sexo; sobre el tema ha escrito lo que está escrito… y lo que no está escrito. ¡Cuánta frustración, cuanta amargura, cuanta desolación, cuanto sufrimiento ha generado en el pueblo cristiano esta forma de pensar y proceder! Baste con recordar como a Fray Luis de León, meterse con el “Sexo en la Biblia” le costó cuatro años y siete meses de pudrirse en una mazmorra de la Inquisición. Y aunque en su caso lograra salir indemne con un cauteloso “Decíamos ayer…”, otros no tuvieron la misma suerte.

      Y si echamos una mirada a la herencia de la Reforma protestante, concretamente al sector denominado evangélico; es obvio que siempre hemos andado algo escasos de obras serias y enjundiosas para una buena exégesis del texto sagrado. Pero los opúsculos con pretensión de aclararnos, con toda riqueza de detalles, cual es el sexo ordenado por Dios y el condenado por Dios, no son asignatura pendiente en la industria del libro evangélico. Saturan los estantes de nuestras librerías y bibliotecas. Todos entretejidos con citas de la Escritura, auténticos aluviones de textos bíblicos sacados de su contexto, y esgrimidos por el autor de moda con mayor o menor habilidad pretendiendo convencernos, no de lo que la Biblia dice sobre el sexo, sino de lo que él quiere que la Biblia diga, y aunque no lo diga, obviamente él se le hace decir.

      Juan Antonio Monroy va por otro derrotero. Lo que hace de “Sexo en la Biblia” un texto innovador y lo distingue de los demás libros sobre el tema, no está en lo que dice, sino en lo que no dice.

      Monroy habla de “Sexo en la Biblia” con una amplitud inusual; difícil sería dar con otra obra que lo aborde con semejante exhaustividad. Se vale de un orden temático alfabético para extraer de la Biblia, uno tras otro, cuantos pasajes tienen que ver con el sexo, ya sea directa o indirectamente. De la “A” a la “Z”, comenzando por el “adulterio” hasta llegar a la “zoofilia”, uno tras otro: celestineo, celibato, circuncisión, concubinato, deleite, desnudez, divorcio, eunucos, fornicación, gonorrea, homosexualidad, interrupción de embarazo, incesto, matrimonios mixtos, menstruación, padres censurables, poligamia, preservativos, promiscuidad, prostitución, platonismo, testículos, travestismo, violación, virginidad, voyerismo. ¡Poco hay, por no decir nada, que se queda en el tintero!

      ¿Y qué dice? ¡Ahí está la diferencia! El mensaje de “Sexo en la Biblia” no está en lo que el autor dice, sino en lo que no dice. Y con lo que no dice, dice más de cuanto podría decir. Monroy no comenta, no establece, no impone, no arbitra, no zanja, no sentencia, no enjuicia, no condena, no excomulga, no lapida: se limita a informar. Deja que sea la Biblia la que hable en su contexto; y que partiendo de lo que la Biblia dice en su contexto, sea el lector quien opine, enjuicie y sentencie a la hora de aplicarla al suyo. Lo que no implica nos prive, eso sí, en buena parte de los temas, de alguno esos “gags” tan suyos, que sin decirnos nada en concreto, nos proporcionan “pistas” a la hora de forjar nuestra opinión. Como cuando concluye el capitulo sobre los matrimonios mixtos, después de contarnos lo que la Biblia dice sobre Jacob, Labán, Lea y Raquel, con el siguiente comentario personal: «¡Qué lejos están aquellos tiempos! Si un joven español pide hoy la mano de la novia y el padre le exige que trabaje para él siete años gratis, compra un billete de avión para Australia o para la Conchinchina».

      Eliseo Vila

      Escritor

      1 La Verdad, primera revista publicada por Juan Antonio Monroy en su época en Tánger.

      2 La revista La Verdad llevaba en la cabecera la conocida frase de Machado: “¿Tu verdad? No. La Verdad. Y ven conmigo a buscarla; la tuya guárdatela”.

      Introducción

      La Biblia es el libro que ha marcado el devenir de la humanidad. Sus enseñanzas siguen en vigor miles de años después de haber sido promulgadas. No existe tema humano que escape a su doctrina. Entre estos temas está el sexo. Todos los aspectos de la sexualidad, todas sus variantes, están presentes en sus páginas. Hoy día, cuando el sexo es el pan diario, cuando periódicos, revistas, televisiones, radios, internet y otros medios de comunicación nos bombardean constantemente con noticias protagonizadas por acciones sexuales, no está demás conocer lo que la Biblia inspirada nos dice al respecto. Hay más sexo en la Biblia de lo que generalmente se piensa.

      Encarando el tema desde sus orígenes, ya en el Edén encontramos las perspectivas divinas en torno al sexo. Algunos comentaristas del Génesis han sugerido que el acto sexual de Adán y Eva fue el pecado original que motivó la expulsión del paraíso. Esta interpretación ha tenido efectos nefastos a lo largo de siglos. Comentaristas católicos de todos los tiempos llegaron a considerar el sexo como una práctica sucia, “desaprobada por Dios y causante de todos los males de la humanidad”.

      La teoría sexual del pecado original ha estado basada en dos elementos: la intervención de la serpiente, asociada en pueblos primitivos con el órgano viril, y la reacción de Adán y Eva cuando contemplaron su desnudez. Quien más contribuyó a esta errónea interpretación fue San Agustín, uno de los llamados padres de la Iglesia. Nació en Tagate el año 354 y murió en Hipona, ciudades situadas en el Norte de África, el 430. Está considerado como el “padre de la Iglesia” que más escribió sobre la Biblia. Agustín insistía en que el deseo sexual animó a Adán a aceptar la propuesta de Eva. De su teoría surgió la idea de relacionar el sexo con el pecado original. La interpretación de Agustín fue propagada por la Iglesia católica a lo largo de mil años y sigue teniendo influencia en varios sectores del catolicismo hasta el día de hoy.

      Antes de redactar las páginas de “Sexo en la Biblia” volví a leer, otra vez, una a una, las páginas de los 66 libros que figuran en la Escritura Sagrada. No fue una lectura espiritual, como en otras ocasiones. Fue lectura crítica, lectura de investigación. Aun así mantengo la impresión de haber dejado sin registrar algunos temas referentes al sexo.

      He utilizado algunas obras de consulta, no muchas. El contenido de este libro es original, resultado de una exploración propia en las páginas de la Biblia.


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