El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas. Óscar Hornillos Gómez-Recuero

El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas - Óscar Hornillos Gómez-Recuero


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rey se fijó ahora en las dos niñas, a las que sonrió, y luego se acercó a la matrona y acarició la cara del bebé que esta portaba en brazos. El rey y el resto de la familia de lord Byron se sentaron en una enorme mesa rectangular que lord Byron y el rey Ark presidían en el centro de uno de los laterales. La escolta del rey se sentó a la mesa, al igual que lo hicieron algunos de los hombres de lord Byron, entre los que se encontraba lord Penten. Se sentaron en sillas de madera adornadas con diversos motivos de caza. Pisaban rojas alfombras de pieles que habían sido teñidas de color rojo, y los sirvientes corrían de un lado para otro y hacia las cocinas para que no faltara nada a los comensales. Los músicos que habían protagonizado los actos musicales intervenían ahora en la sala del castillo para amenizar el banquete. Era música de laúdes, lenta y relajada, baja en intensidad para permitir el diálogo y la concordia a la mesa. Los comensales ya hablaban entre ellos, y compartían historias y anécdotas del norte y del sur. Lord Byron se sentaba al lado del rey Ark.

      —¿Cuántas aldeas han sido atacadas? —dijo este.

      —Al menos diez, mi señor; esas son las nuevas que nos han trasladado nuestros mensajeros en la zona norte —le contestó su duque Gris.

      —¿Cómo pensáis proceder? —preguntó su alteza a lord Byron.

      —Lo más importante es reforzar las dos fortalezas de las que disponemos allí. Constituyen un freno ante los ataques y un refugio para los aldeanos. Están diezmadas de hombres, y no vendrían mal unos cuantos tigres negros durante al menos un tiempo. Una vez reforcemos nuestras posiciones, atacaríamos su bosque desde nuestro lado del estrecho del Nak. Fuego y piedra, mi señor.

      Los sirvientes ya habían traído cordero, jabalí, pollo, diversas salsas, vino y otros manjares mientras los dos hombres hablaban.

      —¿De cuántos hombres fieles disponéis, duque?

      —Mañana al alba llegarán 1300 caballeros venidos de todo el norte.

      —¿Son todos caballeros? —fue la curiosa cuestión del rey.

      —Caballeros entrenados y hombres fieles a la causa y a su tierra.

      —Eso es importante —y, al tiempo que mordía un trozo de carne, dijo—: siempre digo que es más importante el corazón que la coraza.

      —Sin duda, será una empresa peligrosa; los habitantes de las tierras obscuras son bárbaros sin escrúpulos; hombres que no tienen nada que perder, mi rey.

      —Ya les hemos vencido una vez, nuestros ancestros lo hicieron. Podemos vencerlos ahora y expulsarlos de estas tierras para siempre.

      El banquete continuó por largo rato, y los dos señores de la isla del Ulmen continuaron hablando de guerras y antiguas historias de ancestros, troles y diversas anécdotas. La tarde trajo nubes espesas del norte, y una lluvia que había venido precedida por un repentino cambio en la fuerza y dirección del viento hizo acto de presencia.

      Bien entrada la tarde, y con el sol dispuesto a enfrentarse al ocaso, lord Byron se hallaba en una de las terrazas de las torres del castillo Gris. Contemplaba sus dominios mientras estaba apoyado sobre una de las paredes de piedra que conformaban la estancia exterior. Una pipa de tabaco era su única compañera. Al fondo, podía observar cómo el verdor del bosque de Brancos era bañado por la lluvia. El río Verde lo atravesaba como la espada atraviesa al hombre: sin piedad. El rey Ark apareció por una de las cortinas de seda que ocultaban el interior.

      —¿Os halláis nervioso por la partida, duque?

      —No, mi señor; ansioso, sí.

      Un silencio inundó la sala poco antes de que el duque Byron reiniciara la conversación.

      —¿Cómo se encuentran mi tío Glim y mi primo Mork, mi señor? —dijo lord Byron al rey.

      —Tu primo se encuentra ahora en la capital; he querido que se ocupe personalmente de una pequeña sublevación en uno de los barrios marginales de la ciudad Inmaculada. Tu tío está débil; sabes que, desde la muerte de tu tía, no ha vuelto a ser el mismo. Es un hombre encerrado en sí mismo, apenas sale de su castillo si no es porque yo se lo ordene. Ni siquiera la caza ya le distrae, no le motiva nada en absoluto. Por lo que me cuentan mis observadores, pronto el duque de Ávalon sucumbirá.

      Lord Byron quedó pensativo. Luego añadió:

      —¿No se sabe nada aún de la muerte de Debra?

      —No se pudo esclarecer nada. Todo fue en extrañas circunstancias —dijo el rey.

      —Hay muchos rumores, mi rey, y…

      Y el rey, cortando el alegato de lord Byron, dijo de forma tajante:

      —¡Sí, los hay! Pero los que los cuentan solo buscan desestabilizar la ciudad y enfrentar a tu primo Mork con tu tío.

      Lord Byron volvió a quedar pensativo, y no continuó con la conversación.

      La mañana continuó como la tarde y la noche lo habían hecho. La lluvia no estableció tregua para la partida de los soldados. El campamento tras el largo foso del castillo Gris estaba desmontado al alba, y desde la salida del sol habían estado llegando en diversas oleadas caballeros de todos los lugares del reino del Norte como lord Byron le había contado al rey el día anterior. Hombres fieles al duque, que lo seguirían a la muerte allá donde fuere.

      Lord Penten se dirigía con los hombres que habían pasado la noche en el patio de armas al exterior del castillo, por el largo pasillo de piedra que atravesaba el foso. Quería recibir a todos los hombres del norte y arengarlos. Los caballos norteños eran algo mayores que los del sur; sus patas eran más fuertes, como si se presupusiera que eran más aptos para las distancias cortas, para la carga durante el combate, y así abrir las defensas de infantería enemiga. Los del sur eran más estilizados, para largas jornadas de camino, pero a la vez estaban fuertes y bien cuidados. No habían tenido problema para pacer en las verdes tierras del norte durante la noche anterior; estaban descansados y bien alimentados para la nueva jornada.

      En el interior del castillo, en el patio de armas, lord Byron y el rey salían por una de las puertas que daba acceso al interior del castillo desde el patio de armas. Tras ellos, toda la familia del duque.

      —Pronta sea tu vuelta, esposo —se despidió lady Shala.

      —Así será. Con el rey a mi lado y todas sus huestes velando por el Norte, no tardaremos mucho en volver victoriosos —lord Byron besó el rostro de su pequeño hijo, que estaba en brazos de su madre. Este comenzó a llorar, como si supiera de la marcha de su padre.

      Lord Byron se despidió de sus hijas y esposa, al igual que lo hizo el rey. Nadie derramó ni una lágrima. Un poco por no mostrarse débiles ante su rey y sus siervos, y otro poco por dar fe de que todo iba a ir bien. Todos abandonaron el castillo Gris bajo una constante lluvia. Un ejército muy numeroso, que imponía respeto a su paso por las primeras granjas cercanas al castillo de lord Byron. Los granjeros norteños contemplaban a caballeros y estandartes del tigre y el águila primero, infantería y arqueros, y piqueros después. Bien conformados, unidos y pensando en la única causa que les había llegado a reunirse: liberar el territorio norte y poner a salvo a sus gentes.

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      Capítulo 5

      El duro camino hasta el frente

      En su primer día de marcha, el rey y sus tigres negros pudieron ver en primicia la dureza del norte; sus lluvias constantes ablandaban en demasía la tierra, y hacían que a hombres y bestias les supusiera mucho esfuerzo avanzar. El camino era verde a ambos lados: numerosos bosques de pequeño tamaño salpicaban las faldas de las montañas, que ya se empezaban a elevar. Así, el camino se iba haciendo más duro de andar, sobre todo para los caballos. Muchos jinetes habían optado por avanzar a pie, asiendo de las riendas a su animal. Lord Byron avanzaba algo delante del rey; este permanecía aún en su caballo, de color blanco, que apenas se había ensuciado las pezuñas de barro, a diferencia del resto de caballos del estandarte del


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