El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas. Óscar Hornillos Gómez-Recuero

El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas - Óscar Hornillos Gómez-Recuero


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de que disponemos en el oeste de estas tierras, mi rey —dijo el duque Gris lord Byron.

      —Pararemos para el avituallamiento de las tropas y proseguiremos —ordenó Ark White.

      Ya era casi mediodía, y los soldados y señores comieron similares viandas a las de la jornada anterior, dando un toque monótono pero necesario al viaje, ya que, en este tipo de empeños, siempre se buscaban víveres resistentes a los viajes que se iban a prolongar.

      El periplo continuó tras la comida, y a media tarde llegaron a la fortaleza del Oeste de las tierras del norte. Era un castillo bien fortificado, y la bandera verde con el águila gris ondeaba, pero lo hacía a media asta, guardando el luto. Era visible desde la lejanía, pues se movía por efecto del viento desde lo alto de una almenara. La piedra del castillo daba talla de su resistencia, y eso a lord Byron le reconfortó: sabía que sus hombres habían mantenido firme la figura del águila y, por consiguiente, el dominio sobre el territorio. Lord Penten dio la orden, y uno de los soldados que cabalgaba próximo a él tocó el cuerno. El grave sonido retumbó en los verdes valles, y, como un virus infecta un cuerpo, el sonido se extendió por todo el terreno que les circundaba. La comitiva quedó quieta, a la espera de señales. La puerta del castillo se abrió, y un hombre a caballo cabalgó hacia ellos. El jinete cabalgaba como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás, sin vacilar. Parecía que la muerte le persiguiera, y el hombre así lo supiera. De los bosques circundantes varias flechas volaron hacia él, y dos de ellas acertaron en su pecho. Esto no detuvo su marcha, pues llevaba una fuerte coraza de acero norteño. Una tercera flecha hizo diana en su cabeza, y el jinete cayó muerto cuando apenas había recorrido 200 metros desde la puerta de la fortaleza. Lord Mirror gritó:

      —¡Hombres, hombres obscuros por todas partes!

      Al tiempo, varios cuernos en el interior del castillo comenzaron a sonar al unísono, avisando a los visitantes del peligro. De los bosques cercanos salían hombres por centenares y, tras ellos, el bosque temblaba como lo hacían los charcos del suelo. Las ramas de las copas de los árboles se movían de forma descontrolada, y, tras los bárbaros obscuros, los soldados de ambos estandartes pudieron contar ocho trols negros.

      —¡Trols, trols! —gritó uno de los soldados:

      —¡Preparad los arqueros y retrasadlos, lord Penten! —fue la orden de lord Byron.

      —¡Arqueros, conmigo! —alzó la voz su capitán.

      Lord Penten retrasó a los arqueros, ya que caminaban tras los jinetes que lo hacían en la avanzadilla. Los cuernos del interior del castillo habían cesado. Las hordas bárbaras, seguidas de sus trols negros, se aproximaban hacia ellos. No tenían jinetes, y casi todos los hombres iban armados con espadas. Los trols llevaban grandes hachas de acero cada uno, y los pocos arqueros de los que disponían ya disparaban sus flechas desde la retaguardia contra los hombres del rey y de lord Byron.

      Lord Byron tiró fuertemente de las riendas de su negro caballo, y este relinchó fuertemente mientras se recolocaba sobre el terreno. El señor del Norte gritó:

      —¡Caballería, al frente!

      Todos los caballeros empezaron a arremolinarse mientras iban formando varias hileras. Cada vez llegaban más caballeros, y más hileras se formaban. Las hordas obscuras estaban ya a unos 500 metros cuando lord Byron lanzó al viento un grito de guerra. El suelo sonaba como 1000 tambores; los caballeros de ambos estandartes partían la lluvia al dirigirse hacia su objetivo. El rey Ark se había incorporado al ataque; aunque algo más retrasado, también lo había hecho lord Mirror; el gran guerrero que se había forjado en las tierras del sur no se alejaba de su señor. Y así, hombres barbudos y de cabello obscuro junto a hombres, la mayoría imberbes y de pelo blanco, dirigían sus vidas y a sus valientes caballos contra el invasor. Los bárbaros de las tierras cenagosas de más allá del estrecho del Nak no se amedrentaban, y blandían al aire sus hachas y espadas.

      El choque de ambas fuerzas fue efímero y a la par violento. Los caballos y sus jinetes se abrían paso fácilmente bajo la infantería obscura, pero, al avanzar varios metros, muchos de los jinetes eran derribados y caían. La infantería cargaba contra las tropas obscuras tras la caballería, y no habría de pasar mucho tiempo entre sendos ataques. Los arqueros, a la espalda de ambos grupos militares, nublaban el cielo con sus flechas.

      Hombres de toda índole caían en el campo de batalla, tiñendo de sangre el verdor del valle. El ataque era intenso, pero más intenso comenzó a ser cuando los trols negros entraron en batalla. Esta raza era la más grande conocida, y sus hachas hacían estragos en la trifulca. Derribaban jinetes y cortaban por la mitad a hombres obscuros o venidos de más al sur. Lord Byron combatía valientemente en el ardor de la batalla; el rey lo hacía un poco más en la retaguardia, junto a lord Mirror. Los tres jinetes se libraban de enemigos desde sus caballos. Era digna de ver la destreza con la que el rey Blanco combatía. Sin duda, un hombre para los despachos en la ciudad Inmaculada, pero también un gran guerrero en batalla.

      Uno de los trols, el cual tenía el pecho plagado de flechas, se aproximó, gritando un sonido gutural, hacia lord Byron. Era una bestia de unos cinco metros de altura. Su pelo era negro y pardo en su barriga. Sus ojos negros parecían dos piedras que no mirasen a ningún sitio. El golpe de hacha cayó sobre el duque; este lo esquivó con maestría. Lord Byron quedó en posición próxima al trol, y atravesó su corazón con su espada desde el caballo. El animal lo asió de la cintura con su mano e intentó aplastarlo, pero su corazón no soportaba ya ni el peso de su propio cuerpo, y yació en el suelo: ahora el duque combatía a pie. Extrajo su espada del pecho del trol y derribó a un enemigo que se le aproximaba por la espalda.

      Muy cerca de allí, el rey Ark y lord Mirror combatían juntos. Las innumerables tropas del tigre negro mantenían alejados a los trols de su señor. Uno de los bárbaros derribó el caballo del rey, que cayó al suelo. Cuando la espada del hombre obscuro estaba a punto de alcanzar al rey, lord Mirror mató al bárbaro norteño. Se dirigió rápidamente al rey para asirlo y levantarlo, pero este se incorporó de forma autónoma. El rey volvió a su caballo, y ambos hombres prosiguieron el combate. Lord Penten había ordenado a sus arqueros que disparasen las flechas hacia los pocos arqueros obscuros; así se aseguraba no herir a sus propios compañeros y diezmar los pocos efectivos con arco del enemigo.

      Así y todo, muchas flechas cayeron sobre el centro de la batalla. No era especialidad de lord Penten el dirigir a los arqueros, pero así se lo había ordenado su duque. Las puertas del castillo se abrieron, y unos 200 hombres a caballo salieron de la fortaleza Oeste para atacar la retaguardia enemiga. Las escaramuzas continuaban, al tiempo que los nuevos combatientes se acercaban. La lluvia se hizo intensa por momentos, y el cansancio se apoderó de algunos combatientes.

      El ejército bárbaro intercalaba hombres equipados con negras armaduras y obscuros yelmos, que se confundían con las de los hombres del tigre negro y hombres únicamente vestidos con sucias y rasgadas vestiduras. Las bajas se multiplicaban en ambos bandos, pero la merma era más evidente del lado bárbaro. Cuando las nuevas armaduras grises del águila norteña se incorporaron al ataque, los invasores quedaron completamente rodeados. Sin arqueros, solo la infantería en pie, y sobre todo los trols, suponían una amenaza. Fue duro derribar a dos de ellos, los más grandes, de unos seis metros. Eran más fuertes que el resto, y sus cicatrices daban cuenta de su supervivencia en anteriores batallas. Las bestias fueron rodeadas por la infantería y la caballería.

      Las bajas eran constantes por los golpes de hacha de los trols; a la par, las flechas de los hombres dirigidos por lord Penten agujereaban los cueros de sendos trols negros. Todo terminó cuando el último cayó. Dos de los soldados degollaron a los monstruos, que ya estaban muertos. La sangre salía por sus gargantas a borbotones, y manchaba las botas de los dos soldados. Todo en derredor suyo quedó marcado por la sangre diluida. La lluvia ahora apenas dejaba ver. El sol hacía intenciones de ocultarse, y obscurecía cuando la batalla expiró. Lord Byron miró a uno de los soldados que había salido del castillo; tenía la insignia de plata del águila gris que solo los capitanes llevaban, pero no era el capitán Valinor, el cual había sido nombrado defensor de la fortaleza del Oeste por el propio lord Byron dos años atrás.

      —¿Dónde está el capitán Valinor,


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