El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas. Óscar Hornillos Gómez-Recuero

El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas - Óscar Hornillos Gómez-Recuero


Скачать книгу
por la enfermedad de su padre a temprana edad, y de su madre a más temprana edad todavía. Con la muerte del rey Ark padre, se dio la necesidad de que el joven rey Ark reinara sobre toda la isla del Ulmen. Se apoyó bastante en los dos duques que dominaban los territorios del norte, lord Byron, del castillo Gris, y lord Glim, de la porteña y comercial ciudad de Ávalon. El rey no había conocido esposa, y ya rondaba los 40 años. Por ello, las gentes de su ciudad cuestionaban su condición viril. Era tema tabú en todas las cortes que el rey visitaba. Durante su estancia en los lugares, nadie osaba a hablar de este tema ante el rey, pero, en el fondo, los señores del norte sabían que esto era un problema para la continuidad del reino. La familia White había dominado la isla del Ulmen desde tiempos inmemoriales.

      A mitad de jornada, las huestes habían parado para comer. Algunos hombres del rey mostraban en sus rostros algo de preocupación. De los bosques cercanos venían algunos sonidos agudos de dudosa procedencia animal. Parecían señales, señales de ojos que observaban a las tropas invasoras. El camino que atravesaban era conocido como el camino del Infierno, debido al lugar directo al que se dirigía, pero era la ruta más rápida para llegar al estrecho del Nak y a las fortalezas del norte desde el castillo Gris.

      Las tropas habían atravesado los montes Nuik, muy próximos al castillo Gris. Ahora se encontraban sobre un gran y verdoso llano, con continuos bosques de pequeño tamaño que volvían a salpicar el terreno de nuevo. Los hombres de lord Byron y del rey terminaban su almuerzo, jugaban a los dados sobre el lecho, charlaban, o bien descansaban recostados. La lluvia hacía más de una hora que había cesado, y permitía este remanso. Tras más de una hora de descanso, lord Penten hizo una señal levantando su brazo, y las tropas del águila gris se pusieron en movimiento, y, tras ellas, las del rey, que estaban capitaneadas por lord Mirror. Era hombre de confianza del rey y, en caso de combate, sería quien dirigiría a los estandartes del tigre en batalla.

      El camino era ya mucho más fácil de completar, tanto a pie como a caballo. La llanura boscosa se extendía hasta donde la vista alcanzaba. La fila de hombres y bestias se prolongaba por más de tres kilómetros. Continuaron caminando con la misma cadencia hasta el atardecer. Al final de la jornada pudieron vislumbrar, en la lontananza, las montañas Viejas: era el preludio de las tierras obscuras. Tras estas moles de piedra se encontraba el objeto de su viaje.

      Los soldados hicieron el campamento con gran celeridad, notándose sus dotes para este fin. Eligieron una zona algo apartada de los bosques, como tomando precauciones hacia estos. La noche trajo lluvias, pero no hizo callar los ruidos de los animales del bosque, que completaban la escena dando un toque misterioso que a algunos soldados no agradaba, al no saber que ruidos eran de animales y cuáles no. Se prepararon carnes hervidas en enormes ollas que viajaban en carros. La carne fue acompañada por pan ácimo y por una especie de puré de judías que no agradó mucho a los hombres del rey. En la parte exterior del campamento se colocaron soldados cada pocos metros, y siempre junto a fuegos. A cada vigía le acompañaba un cuerno de carnero colocado a modo de collar junto a su pecho. Esta última precaución había sido tomada a petición de los hombres del rey. El duque North, el rey y sus hombres de confianza, lord Penten y lord Mirror, se hallaban en una de las tiendas.

      —Todo el perímetro está asegurado, mi señor —dijo el duque al rey.

      —Mis hombres están un poco nerviosos, pero esos ruidos del bosque no nos deben preocupar —le contestó el rey.

      —Estamos muy cerca de las aldeas norteñas; no es descabellado pensar que los hombres obscuros hayan llegado hasta aquí —de nuevo, lord Byron le habló al rey.

      Lord Penten se acercó a una mesa que se encontraba en el centro de la tienda, y observó detenidamente las piezas allí colocadas. Estaba todo dispuesto en una especie de mapa que representaba las tierras más al norte de la gran isla del Ulmen. Los arqueros, huestes bárbaras y los soldados del rey Ark se distinguían fácilmente unas de otras. Parecía una obra recreada para desarrollar una batalla sobre el mismo tablero hasta sus más últimas consecuencias. El resto de señores se acercaron al lugar donde se encontraba lord Penten.

      —En mi opinión, lo más seguro es tomar las aldeas del oeste de las montañas Viejas. Asegurar nuestra posición allí y alcanzar la fortaleza Oeste después. Dejaríamos hombres para taponar la salida al camino del Infierno; así guardaríamos las tierras que hemos dejado atrás —procedió lord Mirror.

      —Pareces un buen estratega, lord Mirror. Está claro que no podemos dividir nuestras fuerzas; sería mejor dejar el paso oeste hacia el castillo Gris defendido —le dijo lord Byron.

      —Así obraremos, pues —cerró el rey de la ciudad Inmaculada.

      Mientras hablaban, comenzaron a sonar varios cuernos por todo el campamento. Al tiempo, se escucharon voces de soldados en el exterior, anunciando un ataque. Los cuatro hombres salieron, al tiempo que iban desenvainando sus espadas. «Hombres obscuros», se pronunciaron algunos soldados.

      Venían hombres de todas partes. Hombre de capas y vestiduras muy obscuras, incluso muchos llevaban las ropas raídas, como si llevaran mucho tiempo alejados de un lar. Su aspecto era similar al de los norteños; pelo obscuro al igual que su piel, y ojos negros como el lodo. Los hombres de lord Byron y los soldados reales contraatacaban. Flechas, lanzas y espadas blandiéndose constituían el alma de la batalla. Varios bárbaros se aproximaron a los cuatro señores que salían de la tienda. Las espadas chocaban, al tiempo que algunas flechas volaban por encima de sus cabezas.

      La refriega continuó por algunos minutos. Tras el ataque, quedaron por el espacio numerosos cadáveres esparcidos. Casi todos eran hombres obscuros. Los hombres del norte contaron siete bajas, y los del sur, 12. Los enemigos eran algo más de 100.

      —No tiene sentido este ataque. 100 hombres atacan a más de 4000 —propuso lord Penten.

      —¡Estaban buscando algo, eso seguro! —le explicó su duque.

      El rey Ark apretó su mano contra un objeto que llevaba en su pecho. Al contemplar el gesto, pareciere que fuera un colgante, y así lo pensó lord Byron, el cual miró con recelo al rey sin que este se percatara.

      Los soldados hicieron pequeñas piras para los cuerpos de sus compañeros. El resto de cuerpos fueron quemados todos juntos en una gran hoguera en el exterior del campamento. El día se hizo en el campamento por momentos, y el olor a cuerpo quemado obligó a la mayoría de los hombres a buscar el cobijo de sus tiendas. Ni siquiera la lluvia, que no dio tregua a lo largo de toda la noche, pudo mermar el fuego que había iniciado el aceite que bañó los cuerpos.

      La luz del nuevo día dejó ver el resto de marcas de la batalla. El suelo estaba plagado de flechas, restos de sangre y algunas espadas y hachas que los soldados recogían. Mientras se preparaba el desayuno, que era una especie de caldo que se hacía con unas hierbas norteñas, y que era muy calórico, la mayoría de los hombres recogía el campamento. La marcha debía continuar; estaban muy cerca de las montañas Viejas y, por consiguiente, de la fortaleza Oeste y de las primeras aldeas norteñas. Nada de lo que fuesen a encontrar era seguro, pero tenían que desvelar el sino que había llegado al norte de la gran isla del Ulmen, y nada les iba a detener. Los aldeanos que allí vivían tenían derecho a ser liberados del mal que se hallaba en sus tierras; largos años de pleitesía a los duques North y, por consiguiente, a la casa White, les hacían partícipes de ese derecho.

      La comitiva bélica continuó avanzando hacia el norte; las montañas Viejas cada vez se hacían más prominentes, y los soldados norteños no podían sino admirarse de su belleza. Largas cadenas de niebla coronaban sus cimas, fabricando un techo natural que daba cobijo a los valientes hombres que venían de más al sur. Los aislados bosques de hayas fueron tornando a espesos y amplios, y la variedad de vegetación se hacía más patente a medida que avanzaban. El suelo era cada vez más verde si cabía, y la primera aldea norteña se erigía imprudente y en llamas a la vista.

      Las sonoras cascadas que caían por los valles no enmascaraban la triste realidad que esperaba a los soldados del tigre negro y del águila gris. Cuando los hombres de ambos estandartes llegaron, encontraron chozas calcinadas y cadáveres esparcidos por el suelo mientras eran devorados por cuervos y hurracas. Los soldados recogieron los cuerpos y privaron


Скачать книгу