Durará este encierro. Группа авторов
humano les arrebató.
Un día despertaremos y todo habrá cambiado: le sacaremos punta a lápices con olor a madera o mojaremos una pluma en tinta violeta y escribiremos cuentos en papel a raya con la letra redonda de nuestros cinco años.
¿Bonito?
¡No me digan que se lo creen!
Porque las utopías que nacen en tiempos de crisis no duran. Porque el ser humano no aprende y la Historia se repite.
Por eso, un día, otro día, despertaremos y nada habrá cambiado.
Pandemia
Claudia Paz
Lima
«Pandemia causada por coronavirus», leí en el Instagram de un diario local. Era viernes 13 de marzo de 2020. ¿2020? El 2020 supuestamente era un número hermoso, según mi romanticoide y sentimentaloide modo de pensar. No me creí tal noticia. Era una mañana soleada y calurosa, y había caminado muchísimo hasta mi taller, donde suelo pintar y crear cosas mágicas junto a mis hermanos. Pasaron las horas y se voceaba una posible cuarentena. Al día siguiente, sábado, las noticias comunicaban que el número de infectados había subido en Lima. No lo tomé a la tremenda. Salí a comprar junto a mi hijo Chavi, el segundo, piqueos y una botella de vino para hacerles una visita a mis padres por la tarde. Tomé un taxi de aplicación, el servicio más costoso, para estar tranquila con la limpieza del auto. Pasamos una linda velada. Al despedirme de mis padres, lo hicimos con un abrazo fuerte, acostumbrado.
El domingo por la mañana me tomé en serio la pandemia. Era una avalancha de noticias tristes. Acepté por fin los rumores sobre la cuarentena. Por la noche, el presidente dio la orden del encierro por quince días. ¡Increíble pero cierto! El lunes por la mañana comprendí que el encierro no era un juego. Nunca me gustó agarrar un trapo para limpiar el piso, nunca había tenido un encuentro cercano con ese químico llamado «lejía», nunca me gustó amarrar una bolsa de basura, ni menos me gustó cocinar. Mis máximos intentos culinarios fueron tallarines con tuco, huevos revueltos con jamón y queso, y jugos de fruta. Paro de enumerar. Llamé a mi hermana Andrea y al finalizar de nuestra conversación me dijo: «Bueno, voy a cocinar unas buenas menestras». ¿A cocinar?, ¿unas buenas menestras?, ¿yo? ¡Me sentí morir! ¡Quería llorar! Mi alimentación y la de mis críos habían dependido siempre de alguien más. Las cebollas, los ajos y los tomates no habían tenido contacto jamás con mis manos. Un nudo en la garganta. «¿Aló?», Andrea seguía al celular… «¡No te deprimas! ¡Puedes hacerlo!». De inmediato revisé tutoriales en YouTube y puse manos a la obra. Abrí nuestra pequeña alacena, saqué una bolsa de alverjitas, las verduras necesarias y me dije «Si una mujer puede cocinar, todas podemos».
El resultado fue exitoso: alverjitas con arroz, ensalada de cebolla, palta y tomate, y saltado de pollo con cúrcuma, acompañado con agua de piña y como postre, gelatina. «¿Mami, tú has hecho el arroz?, ¿también has hecho arroz?», me preguntó Chavi incrédulo, «lo bueno de esta cuarentena es que vas a cocinar tú». Como dicen las abuelas, «Nada sabe más rico que un platillo hecho por mamá».
El encierro me ha convertido en una mujer útil en mi hogar.
La ficción era esto
Fietta Jarque
Lima
Le llaman realidad virtual, ¿no? Parece un oxímoron, un concepto que surge de un choque de palabras que se contradicen. ¿Cómo va a ser real lo virtual? Sí, claro, la poesía se nutre de expresiones que en el duelo de sus significados generan su propia lógica reveladora… No, madre, me dijiste, esto no es literatura. Tampoco es real, ni lo imaginas, pero se vive. Y me lo demostraste. La realidad virtual es esto, insistías y me pusiste ese casco aparatoso que hacía que mi cabeza pesara el doble o que mi cuello se adelgazara como el de un pájaro. Y yo no lo sabía pero justamente me convertiste en un ave poderosa, en un águila. Sí, se llama Eagle Flight, me explicaste. Y como un fogonazo, inesperadamente, todo sucede dentro de mi cabeza. Con ella y ciertos desplazamientos del tronco dominas tus movimientos, porque de pronto estás volando a una altura vertiginosa y a una velocidad a la que no estás acostumbrada. Pero lo sobrecogedor es lo que ves. Es la ciudad de París, totalmente despoblada, con plantas que han invadido calles y edificios, animales que campan libremente por las calles. Y yo vuelo sin poder detenerme. Soy torpe, no sé de videojuegos. Me cuesta bajar o subir en este vuelo sin chocar con los edificios, entrar a callejones que quizá fueron pintorescas calles con cafés llenos de gente y ahí solo hay maleza, abandono, una extraña ruina sin destrucción. Solo ausencia. Una jirafa, una cebra. ¿Por qué? El zoológico abierto, quizá. Y ninguna persona. La humanidad desaparecida por completo. Sin explicación alguna. Solo la intriga del águila, si es que ella se pregunta qué pasó con todos ellos.
Un dron sobrevuela Lima hoy y al verlo vuelvo a sentirme esa águila. Todos los humanos están confinados. En el exterior reina el silencio y una invisible amenaza devastadora. Y hay drones que han grabado videos aéreos de Venecia, Florencia, que te muestran calles de Pekín, Bangkok, Madrid, Nueva York, vacías y fantasmales. ¡Todas a la vez! Vacías, pero florecientes. Mejores sin nosotros. Porque lo que ha desaparecido, las hordas invasoras, dejan ahora ver prodigios antes reservados al dominio de lo irreal como ese París virtual antes de que la maleza lo asilvestrara. Y las más alocadas ficciones se han quedado obsoletas. También queda anacrónico todo lo que ignore este estado de desaparición. Intentas leer y un personaje que baja a la calle, en un acto que no entraña misterio o drama alguno, se convierte en algo como un banquete para el hambriento. Lo antes banal, normal, hoy se ha vuelto inverosímil. Porque en estos días la ficción se vive con los ojos abiertos. Se han invertido los mundos, hemos traspasado el espejo. Todos, todos nosotros. Y es que además, tampoco se trata simplemente de las dos realidades invertidas del espejo, hay un plano más. Porque la realidad que creemos vivir, los paisajes desolados de ciudades abandonadas, los vemos en videos o fotografías, es decir, a través de una realidad intermedia. Porque no puedes salir. No puedes salir de esta cabeza que son tu casa y sus límites. Ese casco de realidad virtual es donde suceden ahora los dramas que provoca el encierro, tanto de los hacinados como de los solitarios. Y afuera, afuera, lo imposible de imaginar ha ganado la partida.
A laranjeira (El naranjo)
Julia Wong Kcomt
Lima
Anaranjado, amarillo, rojo sangre, son los colores que uso para pintar las naranjas del árbol. Cada una de diferente tamaño. Pongo mucha paciencia en contornear sus formas cilíndricas.
Logré comprar algunos periódicos antes de abordar el avión de Lisboa hacia Lima; dos en portugués, uno en inglés, uno en italiano. La información era la misma: se avecinaban días diferentes para el mundo. Treinta mil soldados norteamericanos desembarcarían en Italia, y eso cambiaría la faz de Europa. De ahora en adelante tendremos que pintar círculos anaranjados. No solo yo, quizás los habitantes de Portugal deberían cambiar de oficio y pintar naranjas, buscar nuevas tonalidades. Los ejercicios militares destrozarán el ecosistema. Treinta mil soldados sin máscaras para aliviar el coronavirus, solo que esta operación estaba prevista desde hace más de un año y el coronavirus apareció recién en diciembre, en Wuhan, donde también hay una base militar. No sé nada de mi primo Nan. Se dedica a fabricar material quirúrgico y abastecer de indumentaria de trabajo a una filial de la base militar de Hubei. Ni siquiera deseo pensar si recibiré más de sus graciosos mensajes por el WeChat. Si pinto naranjas, este momento parece pasar con rapidez. ¿Por qué han cercado a la bella Italia? Pienso que no podrían llegar portaaviones, helicópteros o misiles a Lombardía si la gente está pendiente. Italia es el país de Gramsci, de Leonardo y Galileo, de Dante, es el país de Baricco. Los italianos son personas despiertas, se darán cuenta de lo que están tramando. No puedes invadir un continente a vista y paciencia de observadores inteligentes. «Las naranjas italianas representan el 3 por ciento de la producción mundial y su calendario de maduración es reducido, están disponibles en los mercados de noviembre a mayo. Entre los tipos de naranja italiana más comunes se encuentran las Tarocco, las Navel y las Rojas Sicilianas». Las naranjas portuguesas no son las mismas. Meu laranjeiro es el que