SEXO ORAL, Relaciones carnales entre Sexualidad y Lenguaje. Malena Silvia Zabalegui

SEXO ORAL, Relaciones carnales entre Sexualidad y Lenguaje - Malena Silvia Zabalegui


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cercana y su capacidad envolvente (del pene, claro).

      Como vemos, entonces, la palabra vulva y la palabra vagina –pese a que designan territorios identitarios típicos femeninos– remiten con su etimología exclusivamente al mundo masculino (envuelven y envainan al pene), como si la entrepierna de la mujer fuera para los varones una simple colonia de ultramar en la cual ellos pudieran desembarcar a voluntad.

      Así, nos encontramos con que el clítoris, la vulva, la vagina y el útero todavía no establecieron sus fronteras exactas en la psiquis popular ni en el discurso sexual. Aunque podemos separar con absoluta precisión pene de testículos, aún no somos capaces de identificar con claridad las distintas zonas femeninas y sus diferentes funciones. Porque fueron varones auto-referenciales quienes bautizaron a las cosas y también a las zonas erógenas, el vocabulario sexual vigente no considera todavía a los genitales femeninos como una fuente de placer para ellas, sino como una útil cavidad donde volcar los fecundos fluidos de ellos. Este hecho lo confirman los diccionarios al informarnos que una cachucha es tanto una vagina como una vasija pequeña, y comprobamos así que la vagina sería solamente un recipiente pequeño, un recibidor minorizado. ¿Recibidor de qué? De semen.

      En línea con todo lo anterior, nos encontramos con que la palabra genitales significa fecundo, relativo a la reproducción animal y propicio para un nuevo nacimiento. Esta definición y su esencialismo procreativo nos confirman que el pene y los testículos sí serían genitalia (y merecerían, por lo tanto, ser mencionados en el discurso sexual patriarcal), pero la vulva y el clítoris no entrarían en esta categoría porque no cumplen ningún papel en el acto de fecundación, razón por la cual el patriarcado no encuentra motivos que justifiquen su enunciación y divulgación.

      Si nos alejamos un poco de las partes más “pudendas”1 pero siempre hablando de sexualidad, nos encontramos con el pecho, esa palabra que sirve tanto para designar pectorales bien de macho como senos bien de hembra. Quizá porque la sílaba /pe/ –con su sonido /p/ eyaculador– remite a lo masculino y la sílaba /ʧo/ –con su sonido /ʧ/ despectivo– recuerda lo femenino, o tal vez porque todas las personas lucen pezones y cierta protuberancia en el área, pecho es una palabra ambigua en materia de género. Sin embargo, los hombres han sabido inventar apodos exclusivos para esta zona femenina, aunque con una clara distinción: tetas o lolas para las mujeres delgadas “decentes”, y gomas o globos para las exuberantes, para aquellas mujeres infladas/inflamadas/encendidas, que despiertan en ellos más deseo y –por psicología inversa– resultarían “indecentes” ante sus ojos.

      Ahora: es interesante notar que, dentro de este grupo de sinónimos, la palabra teta –heredada de la biología– es la que lleva la menor carga erótica. Tal vez sea la proximidad con la zoología la que des-erotiza a esa palabra, pero lo cierto es que tanto la teta como su diminutivo tetilla son sustantivos que comienzan con /t/, un sonido clasificado en fonética como "sordo" porque su articulación exige pasividad en las cuerdas vocales, o sea: ausencia de vibración y –quizá por eso– ausencia de connotación sexual. En cambio, las palabras lola, goma y globo resultan voluptuosas al oído por diversas razones. En principio, estos tres sustantivos ponen el acento en una letra o que –por su redondez– recuerda no sólo al pezón y a la mama, sino a una boca abierta dispuesta a encastrar y succionar. Pero, además, aquellas tres palabras incluyen consonantes etiquetadas fonéticamente como "sonoras" porque exigen la vibración (¿la sacudida?) de las cuerdas vocales. La l libidinosa de lamer (lascivia, lujuria), la m mimosa de mamar (mamá, amor) y la b burbujeante de besar (baba, bombón) se presentan como sensuales arrullos que incitan al deseo: (leer lento, con erotismo) “lalála”, “mamita”, “bebota”.

      Resulta oportuno destacar también que los sinónimos de teta que encierran la idea de exuberancia (goma, globo) comienzan con la gloriosa g, consonante que suele dar inicio a palabras relacionadas con la garganta profunda, tales como ganglio, gárgara, glotón, golosina, grito o gruñido. Así, los pechos femeninos exuberantes llevarían al varón sexista a asociar gomas y globos con penetración (encastre, otra vez), y –entonces– todas las letras mencionadas (o, l, m, b, g) y sus sonidos asociados estarían recordándonos la reproducción humana: el ancestral instinto de succión, deglución y alimentación universalmente ligado al pecho femenino, y el coito pene-vagina que asegura la permanencia de la especie en el planeta.

      No debe sorprendernos, por lo tanto, que no exista vocabulario erótico para aludir a los pechos del varón, pese a que la infinidad de terminaciones nerviosas con que cuenta el hombre en sus pezones los convierte en una importante zona erógena en potencia. Porque el placer se encuentra tan desestimado en el modelo social patriarcal, el discurso sexual vigente relaciona la natural sensualidad de los pezones exclusivamente al género femenino, al acto de amamantamiento y, por ende, a la reproducción.

      Si damos vuelta la lámina del cuerpo humano, la zona donde la espalda cambia de nombre puede llamarse también de múltiples formas: cola o nalgas (en biológica definición mamífera), traste o trasero (por su ubicación en la retaguardia), posaderas o asentaderas (dada su práctica función acolchonada) o simplemente culo. Pero es sólo este último sinónimo el que tiene connotaciones eróticas en Argentina porque es la misma palabra que usamos para hablar del ano (aludido también como culito) y ya sabemos que los orificios corporales despiertan en el hombre todo tipo de emociones sexistas: se trata de agujeros a través de los cuales el varón puede marcar territorio a la manera de un macho alfa, derramando su simiente e impregnando el orificio con sus espermatozoides, aun cuando un embarazo no sea factible.

      Al repasar el vocabulario que vimos hasta el momento, notamos que las palabras que más sinónimos eróticos suscitan son –en general– las que designan aquellas partes del cuerpo humano más directamente involucradas en el coito desde el punto de vista masculino heterosexual patriarcal: pene en erección y vagina a disposición. Es fácil comprender que el hombre primitivo se haya dedicado a nombrar las zonas que mejor respondían a sus intereses ontológicos y que haya ignorado o subestimado a todas las demás, propias o ajenas. Pero resulta muy contradictorio que los sustantivos sexuales más eróticos y juguetones no sean los que se refieren a las áreas de mero placer –como podría esperarse– sino a aquellas partes humanas que a simple vista parecen cumplir una función esencial en el proceso reproductivo: el pene y la vagina. En cambio, las zonas que resultan inútiles para la procreación y que en la cama sólo se prestan –felizmente– para la recreación (tales como el cuello, las tetillas masculinas o el clítoris) cargan con nombres muy poco lúdicos y no cuentan con ningún tipo de sinónimo. Vayamos pensando por qué.

      En el listado de palabras que escribieron en el juego preliminar, ¿cuánto tardaron en incluir la palabra pene (o algún sinónimo) y cuánto tardaron en incluir la palabra clítoris (en caso de que la hayan incluido)? Si –en términos de histiología y de placer– pene y clítoris son equivalentes, ¿a qué puede deberse esta inequidad?

       MATEMÁTICA - Medidas y mentiras

      Juego preliminar: Un tema clásico en materia de sexualidad es la cuestión de la importancia del tamaño. Describan brevemente sus sensaciones al respecto.

      Desde tiempos inmemoriales, el tamaño del pene se relacionó a nivel popular con la virilidad, la fertilidad y la posibilidad de brindar placer a la pareja. Aunque ya se sabe que la masculinidad y la capacidad reproductiva nada tienen


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