SEXO ORAL, Relaciones carnales entre Sexualidad y Lenguaje. Malena Silvia Zabalegui

SEXO ORAL, Relaciones carnales entre Sexualidad y Lenguaje - Malena Silvia Zabalegui


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de una ciencia dura: la matemática.

      En términos generales, la vagina humana tiene unos 9 centímetros de profundidad, mientras que el pene erecto llega –en promedio– a unos 14 centímetros de largo. (Detengámonos unos segundos acá para que los lectores machos puedan medirse.) Sin lugar a dudas, las cifras mencionadas evidencian que el falo resulta bastante más largo que la vagina, lo cual no sólo no supone ningún beneficio para el dúo de amantes, sino que –de hecho– puede causar gran malestar en la persona penetrada.

      Es sabido que, en una primera relación sexual, la invasión del pene suele causar dolor en la mujer, ya que probablemente ella sea joven (su organismo aún no terminó de crecer) y –por supuesto– todavía su vagina no está dilatada por la práctica sexual o la experiencia de un parto. Pero también en mujeres experimentadas y sexualmente activas, en determinada clásica posición –cuando ella está boca arriba y las piernas recogidas acortan la vagina–, la presión excesiva del pene durante la penetración suele comprimir –por ejemplo– los intestinos de ella, y el dolor que provoca tal compresión no contribuye en nada a una atmósfera de placer, en especial teniendo en cuenta que las mujeres necesitan estímulo placentero constante para llegar a un orgasmo. ¿Por qué existirá, entonces, tal desproporción anatómica? ¿Cómo es que vaginas y penes no se adaptaron naturalmente unas a otros (u otros a unas) para evitar el malestar mencionado?

      Conviene recordar acá que, cuando el pene no está involucrado en una situación erótica, su tamaño fláccido es de apenas 8 o 9 centímetros de largo, exactamente la profundidad de una vagina. Entonces, ¿por qué el pene no conserva ese tamaño y simplemente se pone rígido para la penetración, en vez de ponerse largo y rígido? Si el pene en reposo tiene un tamaño más cómodo y proporcionado, la desproporción anatómica que genera el pene erecto evidentemente tiene fundamentos relacionados con su capacidad reproductiva. El órgano masculino parece haber sido diseñado para volverse excesivamente largo con dos propósitos fundamentales: a) para que –al entrar y salir de la vagina durante el coito– el pene no se escape por error de su “vaina” y corra el riesgo de eyacular afuera; y b) para que –en caso de eyacular adentro– el semen alcance enseguida el fondo de cualquier tamaño de vagina y asegure así que los debiluchos espermatozoides tengan que recorrer la menor distancia posible y no se agoten en su frenético nado hacia los aposentos del deseado óvulo. Estas características orgánicas de varones y mujeres confirman que el propósito ontológico del acto pene-vagina es la reproducción humana y no el placer compartido entre dos, ya que –a la hora de repartir roles en esta película– no sólo el clítoris no fue convocado al casting, sino que el papel de víctima es siempre para las mujeres.

      Los tamaños mencionados, como vemos, demostrarían que un pene erecto largo podría quizás tener más chances de embarazar que uno corto, al poder depositar semen directamente en el cuello del útero, sin que los espermatozoides deban realizar una arriesgada travesía trans-vaginal. Pero –como anticipamos– este acortamiento de la distancia pene-útero en nada se relaciona con el placer: de hecho, el fondo de la vagina carece de toda sensibilidad y por lo tanto no supone un lugar de goce para la mujer. Mientras tanto, la zona de mayor sensibilidad placentera (la vulva y el clítoris) se mantiene bien indiferente ante el tamaño del pene.

      De todos modos, aunque es cierto que la longitud no constituye una ventaja, el grosor del miembro viril sí tiene (cierta) incidencia a la hora de satisfacer (algunas) necesidades sexuales de las mujeres. Como dijimos, la zona externa femenina es la que causa el verdadero éxtasis, por lo que –cuanto más gordo sea el pene– más estimulación sentirá la mujer en la entrada de la vagina y en sus alrededores. Aunque esta estimulación rara vez alcanza para lograr un orgasmo en ella, al menos le puede resultar muy placentera.

      Volvamos entonces a la matemática. ¿Qué tan ancho debe ser el pene para excitar a la vulva y alegrar a la mujer? Las encuestas disponibles (muy poco fiables, por cierto) indican que la circunferencia promedio del pene erecto es de unos 11 centímetros. Sin embargo, del mismo modo en que se suele exagerar el largo peneano deseable, los 11 centímetros de circunferencia que la oficialidad promociona parecen ser insuficientes si los comparamos con la vivencia empírica. Ante este escenario, sería interesante averiguar por qué los sexólogos (que históricamente siempre fueron varones) deciden hacer pública una cifra menor a la real y si este "ir a menos" no es una forma de ofrecer consuelo a aquellos machos que no alcanzan las longitudes establecidas como ideales. Dado que esto es sólo una especulación, serán las estadísticas matemáticas las que deban dar respuestas fehacientes al asunto.

      En cualquier caso, basándonos en el discurso de todos los días, parece evidente que los hombres siguen preocupados por alargar su alter ego y no por engrosarlo. En verdad, existen numerosas técnicas y tratamientos médicos, e incluso intervenciones quirúrgicas (aunque de dudoso resultado), que prometen agregar centímetros tanto al largo como al ancho del pene. Pero, según la información disponible, los hombres sólo acuden a los consultorios para pedir un alargamiento del preciado miembro, de modo que el ancho –y el consecuente goce femenino– no parece ser una preocupación masculina.

      Cabe recordar acá que, en momentos de (mucho) ocio, los varones suelen disfrutar de una atávica competencia que consiste en hacer pis al aire libre y tratar de que el chorro llegue lo más lejos posible. Por desgracia, el objetivo de esta práctica no es orinar sin salpicar (¡habilidad que contribuiría a una mejor convivencia!), sino reforzar la idea de que lo importante en el plano cartesiano es dominar el eje “y” vertical y no el “x” horizontal. Curiosamente (o no), en matemática el eje vertical es el "eje de las ordenadas", y en materia sexual parece confirmarse que "la orden", el mandato ancestral, es llegar lo más lejos posible. Resulta también apropiado recordar que, en materia de cromosomas, el macho se referencia con las letras XY y la hembra con las letras XX, de modo que la Y distingue lo masculino, erecto y vertical, mientras que la X simboliza lo femenino, inerte y horizontal, incluso cuando hablamos de una fría ciencia matemática o de una biológica composición genética.

      Si de números, medidas y tamaños se trata, resulta inevitable revisitar el más arraigado mito sexual argentino: la famosa "ley de la L". Como si el rol de la naturaleza fuera satisfacer las fantasías eróticas de los varones, existe la creencia de que los hombres bajitos verían compensada su corta talla con la portación de un importante miembro viril. A falta de centímetros en altura, los varones tendrían la supuesta ventaja natural de ostentar centímetros extra de largo. Ahora bien: dado que las personas latinoamericanas no nos caracterizamos por una gran estatura física sino todo lo contrario, y dado que en materia de educación sexual sufrimos la prescripción histórico-católica de sexo-exclusivamente-reproductivo, este absurdo mito de la L no hace más que naturalizar la idea de que los penes en nuestra región deben ser largos y potentes, en el doble sentido de que “seguro que son largos y potentes” y que “tienen la obligación de ser largos y potentes”.

      En cualquier caso, y como ya anticipamos, todo lo anterior parece reforzar que –para el hombre heterosexual promedio– el objetivo de las relaciones sexuales no sería precisamente el de dar y recibir placer en un plano de equidad. Si este fuera el caso, los varones considerarían masivamente engrosar su pene e, incluso, preferirían dar sexo oral (con estimulación directa de la zona erógena) o sexo anal (con mayor fricción y sensibilidad) antes que sexo vaginal (que no supone una estimulación directa del clítoris ni es suficientemente apretado en la vida adulta). Lamentablemente, las prácticas vigentes desestiman al placer femenino y simplemente promueven en los hombres el mandato del pene largo para que lleguen con su semen lo más profundo posible, se estiren hasta el cuello del útero e intenten en cada encuentro sexual el onto-programado embarazo.

      Por este motivo, el macho argentino se ofende si alguien se refiere a él como chizito o ñoqui (alimentos cortos, aunque anchos), pero se enorgullece si lo llaman manguera o trípode (herramientas largas, aunque delgadas). Notemos, asimismo, que tanto el chizito como el ñoqui son materia orgánica de corta vida útil


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