David Copperfield. Charles Dickens

David Copperfield - Charles Dickens


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entonces iré a buscar a Davy y le diré si quiere recogerme.

      -Y yo te recibiré muy contento, Peggotty: te recibiré lo mismo que a una reina.

      -¡Dios bendiga tu buen corazón! -exclamó Peggotty-. ¡Estaba tan segura! -Y me besó, anticipadamente agradecida a mi hospitalidad. Después volvió a taparse la cara con el delantal y a reírse de Barkis; después, cogiendo al niño de la cuna, lo estuvo arreglando; luego se llevó las cosas de la comida, y por fin volvió con otra cofia y su caja de labor, con su metro y su pedazo de cera, todo lo mismo que en los antiguos días.

      Estábamos sentados alrededor del fuego, y charlábamos alegremente. Yo les contaba la crueldad de Míster Creakle, y me compadecían. Les decía lo bueno que era Steerforth, cómo me protegía, y Peggotty me dijo que sería capaz de andar a pie unas millas por verle. Cuando se despertó cogí al niño en mis brazos y le dormí cantando dulcemente. Después me fui al lado de mi madre, y pasando mis brazos alrededor de su talle, como me había gustado siempre tanto hacer, apoyé mi mejilla en su hombro, y una vez mas sus hermosos cabellos cayeron sobre mí, «como las alas de un ángel»; me gusta pensar cuando me acuerdo de ello. ¡Qué feliz era!

      Mientras estábamos sentados así mirando el fuego y viendo las extrañas figuras que formaban las llamas, casi me parecía que nunca había estado lejos, y que míster Murdstone y su hermana eran figuras como aquellas, que se desvanecerían al apagar el fuego, y que de todos mis recuerdos los únicos reales éramos mi madre, Peggotty y yo.

      Peggotty, mientras hubo luz, remendaba una media, y después continuó con ella metida en una mano, como si fuera un guante, y la aguja en la otra dispuesta a dar una puntada cuando el fuego lanzase un resplandor. No puedo comprender de quién eran las medias que Peggotty estaba remendando siempre, ni de dónde provenía aquella cantidad inagotable de medias que coser. Desde mi más tierna infancia siempre la había visto con aquella costura, y ni una vez con otra.

      -Pienso -dijo Peggotty, a quien a veces preocupaban las cosas más inesperadas- qué habrá sido de la tía de Davy.

      -¡Dios mío, Peggotty! -contestó mi madre saliendo de su ensueño-. ¡Qué tonterías dices!

      -Sí; pero realmente me preocupa,

      -¿Cómo se te ha ocurrido pensar en semejante persona? -preguntó mi madre-, ¿No hay en el mundo otras de quienes ocuparse?

      -No sé por qué será -dijo Peggotty-; puede que sólo sea a causa de mi estupidez; pero mi cabeza nunca puede escoger mis pensamientos. Van y vienen por ella como quieren, y ahora he pensado qué habrá sido de ella.

      -¡Qué absurda eres, Peggotty! Se diría que deseas otra visita suya.

      -¡Dios nos libre! -gritó Peggotty.

      -Entonces no hables de cosas tristes -dijo mamá-. Miss Betsey continuará encerrada en su casita a la orilla del mar y no será probable que venga a molestarnos.

      -No -murmuró Peggotty-, no es probable. Pero lo que pensaba era si en caso de morirse dejaría algo a Davy.

      -¡Dios me perdone, Peggotty; pero eres una mujer sin sentido! ¡Sabiendo lo que le ofendió que naciera el pobre chico!

      -Pensaba que quizá estaría dispuesta a perdonarle ahora -murmuró Peggotty.

      -¿Por qué iba a estar dispuesta a perdonarle ahora? —dijo mi madre casi con dureza.

      -¡Como tiene un hermano!… —dijo Peggotty.

      Mi madre inmediatamente empezó a llorar diciendo que parecía mentira que Peggotty se atreviera a decirle aquellas cosas.

      -Como si el pobrecito inocente, en su cuna, te hubiera hecho algún daño a ti ni a nadie. Eres una envidiosa-, mucho mejor harías casándote con míster Barkis y marchándote lejos. ¿Por qué no?

      -Porque miss Murdstone se pondría demasiado contenta —dijo Peggotty.

      -¡Qué mal carácter tienes, Peggotty! —contestó mi madre-. Tienes celos de miss Murdstone, unos celos absurdos. Querrías ser tú quien guardara las llaves y manejara todo, estoy segura. No me sorprendería. Cuando debes estar convencida de que si lo hace es sólo por bondad y con las mejores intenciones del mundo. ¡Lo sabes, Peggotty, lo sabes muy bien!

      Peggotty murmuró algo como: «Estoy harta de buenas intenciones», y también algo como: «Que ya resultaban demasiadas buenas intenciones».

      -Ya sé a qué te refieres -dijo mi madre-; lo comprendo perfectamente, Peggotty, y sabes que lo sé; no necesitas ponerte más roja que el fuego. Pero punto por punto. Y ahora el punto es miss Murdstone, y no tienes escape. No le has oído decir una vez y otra vez que la parece que soy demasiado niña y demasiado…

      -Bonita -sugirió Peggotty.

      -Bien -contestó mi madre medio riendo-; si es tan loca para pensar así, ¿acaso tengo yo la culpa?

      -Nadie la ha acusado a usted —dijo Peggotty.

      -Claro que no -contestó mi madre, ¿No le has oído decir una vez y otra que ella lo único que desea es evitarme trabajos, para los que le parece que no estoy hecha, y que realmente yo misma no sé si sirvo para ellos? ¿No ves que se está en pie de la mañana a la noche, yendo de un lado a otro, haciéndolo todo y mirando en todas partes, hasta en la carbonera, todos los sitios nada agradables? Y viendo todo esto, ¿quieres insinuar que no hay una especie de abnegación en ello?

      -Yo no insinúo nada —dijo Peggotty.

      -Sí lo haces, Peggotty -contestó mi madre-. Nunca haces otra cosa, excepto tu trabajo. Siempre estás insinuando. Gozas con ello. Y cuando hablas de las buenas intenciones de míster Murdstone…

      -Nunca hablo de ellas -dijo Peggotty.

      -No, Peggotty -contestó mama-; pero insinúas, que es lo que te decía precisamente ahora. Es tu lado malo. Insinúas. Hace un momento te he dicho que te comprendía, y ya lo ves. Cuando te refieres a las buenas intenciones de míster Murdstone, pretendiendo despreciarlas (pues dentro de tu corazón realmente no lo sientes), estás tan convencida como yo de lo buenas que son, en todo y para todo. Y si te parece que es algo severo con cierta persona (tú comprendes, y Davy también que no hablo de nadie presente), es únicamente porque está convencido de que es beneficioso para ella. Él, como es natural, quiere mucho a esa persona por cariño a mí y obra únicamente por su bien. Él es más capaz de juzgar que yo, pues demasiado sé que soy una criatura joven, débil y delicada, mientras que él es un hombre firme, serio y grave. Y, además, que se toma -dijo mi madre, con el rostro inundado de lágrimas afectuosas-, que se toma muchos trabajos por mí. Yo debo estarle muy agradecida y someterme a él aun en mis pensamientos; y cuando no lo hago, Peggotty, me lo reprocho, me condeno y hasta dudo de mi corazón, y no se ya que hacer.

      Peggotty, con la barba apoyada en el pie de la media, miraba al fuego en silencio.

      -Vamos, Peggotty -dijo mi madre cambiando de tono-, no nos enfademos, no lo podría soportar. Eres mi única amiga, ya lo sé; no tengo otra en el mundo. Y cuando te llamo criatura ridícula o insoportable, o cualquier otra cosa por el estilo, sólo quiero decirte que eres mi verdadera amiga, que siempre lo has sido, siempre, desde la noche en que míster Copperfield me trajo por primera vez a esta casa y tú saliste a la verja a recibirme.

      Peggotty no tardó en responder y ratificar el tratado de amistad dándome su más fuerte abrazo. Pienso que ya entonces comprendía yo algo del verdadero sentido de aquella conversación; pero ahora estoy seguro de que esa excelente criatura la había provocado y sostenido únicamente para dar motivo a mi madre de consolarse contradiciéndola.

      Si era ese su designio, fue eficaz, pues recuerdo que mi madre pareció más tranquila durante el resto de la velada, y Peggotty la miraba menos.

      Después de tomar el té, cuando se reanimó el fuego y se encendió la luz, leí a Peggotty un capítulo del libro de los cocodrilos, en recuerdo de los antiguos tiempos. Peggotty sacó el libro del bolsillo; no sé si lo tendría allí desde que me marché. Después estuvimos hablando otra vez de Salem House, lo que me llevó a hablar también


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