Colombia. El terror nunca fue romántico. Eduardo Mackenzie
aprovecha la coyuntura para aterrorizar a la ciudadanía declarando cosas absurdas, como eso de que «ninguno de nosotros va a sobrevivir literalmente» a esta epidemia si no se hace lo que ella propone, y advirtiendo, en un tono de lucha de clases, que las medidas (imaginarias) que toman algunos (léase el gobierno y «los más acomodados») corresponden a una «visión tacaña, calculadora, egoísta», que «nos hunde a todos».
La solución es, pues, según ella, dejar de trabajar: «apagar la economía» y «encender la generosidad». Tal es el artilugio retórico fascinante que ella lanzó, como la gran síntesis, en su entrevista con Yamid Amad sin que éste se alarmara. Al veterano periodista le sonó bien eso de «apagar la economía» y no quiso ver qué había detrás de esa fórmula.
Claudia López quiere «apagar la economía» de Bogotá durante tres meses sin medir las consecuencias. Ella ve la «riqueza» como algo que va y viene fácilmente: «Así como la ganamos antes la volveremos a ganar después», dijo desde la Alcaldía, envuelta en una casulla gris. ¿Ella habla de «apagar la economía» en todo Colombia?
Bogotá representa el 31% del PIB nacional. El distrito capital es el principal motor de la economía colombiana, es la mayor plataforma empresarial y el principal mercado laboral del país. ¿Eso es lo que ella quiere «apagar» durante tres meses?
No es una coincidencia que Claudia López, dirigente de un partido verde, lance esa receta, la otra forma de plantear el programa verde más extremista: el crecimiento cero. La idea del crecimiento cero, o del decrecimiento, fue vendida a las «vanguardias» políticas y a los «progresistas» de los años 1980, como una panacea, como el futuro luminoso e inevitable de la humanidad. «Crecimiento cero: la opción para un mundo sostenible».
Claudia López trata de aplicar esos axiomas en Colombia ahora que está al frente de Bogotá y que tiene ante sí una grave emergencia sanitaria. Su solución es simple: apagar la actividad productiva y derrochar lo que no tiene: «dar, sentir, soltar y sonreír».
El socialista y pacifista Kenneth E. Boulding decía lo mismo. «Quien piensa que siempre es posible el crecimiento exponencial en un mundo finito está loco o es economista». Otros iluminados, como Sicco Mansholt y Paul Ehrlich abundaron en ese sentido. Este último, ecologista de Stanford, defendió la idea de que debemos frenar el crecimiento, tanto de la población como del consumo. Sus amigos dibujaban cuadros sin base matemática para demostrar que la curva de alimentos y de recursos naturales estaba cayendo, mientras que la de la población subía. La respuesta lógica era la reducción de nacimientos y de la producción. Algunos activistas partidarios del decrecimiento llegaron a proponer decretar impuestos a los nacimientos de niños y ofrecer, al mismo tiempo, dinero en forma de «créditos carbono» a quienes acepten esterilizarse.
El austriaco Ivan Illich (1926-2002), crítico de la sociedad capitalista y conocido militante de una «sociedad sin escuela», decía que el desarrollo industrial, el aumento de la producción manufacturera y la explotación de los recursos naturales, son los causantes de las anomalías del clima. El escribió: «La organización de la economía que busca el bienestar es un obstáculo al mejor ser».
El problema es que la reconfiguración del coronavirus en Wuhan fue el resultado de la pobreza, no del avance industrial, sobre todo del atraso cultural en materia alimentaria. Fue el resultado de la falta de higiene de los mercados para los más pobres de ese país. No fue el resultado del crecimiento económico, ni del desarrollo industrial. Los verdes anunciaban la inminencia de una catástrofe ecológica causada por el desarrollo y no vieron venir la catástrofe sanitaria producida por el atraso.
En Francia la ecología política también tiene dogmas delirantes. Yves Cochet, exparlamentario, decretó: «hemos vivido como príncipes pero la fiesta terminó y el decrecimiento es nuestro único horizonte». Hervé Kempf pidió, por su parte, mirar al sur y buscar en África el nuevo modelo. ‘Ese continente’, —decía—, puede enseñarle a Occidente como «adaptarse a la frugalidad». El economista Serge Latouche, otro papa del crecimiento cero, dice que la mayor parte de nuestros contemporáneos son degenerados y que por eso «no pueden fabricar niños sanos y normales».
Desde la otra barrera, la de quienes denuncian esas estupideces, está Pascal Perri, un geógrafo y economista francés que fustiga, en un libro reciente(17), la peligrosa deriva de los verdes y recomienda leer los textos de ellos donde aparecen cosas pavorosas. El explica que «los militantes y los responsables ecologistas detestan las actividades humanas mercantiles y practican una forma de idolatría de la naturaleza». La naturaleza para ellos es el «centro absoluto», un «zenit insuperable». Los verdes «odian la arrogancia humana, sueñan con un mundo indolente, desintoxicado de huellas humanas». Y concluye: «Empujada a sus últimas creencias, la ecología desemboca en una forma de nihilismo».
La temática que devela Pascal Perri no debe ser soslayada. Él resume así el sentido profundo del nihilismo ecologista: «El hombre es el cáncer de la tierra y el capitalismo es una forma vil de ese estado canceroso. Es un virus terrible al cual hay que aplicar una quimioterapia masiva».
Es evidente que el miedo generado en todo el mundo por la pandemia del Covid-19 está exacerbando las tendencias más regresivas. La frase de Claudia López sobre «apagar la economía» y repartir durante meses y meses lo que quede, pues «la riqueza» volverá fácilmente, hace parte de esa tendencia. «Este no es un desafío a la economía, es a la vida», insiste Claudia López. No ve ella que el desafío actual es a la vida y a la economía, pues no puede haber vida sin economía, como lo recordaron muy bien José Félix Lafaurie y Rafael Nieto Loaiza quienes reiteraron que economía y salud van de la mano.
La expansión internacional del virus de Wuhan resultó no de un exceso de civilización sino de un fracaso de la civilización: la dictadura comunista es eso, un sistema político atroz y caduco. Ese régimen miente y oculta su miseria social aun a costa de la salud del pueblo chino y de la salud de millones de personas en el mundo. Ese sistema de partido único permitió que miles de personas infectadas viajaran a decenas de países y ahora inunda con material defectuoso a los países que les compran equipos médicos para vencer la pandemia.
La alcaldesa López intenta absolutizar la estrategia del confinamiento, darle un alcance mayor en el tiempo del que debe tener. Hace eso sin esperar a que haya, en Colombia y otros países, un balance objetivo de la experiencia entre confinamiento/desconfinamiento. Para ella lo esencial es «apagar la economía» y volver a un estado social de «vida sencilla», creyendo que los niveles de bienestar anterior volverán en unos meses. Europa, sin embargo, teme que salir del bajón económico tomará tres años, por lo menos. Claudia López estima que eso «no es el problema» y que «la riqueza» en Bogotá, «así como la ganamos antes la volveremos a ganar después». Por arte de magia.
COLOMBIA: LA SUBVERSIÓN LLAMA A ABANDONAR LA LUCHA CONTRA EL COVID-19
13 de abril de 2020
LA IZQUIERDA NO LOGRA ELEVARSE POR encima de su miseria espiritual ni siquiera en esta época de emergencia sanitaria que golpea violentamente a Colombia y a tantos otros países.
Después de las invitaciones a «apagar la economía durante tres meses» de una líder verde, alcalde recién instalada de Bogotá, y de los motines instigados por las Farc y el Eln en varias cárceles del país el 21 de marzo pasado, que dejaron 23 personas muertas, ahora emergen las invitaciones demoniacas de la prensa comunista al personal hospitalario a que huya del campo de la lucha contra la pandemia del Covid-19.
El 13 de abril, en efecto, el portal web del Partido Comunista de Colombia publicó esta orden: «Trabajadores de la salud: digan NO al ejercicio inseguro de su profesión»(18). Firmado por un tal Dairo Gutiérrez Cuello, quien se define como «médico ginecólogo-abogado, especialista y magíster en Derecho Médico», ese texto propone una teoría que haría que Hipócrates se revolcara en su tumba. El doctor Gutiérrez pretende que «el médico no ejercerá los procedimientos por el encargo de su profesión cuando las condiciones de seguridad para él y su paciente no son las adecuadas».