Preguntemos a Platón. Paloma Ortiz García

Preguntemos a Platón - Paloma Ortiz García


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Para que no creas engañarte en cuanto que, de hecho, todos los seres humanos consideran que cualquier hombre participa de la justicia y del resto de la virtud política, acepta también esta prueba: en las demás virtudes, como tú dices, si alguien afirma que es un buen flautista, o lo dice de cualquier otro arte que no posee, o se burlan de él o se enfadan, y los suyos se le acercan y le regañan porque parece que está loco.

      Pero en el caso de la justicia y la restante virtud política, si vemos a alguien que es injusto y si ese dice contra sí mismo esa verdad en público, lo que antes considerábamos sensatez —decir la verdad— aquí lo tenemos por locura, y afirmamos que es preciso que todos digan que son justos, tanto si lo son como si no, y que quien no guarda las apariencias está loco. De modo que necesariamente o nadie deja de participar de esa virtud o el tal no se cuenta entre los humanos.

      Lo que afirmo es que con razón se acepta a cualquier hombre como consejero respecto a esa virtud, puesto que se considera que a todos les corresponde una parte de ella; por otro lado, que se considera que la virtud no se da por naturaleza ni espontáneamente, sino que puede enseñarse, y se presenta en quien se presenta gracias a cuidados, eso es lo que intentaré demostrarte después de esto.

      Cuantos defectos consideran unos de otros los hombres que tienen por naturaleza o por azar, nadie se enfada ni regaña ni enseña ni castiga a quienes los tienen para que no sean así, sino que los compadecen. Como a los feos, bajitos o enclenques: ¿quién es tan insensato que intente hacerles algo así? Y eso es, creo, porque saben, que eso, las cualidades y sus contrarios, se dan en los hombres por naturaleza y por azar.

      Pero cuantas buenas cualidades creen que nacen en los hombres gracias a la atención, la práctica y la enseñanza, si alguien no las tiene, sino que tiene los defectos contrarios a ellas, por esos sí se producen los enfados y los castigos y las regañinas. De esos vicios, la injusticia es uno y también la impiedad y, en general, todo lo contrario a la virtud política. Y ahí cualquiera se enfada con cualquiera y le llama la atención, y está claro que es en la idea de que puede adquirirse mediante cuidados y aprendizaje.

      Y si quieres tener en cuenta el efecto que tiene el castigar a los que obran injustamente, Sócrates, esto te enseñará que los hombres piensan que se puede proporcionar la virtud, pues nadie castiga a los que obran injustamente centrando el pensamiento en ello y por el propio castigo, a menos que se esté vengando irracionalmente, como una fiera; el que intenta castigar con cordura, sin embargo, no está vengándose en razón del delito pasado —pues no conseguiría que la acción deje de haber sucedido— sino con vistas al futuro, para que no delinca de nuevo ese mismo ni otro que haya visto su castigo. Y quien toma en consideración tal idea piensa que la virtud puede enseñarse, pues castiga para disuadir. Y esa es la opinión que tienen cuantos castigan en público o en privado. Los demás hombres castigan y penalizan a aquellos de quienes piensan que están obrando injustamente, y no menos los atenienses, tus compatriotas.

      De modo, según ese razonamiento, que también los atenienses están entre los que consideran que la virtud puede proporcionarse y ser enseñada.

      Prot. 323a-324c

      12

      De niños nos enseñan la virtud padres y maestros

      Has de pensar, Sócrates, que les enseñan y amonestan empezando cuando son niños pequeños y mientras viven. En cuanto comprende bastante rápido lo que se le dice, tanto la nodriza como la madre y el pedagogo y el propio padre guerrean por eso, por que el niño sea lo mejor posible, enseñándole en cada caso y señalándole, tanto en las acciones como en las palabras, que ‘esto es justo y aquello injusto’, que ‘esto hace bonito y eso hace feo’, que ‘esto es piadoso y aquello impío’, que ‘haz esto y no hagas aquello’. Y a veces obedece voluntariamente, pero si no, lo enderezan con amenazas y golpes como a un tronco de árbol que se retuerce

      y se dobla.

      Y después de esto, cuando lo mandan a los maestros, les encarecen mucho que se ocupen más de los buenos modales de los niños que de las letras y el tocar la cítara. Y los maestros se ocupan de eso, y cuando han aprendido las letras y llegan a comprender por escrito como antes de viva voz, se los ponen junto a sí en los bancos para que lean los poemas de los buenos poetas, y les obligan a aprenderlos de memoria, puesto que contienen muchas advertencias y muchas explicaciones y alabanzas y encomios de los hombres antiguos virtuosos, para que el niño, al envidiarlos, los imite y quiera ser como ellos.

      Prot. 325b-326 a

      13

      De mayores nos sirven de guía

      las leyes de la ciudad

      PROTÁGORAS.— Y cuando dejan a los maestros, la ciudad, a su vez, les obliga a aprender las leyes y a vivir con ellas como modelo, para que no actúen al buen tuntún a su antojo, sino que, sencillamente, igual que los maestros de letras a los niños que aún no tienen soltura para escribir les marcan por debajo las letras con un estilete y les dan la tablilla y les obligan a escribir siguiendo el trazo de las letras, así también la ciudad, al marcarnos las leyes, invención de antiguos legisladores virtuosos, nos obliga a gobernar y ser gobernados de acuerdo con ellas, y a quien se sale fuera de ellas, lo castiga. Y el nombre de ese castigo, tanto entre vosotros como en otros muchos sitios, es ‘enderezar’, puesto que la justicia endereza.

      Así que, siendo tantos los cuidados respecto a la virtud en privado y en público, ¿te sorprende, Sócrates, y dudas de que la virtud sea enseñable? Pues no hay que sorprenderse por eso, sino que más habría que sorprenderse si no lo fuera.

      Prot. 326 c-e

      Entre los argumentos que Platón ponía en boca de Sócrates, el de la inexistencia de maestros de virtud le permitía deducir que la virtud no se puede enseñar, lo cual indicaba que la virtud no es un arte, una téchne, como tantas otras cuya enseñanza se había ido generalizando en el siglo v.

      Pero aun así, es innegable que el aprendizaje de la virtud guarda cierta relación con los procesos cognoscitivos, de lo que concluye que si no es téchne ni epistéme debe de ser dóxa (opinión); y dado que es una opinión benéfica, debe de ser ‘recta opinión’ (orthè dóxa). Esa recta opinión sería lo que guiaría a los buenos políticos cuando rigen acertadamente las ciudades; como los vates y adivinos, esos políticos dicen muchas cosas ciertas, pero sin poder dar razón de ellas.

      14

      La virtud no es conocimiento,

      luego no se puede enseñar

      SÓCRATES.— Que la recta opinión y el conocimiento son cosas distintas me parece que no es que lo diga yo conjeturando, sino que si de algo diría yo que lo sepa —y lo diría de pocas cosas—, esta la pondría yo como una de las cosas que sé.

      MENÓN.— Y sin duda hablas acertadamente.

      SÓC.— ¿Y qué? ¿No está bien dicho esto otro, que cuando la opinión veraz señala el objeto de cada acción no obtiene peores resultados que la ciencia?

      MEN.— También en eso me parece que dices la verdad.

      SÓC.— Entonces, con vistas a las acciones, la opinión correcta tampoco es peor en nada ni menos beneficiosa, ni tampoco el hombre que posee recta opinión es peor que el que posee la ciencia.

      MEN.— Eso es.

      SÓC.— Y hemos estado de acuerdo en que el hombre bueno es beneficioso.

      MEN.— Sí.


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