Vidas - Relatos y emociones. Alberto Alexis Martínez

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tener las manos manchadas de sangre, Bob siempre me lo dice.

      —¿Sabes una cosa?, ahora que lo mencionas noté algo muy especial en ese hombre que, en definitiva, no parecía ser un vagabundo común, era un hombre de unos cuarenta años que no solo tenía una mirada sincera, sino su forma de hablar, de gesticular, y como tú dices, por sus manos, porque sin darme cuenta en el momento, recuerdo que tenía unas manos suaves, manos propias de alguien que no eran las de un hombre rústico de la calle o de un vulgar trabajador... Eso fue lo que sentí sin pensarlo conscientemente… ¡Había algo especial en él, no sé lo qué!

      —Bueno, las manos a veces dicen mucho de la persona, pero siempre hay que ver todos los detalles, recuerda, todo debe ser evaluado según Bob —dice Katy.

      Ana quedó muy intrigada con ese hombre, así que al otro día, ella volvió a pasar por el mismo lugar dos o tres veces hasta que lo volvió a ver pero esta vez a un par de calles de la plaza sentado en el piso, con las piernas arrolladas, pensativo, asegurando su cabeza entre sus brazos, así que sin contenerse, ella fue hasta donde él estaba y llegando a su lado le dijo:

      —Hola, ¿Cómo está, comió usted algo hoy...? —Él, nuevamente avergonzado, no llegó a responder, solo la miró y bajó la cabeza moviéndola en sentido negativo…

      —Bien —dice ella— Vamos levántese y venga conmigo, yo también estoy con hambre, así que vamos a comer alguna cosa.

      —Pero no señorita, muchas gracias, yo no puedo... —dice él.

      —Yo insisto, no se haga problema hombre, déjeme que yo me encargo, vamos… —Y entonces poniéndose de pie, él, cabizbajo, la acompañó y ambos cruzaron la calle hasta un local de comidas, pero al entrar, en la puerta les detienen y le dicen a ella:

      —Lo siento señorita usted puede pasar, pero vagabundos aquí tienen la entrada prohibida —dice el hombre mirándolo a él.

      El vagabundo, sin poder contenerse, se cubrió la cara, se dio media vuelta y salió llorando mientras decía:

      —¿Por qué Dios me haces esto?, ¿por qué, por qué…?

      Ella comprendió que él estaba pasando por un inmenso sufrimiento que no era algo normal en un hombre de la calle, así que se dio media vuelta y salió detrás de él…

      —Vamos, no se aflija, ya resolveremos esto —dice Ana, y enseguida entra sola a otro local donde compra comida y refrigerantes...

      —Ahora, vamos a sentarnos en la plaza… —le dice con una mirada de compasión, así es que juntos van y se sientan en un banco, donde el hombre visiblemente avergonzado se resistía a decir nada.

      Ana recuerda entonces lo que le dijo Katy, —hay que ver todos los detalles—, así que al sentarse juntos, ella reparte la comida con él, mientras le observa los detalles… Nuevamente le mira las manos que, por su textura y sus uñas prolijamente recortadas, en efecto, eran las de alguien tipo ejecutivo, de buena vida, sus ropas y zapatos, aunque sucios, no eran viejos y eran de evidente buena calidad, esto significaba que este no era un hombre vulgar, era alguien que estaba pasando muy mal, pero que no era propiamente un vagabundo ni alguien de la calle.

      —¿Cómo se llama usted? —pregunta Ana.

      —Mi nombre es James, James Kinley —responde él.

      —¿De dónde es usted James?

      —Yo soy de Nueva York, llegué aquí a California hace pocos días.

      —Bueno, entonces usted hizo un largo viaje desde Nueva York.

      —Sí, así es, recientemente había llegado de Alemania...

      Ahí Ana abre los ojos sorprendida y se queda sin respiración, porque ningún vagabundo viaja a Europa.

      —¿Y qué es lo que fue a hacer a Alemania?

      —¿Yo fui a visitar la Feria Industrial de Dusseldorf... Es que yo, soy Ingeniero.

      Esto puso a Ana más en estado de alerta, pues esto le aclaraba muchas cosas y le abría otras tantas interrogantes.

      —¿Es usted Ingeniero...?, pero ¿qué es lo que le pasó...?

      —Bueno, es una larga historia —responde él, y viendo que era el único apoyo que tenía decide contarle.

      —Le explicaré... Yo tengo o tenía una empresa de equipamientos de electrónica e informática en Nueva York, donde mi esposa era mi socia y mi contador se encargaba del área financiera, un día, tomando conocimiento de esta Feria en Alemania, ambos sugirieron que sería una excelente oportunidad para investigar el mercado y conseguir nuevos productos de alta tecnología y así adquirir más material, por lo tanto concordé y me marché por unos veinte días, si bien periódicamente llamaba para ver cómo estaba todo y me decían que estaba todo bien, así que no me preocupé... Terminado el evento, cuando fui a pagar el hotel con la tarjeta de la empresa, me indican que no tenía saldo, lo que era algo imposible, saqué entonces mi tarjeta personal que era compartida con mi esposa y tampoco tenía saldo, afortunadamente yo tenía bastante dinero en efectivo conmigo, así que aboné el hotel, y enseguida llamé a mi esposa y a mi contador, pero nadie respondió el teléfono, esto ya me dio una mala espina. Por suerte tenía el pasaje de regreso pago, pero al llegar, nadie me esperaba en el aeropuerto, entonces fui a mi casa en taxi y me encontré con que estaba toda vacía, fui a mi empresa y también estaba solo el local vacío, fui a lo del contador y lo mismo, ellos habían vaciado las cuentas y se habían llevado o vendido toda la mercadería, también ellos habían desaparecido, solo supe por vecinos que habían visto a dos camiones de California cargando todo en esas semanas.

      —¿Hizo usted la denuncia en la policía?

      —Sí, por supuesto, pero que una mujer abandone a su marido y se vaya con otro, eso no es un delito policial, y de la empresa, siendo ella socia también era dueña... Esto requería de una acción legal con abogados, pero yo había quedado quebrado, casi sin dinero... Por eso decidí venir aquí a ver qué averiguaba

      —Hace mucho de esto… –pregunta Ana.

      —No, hace solo una semana, pero al llegar, dejé mi valija en un guarda bultos y salí a buscar algún hotel que no fuera muy caro, cuando dos individuos, me agarraron de sorpresa, me metieron en un callejón me dieron una brutal paliza, me robaron el saco, la billetera, los documentos y me dejaron tirado entre la basura, así fue que me quedé con lo puesto, sucio, sin dinero y sin el ticket, por lo que no puedo retirar mi maleta, aunque tampoco tengo donde dejarla... Para colmos, nunca en mi vida había pasado hambre ni algo así, por eso debo agradecerle a usted por su amabilidad.

      —Yo no puedo creer que le haya pasado todo eso —Exclama Ana asombrada.

      —Pues sí, puede creerlo, si tiene un celular con acceso a internet puede buscar mi sitio web kinleytronics, allí está mi dirección y mi foto.

      Ana, obviamente le creyó, pero por curiosidad entonces, sacó su celular y verificó que era cierto, él constaba como siendo el Ingeniero dueño de la empresa.

      —Sí, es cierto —afirma ella sorprendida...

      —Bueno, pero el caso es que ahora soy un vagabundo en la calle, esa es la realidad y ya no sé lo qué hacer.

      —Ah no, esto no puede quedar así, yo lo ayudaré, y esto vamos a resolverlo —afirma ella, así que de inmediato llama a su amiga Katy y le dice:

      —Katy, ven para casa ya, tenemos algo muy importante que hacer —Entonces Ana se pone de pie y le dice— Vamos, venga conmigo.

      Ambos se dirigen la casa de Ana, y así que llegan, ella abre la puerta y le hace pasar a la sala, en eso, llega Katy que estaba a solo dos cuadras, y al entrar, ella ve al vagabundo dentro de la casa de Ana, por lo que espantada abre los ojos y pregunta...

      —¿Este es el hombre de las manos...?

      —Sí, así es Katy, este es el hombre de las manos, que, en realidad, es el Ingeniero James Kinley, dueño de la empresa Kinleytronic


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