Kino en California. Carlos Lazcano Sahagún
mueren. Como Atondo prefería ser prudente ante estas provocaciones, muchos de los guaicura pensaban que los españoles les tenían miedo. Y en realidad esto llegó a ocurrir poco a poco.
El miedo
Los guaicura planearon un segundo ataque para principios de julio, y para ello invitaron a los coras para que se les unieran. Estos aparentaron unirse, pero en realidad dieron aviso a Atondo sobre el ataque que se preparaba, lo que le dio oportunidad de organizar la defensa. Y es que, por un lado, los coras y los guaicura siempre fueron enemigos naturales, y por otra, la relación entre coras y españoles siempre fue buena, ya que los coras nunca fueron agraviados en entradas anteriores y además eran menos agresivos y más dóciles.
Cuando Atondo organizó la expedición a las Californias, no siempre encontró a las personas más adecuadas, sobre todo que tuvieran la disciplina y la actitud para ser soldados y enfrentar enemigos desconocidos. Esto se hizo evidente cuando la mayor parte de los expedicionarios empezaron a tener miedo ante las amenazas y provocaciones de los californios. Los guaicuras no siempre se dejaron amedrentar por las armas de los españoles, y aunque se dieron cuenta de la superioridad de estas armas, dirigieron sus amenazas en el sentido de que ellos eran muchos más que los hispanos, y simplemente les podrían ganar por la fuerza de su mayor número. Esto se lo creyeron muchos de los soldados y el miedo se fue apoderando de ellos, y más después del primer ataque y de la amenaza de un segundo ataque. Esta situación llegó a niveles de cobardía, como nos lo comenta Venegas: El Almirante mandó doblar los centinelas, poner un pedrero por el lado que solían bajar los indios y que estuviesen prevenidos los nuestros; pero halló en estos tanto caimiento y congoja que pudo bien conocer, que no llevaba consigo muchos de aquellos hombres animosos y endurecidos en los trabajos, que sujetaron en otro tiempo la América. Fue extraña la consternación en todo el real; y por más que el Almirante, el capitán y los padres animaron a la gente, no se oyó otra cosa, que alaridos y llantos como si todos fuesen otras tantas víctimas destinadas sin remedio al furor de los indios. El Almirante se vio más embarazado con esta infame cobardía de su tropa, que pudiera con ejércitos de californios. (72)
Es decir, los “soldados” de Atondo ya estaban derrotados desde antes de que empezara el ataque.
La Junta de Guerra
Con el fin de encontrar soluciones a la situación que rápidamente se estaba complicando, y planear la defensa ante el ataque anunciado, Atondo convocó a una “Junta de Guerra”, la que se llevó a cabo el 29 de junio de 1683.
Ante la tardanza del regreso de la nave Capitana, que había salido desde el 25 de abril para buscar bastimento y caballos que ya urgían, Atondo propuso que saliera la Almiranta a la costa de Sinaloa para buscar otro bastimento y que regresara a más tardar en quince días, y que si llegara a toparse con la Capitana la trajera a La Paz.
Los soldados no aceptaron esta propuesta y le pidieron a Atondo que si en veinte días no llegaba la Capitana, se abandonara la bahía de La Paz. A este respecto Kino comentó que en la junta de guerra que acerca del despacho que de esta Almiranta hubo, pareció no gustaban los señores soldados de quedarse sin tener a la vista algún navío; por tanto hubo alguna diferencia de pareceres acompañada de algún género de disgusto, también, por la falta de los bastimentos que se va teniendo. Y con esto, no se determinó que fuera la Almiranta a Sinaloa. (73)
Uno de los disgustos que menciona Kino fue que en esta Junta, el capitán don Francisco de Pereda, capitán de la Almiranta, renunció al cargo que tenía de “Cabo y Caudillo de la empresa”, es decir, era el segundo de a bordo, sin embargo, Atondo no le aceptó la renuncia. Aunque desconocemos las razones por las que quiso renunciar el capitán Pereda, muy posiblemente haya sido por las tensiones y miedos que ya se estaban acumulando, dejándose influir por los crecientes temores de la tropa.
Solo unos pocos soldados, junto con los padres Kino y Goñi, apoyaron a Atondo, quien manifestó que si fuera necesario se quedaría con ellos únicamente para continuar la empresa, aun en el caso que la Capitana y la Balandra se hubieran perdido. A pesar de esto, la tensión y los problemas siguieron creciendo, y junto con ello el miedo de los soldados.
La traición
El día del anunciado ataque, que fue el tres de julio, aparecieron frente al fuerte 19 guaicuras principales. Atrás de ellos, y escondidos entre el monte, se encontraba el resto de los atacantes, esperando alguna señal de sus líderes. Al principio, los españoles creyeron que este grupo venía a provocarlos para que salieran. Atondo dejó que los 19 se acercaran y los invitó a comer pozole, lo cual aceptaron ya que era frecuente este tipo de convites que mucho les gustaba. Así, Atondo mandó ponerles, fuera del fuerte desde luego, dos grandes ollas de pozole, y empezaron a comer tranquilamente.
Cuando estaban en eso, totalmente descuidados, Atondo mandó disparar sobre ellos un pedrero, con lo cual mató a diez de estos capitanes guaicura. Los sobrevivientes huyeron despavoridos, siguiéndolos el resto que estaba entre los montes. Con esta acción traicionera Atondo pretendía que se tranquilizaran sus gentes, pero lejos de eso su miedo se transformó en pánico. Así nos lo refiere Venegas: Permitió Dios o dispuso, que esta mala aconsejada resolución del Almirante o de los de su escuadra, se volviese contra él y cayese sobre su cabeza; porque lejos de sosegarse la consternación de la gente del real, con el destrozo de los inocentes indios, creció hasta ser una especie de terror pánico, con que los más se persuadían que vendrían sobre ellos todas las naciones de California, para hacerlos pedazos y vengar las muertes. (74)
La versión oficial
Cuando Atondo informa al virrey sobre estos hechos, oculta la traición cometida:… por el poco valor que mostraban los nuestros determiné evitar ejecutasen su traición [los guaicuras] dándoles una rociada. Antes que nos avanzasen hice doblar las centinelas y el día señalado venían simulados, dejándose ver de dos en dos los capitanes y más principales hasta diez y nueve, quedándose los demás en el monte emboscados… cuando reconocí estaban juntos los de mayor suposición, mandé disparar un pedrero y algunos arcabuces, de que cayeron diez. Y desde el navío miraban los que iban heridos cayendo y levantando y los muchos que iban huyendo de la emboscada por el ruido de la carga, y al mismo tiempo dispararon algunas flechas que metieron dentro de nuestra trinchera. (75)
Venegas en su manuscrito Empresas apostólicas hace ver este ocultamiento: Así se refiere este suceso en una relación manuscrita de aquel tiempo, en que parece tiraron a disminuir, y aún a cohonestar, el hecho atroz del Almirante. Pero de otras cartas y relaciones, y especialmente de un memorial del padre Juan María [Salvatierra], que lo sabía mejor por relación del padre Eusebio Kino, consta que sucedió de otra manera. (76)
Cuando el texto de Venegas fue editado por Burriel, únicamente se presentó la versión oficial, es decir, la de Atondo.
Consecuencias
Una de las consecuencias de la traición de Atondo fue que durante muchos años no se pudo lograr la evangelización de los guaicuras de la bahía de La Paz. Venegas comenta que: Esta traición que usó el Almirante fue un agravio tan sensible para los guaicuros, que por muchos años conservaron muy vivo el sentimiento, y en adelante no consentían buzos ni forasteros en sus orillas, antes al verlos venir se ponían en arma para no dejarlos llegar a tierra. Fue también este un grande impedimento para que abrazasen la fe católica, aún después de introducida ésta en otras naciones. Porque por espacio de veinte y cuatro años se resistieron obstinados, hasta que por el año de mil setecientos y veinte se debió el triunfo de su reducción a la fe y al celo del venerable padre Juan de Ugarte… (77)
El abandono
Ante esta situación de pánico, el día seis de julio los soldados le suplicaron por escrito a Atondo el abandono de la bahía de La Paz. Muchas cosas aducían, entre ellas lo estéril de la tierra, el desconocimiento del número