Historia del pensamiento político del siglo XIX. Gregory Claeys
polacos, españoles y armenios, aunque los grupos principales que operaban en la época lo hacían en Rusia e Irlanda.
Rusia
El terrorismo ruso estaba íntimamente relacionado con la doctrina anarquista, aunque esto no explique su carácter. Gran parte de la actividad terrorista de esta época estaba directamente vinculada a movimientos revolucionarios pero, como el destacado anarquista Sergius Stepniak señaló, fue a raíz de concebir la revolución en Rusia como algo «absolutamente imposible» por lo que el terrorismo se convirtió en la estrategia (Zenker, 1898, p. 121). Era lo que defendían los intelectuales, pero no era algo obvio en los movimientos campesinos, sobre todo teniendo en cuenta la dureza de la represión (Hardy, 1987, p. 161). De manera que, como bien señala un historiador actual, «la filosofía terrorista, en sentido moderno, nació tras la rebaja de las expectativas revolucionarias después de 1860, cuando el distanciamiento de las masas fue más agudo» (Rubinstein, 1987, p. 145).
El grupo ruso más famoso que defendió este tipo de estrategia fue Naródnaya Volia, una escisión del partido populista Tierra y Libertad (Set, 1966). No les preocupaba la centralización o no del gobierno, lo que querían era revitalizar el mir, la comuna campesina, para implementar la justicia y la libertad en Rusia. Entre enero de 1878 y marzo de 1881, Vera Zasúlich disparó al gobernador general en San Petersburgo, asesinaron al jefe de la policía secreta zarista y al general Mezentsev (en agosto de 1878), e incluso mataron al zar Alejandro II el 1 de marzo de 1881. Pero, además, justificaron los asesinatos de
las figuras más peligrosas del Gobierno […] castigando […] los casos más notorios de opresión y arbitrariedad por parte de la administración, etcétera […] El objetivo es acabar con la ilusión de la omnipotencia del Gobierno, ofrecer ininterrumpidamente pruebas de que se puede luchar contra el Gobierno, de forma que se eleve el espíritu revolucionario del pueblo (Naimark, 1983, p. 13).
A finales de la década de 1880, Naródnaya Volia y el pensamiento socialdemócrata empezaron a fusionarse, y el terrorismo se fue vinculando, cada vez más, a la organización de la clase trabajadora con fines socialistas (Venturi, 1960, pp. 700-702). Algunos naródniki de este periodo, como Abram Bakh, desecharon el terror por considerarlo ineficaz e incompatible con principios realmente revolucionarios (Naimark, 1983, p. 230), pero no era el punto de vista predominante.
Una segunda oleada de terrorismo ruso siguió a la fundación del Partido Social Revolucionario (los eseristas), empezando por el asesinato del ministro del Interior, Dmitri S. Sipiaguin, en 1902, pero hubo cincuenta y cuatro attentats en 1905, ochenta y dos en 1906 y setenta y uno en 1907, antes de que descendiera el número. Este grupo ofrecía una elaborada justificación del terrorismo mezclada con la teoría marxista. El objetivo de los actos terroristas no era la glorificación del acto individual o de la voluntad, sino revolucionar a las masas (Geifman, 1993, p. 46). De manera que los muchos intentos de matar a sucesivos zares encajaban en la práctica clásica del tiranicidio, que más tarde se extendió a otros miembros del régimen, hasta que el terrorismo acabó permeando a toda la izquierda anarquista y socialista en Rusia. La primera persona en defender la violencia conspirativa para enardecer y educar a las masas, más que para hacerse con el poder, fue Serguéi Necháyev (1848-1882), considerado el «fundador» práctico del terrorismo moderno (cfr. Rapoport y Alexander, 1989, p. 70). Se suele citar su afirmación de que «el revolucionario sólo conoce una ciencia, la destrucción […] noche y día sólo tiene un único pensamiento, un propósito único: la destrucción sin piedad» (Jaszi y Lewis, 1957, p. 136). «Para él sólo existe un único placer, un consuelo, una satisfacción; la recompensa de la revolución» (Zenker, 1898, p. 137). En opinión de Necháyev, cualquier cosa que «ayude al triunfo de la revolución» puede considerarse «moral […] Hay que sustituir todo sentimiento suave y enervante de relación, amistad, amor, gratitud, e incluso honor por una fría pasión hacia la causa revolucionaria» (citado en Carr, 1961, p. 395). Raskólnikov, el protagonista de Crimen y castigo de Dostoievski, se basa en estas premisas.
La idea de que «el anhelo de destrucción es también un anhelo creativo» fue desarrollada por el principal líder anarquista de la época, Mijaíl Bakunin, que compartía con Marx su sentido de la inevitabilidad histórica. Más adelante, Georges Sorel (1847-1922) desarrollaría su expresión filosófica. En 1912 publicó sus Reflexiones sobre la violencia bajo el influjo del filósofo Henri Bergson (cfr. Arendt, 1969). En la década de 1890 surgió lo que hoy denominaríamos un perfil psicológico del «terrorista»; una especie de criminal desviado o de personalidad «antiautoritaria», que, según la psicología política aparentemente científica de la época, conjugaba el gusto por el poder con conductas sexuales impropias y con el antisemitismo (Kreml, 1977; Lombroso, 1896). Todo esto iba acompañado de la glorificación del ladrón tipo Robin Hood, como el ruso Stenka Razin, una encarnación de lo que Eric Hobsbawm ha denominado un «rebelde primitivo» o un «bandido social» y en el que las fronteras entre el delicuente, el forajido y el revolucionario, como lo entendía Necháyev, quedaban especialmente difuminadas (Hobsbawm, 1959, 1972). También se hablaba de la razonabilidad de una reacción violenta en circunstancias de opresión extrema y de violencia oficial o terrorismo de Estado (Goldman, 1969b, pp. 79-108). A finales de siglo hubo revolucionarios, como Plejánov, que quisieron restringir el uso del terror a circunstancias especiales. Otros, como Morózov, favorecían el «terror puro», por considerarlo una estrategia mejor que el asesinato individual y el levantamiento espontáneo, ya que «sólo castiga a los realmente responsables de la mala acción» (Laqueur, 1979, p. 74), aunque Morózov seguía buscando una justificación socialista. En torno a 1879 fue este segundo punto de vista el que triunfó en Naródnaya Volia y obtuvo el mayor apoyo del público en general. Hacia 1905 este tipo de tácticas fueron utilizadas por una gran variedad de grupos políticos, incluidos los bolcheviques.
Fenianismo
El movimiento insurgente más importante del siglo XIX en Europa Occidental estuvo ligado al nacionalismo irlandés. Aunque había habido muchos grupos operando en Irlanda como los Whiteboys y los Ribbonmen (Clark y Donnelly, 1983; Whelan, 1996; Williams, 1973), fue el movimiento conocido como fenianismo el que continuó la labor iniciada por la Joven Irlanda (Davis, 1987; Duffy, 1896). (Entre los estudios modernos cabe citar los de Comerford, 1998; Davis, 1974; Garvin, 1987; Newsinger, 1994; Quinlivan y Rose, 1982; Walker, 1969.) El movimiento sociocultural y político de la Joven Irlanda cristalizó en 1842 en torno al semanario dublinés The Nation. En 1848 formaban parte de la misma John Mitchel, Charles Gavan Duffy, Thomas Davis y William Smith O’Brien, junto a radicales de izquierdas como Fintan Lalor (cfr. Lalor, 1918); entre sus seguidores posteriores se cuenta Michael Doheny. En cuestiones sociales algunos de estos hombres eran bastante conservadores y retrógrados, pues querían recuperar la visión romántica de un pasado perdido de campesinos propietarios. Mitchel también se opuso a los «Republicanos Rojos» franceses en 1848. Las generaciones de nacionalistas posteriores simpatizaron más con la idea de llegar a un compromiso entre capitalismo y socialismo, mientras que James Connolly, algo aislado, apostaba por el socialismo tout court (Connolly, 1917). Al igual que los polacos, muchos republicanos irlandeses siguieron siendo católicos, lo que contrastaba con el anticlericalismo de muchos revolucionarios franceses e italianos. Se ha dicho que los unió el hecho de que el movimiento fuera «expresamente republicano y separatista desde el principio» (Henry, 1920, p. 33).
El fenianismo surgió en Estados Unidos e Irlanda a finales de la década de 1850, tras el fracaso de la Repeal Association encabezada por Daniel OʼConnell, a mediados de la década de 1840, y la represión de la breve insurrección de 1848. Lo lideraban dos miembros de la Joven Irlanda exiliados en París, James Stephens, que volvió a Irlanda, y John O’Mahony, que fue a Estados Unidos. El término «feniano» derivaba de Fianna Errinn, aludía a una legendaria orden de guerreros precristiana y fue acuñado por OʼMahony (Pigott, 1883, p. 99). El nombre fue utilizado por primera vez en torno a 1859 y desde entonces se lo asociaba primero a la Hermandad Revolucionaria Irlandesa y luego a la Hermandad Republicana Irlandesa, que se disolvió en 1924. (Su contraparte estadounidense, la Hermandad Feniana, se constituyó en 1865. Cfr. The Fenian’s Progress: A Vision, 1865, pp. 68-91.) La organización feniana empezó a reclutar miembros en 1858, celebró su primera reunión general en 1863 y se vinculó a otra organización norteamericana, Clan-na-Gael, fundada en 1869, que por entonces contaba