La Pirámide de la Sabiduría. Brett McCracken

La Pirámide de la Sabiduría - Brett McCracken


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naturaleza del «espacio ilimitado» de los medios en línea también ha creado una situación en la que los canales de «noticias» deben encontrar contenido para llenar las 24 horas del día, los siete días de la semana, lo que tiene como resultado una disminución de lo que califica como «noticias de interés» (por ejemplo, ocupar una hora con persecuciones de autos en vivo). En la web, no solo se espera un contenido diario, fresco y «de último momento», sino que también existe una competencia feroz por los clics. Desesperados por sobresalir, los sitios web se ven motivados a utilizar titulares escandalosos y otros trucos para conseguir por cualquier medio necesario los codiciados clics. El resultado es contenido que suele ser apresurado (una versión polémica de la controversia de ayer), aleatorio, imprudente o incluso distorsionado para suscitar una controversia a corto plazo en lugar de sabiduría a largo plazo.

      En el panorama competitivo de la era digital, el «alimento» de la información no se está volviendo más nutritivo, sino que se está convirtiendo en comida chatarra. Los Doritos y los Rocklets siempre obtendrán más clics que la espinaca. Y así recorremos las mesas de bocadillos de las redes sociales y la comida chatarra en línea, atiborrándonos diariamente hasta el punto de la glotonería. No es de extrañar que esto nos esté enfermando.

      2. Comer demasiado rápido

      Cuando ingieres comida con prisa, a menudo pagas por ello más tarde. Por más conveniente que sea, la comida «rápida» no suele ser la más nutritiva. La mayor parte de la mejor comida, tanto en valor nutricional como en sabor general, se prepara y se come lentamente. Al igual que con la comida, lo mismo ocurre con la información.

      Vivimos en una época de mucho ajetreo. Los acontecimientos que dominaron los titulares una semana son olvidados a la siguiente. Las redes sociales favorecen la #tendencia del momento, pero no tienen ningún incentivo para volver al problema social del mes pasado, y mucho menos al del año pasado. Internet es un medio del ahora. Su memoria es corta; su forma siempre cambia. Navegar por la vida en línea es tener que ponerse siempre al día: leer el artículo que todos comparten en Facebook, seguir la historia de Instagram de alguien antes de que desaparezca. Si no respondes el mensaje de texto de tu amigo en 20 minutos, podrías poner en peligro la amistad. Si eres un «líder de opinión» y no opinas sobre el escándalo del día en las redes sociales, es posible que pierdas tu estatus de líder de opinión. Ya sea en un ciberanzuelo de algún tema polémico o en los hilos oportunos de Twitter, en Internet, la suerte favorece al más rápido; no promueve la sabiduría.

      Ese tipo de ritmo no tiene tiempo para el pensamiento crítico. Cuando estamos condicionados a pasar rápidamente de un tuit a otro, de un tema polémico a otro, lo único que podemos hacer es hojearlo, no podemos leerlo con un pensamiento crítico y cuidadoso. Los estudiosos han descubierto que la naturaleza de la «comida chatarra» del consumo de información en línea está reconfigurando nuestros cerebros, de tal forma que está erosionando nuestras capacidades cognitivas para pensar de manera cuidadosa y crítica. Maryanne Wolf, defensora de la alfabetización, escribe: «En una cultura que premia la inmediatez, la facilidad y la eficiencia, el tiempo y el esfuerzo que se requieren para desarrollar todos los aspectos del pensamiento crítico lo convierten en una entidad cada vez más asediada».10

      Por eso, las «noticias falsas», la desinformación viral y las teorías conspirativas son problemas cada vez más frecuentes. La velocidad a menudo conduce a errores. Nos hace susceptibles de caer en informes falsos y desinformar. Y no solo los blogueros aficionados y los que publican en Facebook son propensos a esto. Incluso los expertos más estimados de la sociedad y las instituciones más sagradas son vulnerables a cometer los errores que surgen al comentar o informar algo más rápido de lo que se puede llegar a entender. Si el New York Times puede caer en la trampa de la velocidad de Internet de los reportajes demasiado apresurados e incorrectos, ¿en quién se puede confiar? Si los centros para el control de enfermedades no brindan información confiable sobre la dinámica de un contagio y la mejor manera de contenerlo, ¿quién lo hace? Con el tiempo, nuestro escepticismo con respecto a todas las fuentes nos lleva a volvernos hacia adentro, a confiar solo en nosotros mismos, lo que nos lleva a nuestro tercer mal hábito alimentario.

      3. Comer solo lo que me gusta

      Si solo hubiéramos comido nuestros alimentos favoritos, la mayoría de nosotros estaríamos enfermos o muertos. Me encantan los cruasanes de almendras y las galletas con chispas de chocolate (¡especialmente con una taza de café negro!), pero una dieta de solo esto me llevaría al hospital. Así ocurre con nuestra dieta de información. Podríamos sentirnos tentados a consumir solo el material que nos gusta y nos place, pero eso nos dejará enfermizos. Por desgracia, esto es exactamente lo que muchos de nosotros hacemos en el mundo hiperindividualista de hoy, en el que cada uno elige su propia aventura.

      Internet se construye a tu alrededor. Las búsquedas de Google, los algoritmos de las redes sociales, las recomendaciones de Siri, Alexa, Netflix y Spotify; e incluso la espeluznante inteligencia artificial que ahora termina tus oraciones cuando escribes un correo electrónico: todo está hecho a tu medida. En teoría, ¡esto es increíble! ¿Qué hay de malo con un mundo que gira en torno a ti y tus preferencias e inclinaciones particulares? Unas cuantas cosas.

      En primer lugar, cuando todo gira en torno a ti y a tus gustos, solo será genial si sabes exactamente lo que es bueno para ti. Y por lo general, no lo sabemos. Piensa en la tendencia de los restaurantes «arma tu propia pizza». Vas por la fila y eliges exactamente lo que quieres en tu pizza: salsa marinara picante, salchichas, pepperoni, aceitunas, cebollas rojas, ajo, ricota, mozzarella, tal vez un poco de pesto por encima. Lo que se adapte a tu gusto. Sin embargo, en mi experiencia (y tal vez soy muy malo armando pizzas), la «pizza perfecta para mí» casi siempre termina siendo una decepción. En general, habría sido mejor simplemente confiar en el conocimiento especializado del chef, permitir que alguien con verdadera sabiduría culinaria cree una pizza que seguramente disfrutaría. Además, si siempre depende de mí armar mi propia pizza, es probable que solo me quede con los sabores que conozco y me gustan, y nunca me aventuraría en un nuevo territorio culinario ni expandiría mi paladar.

      El segundo problema es que cuando cada individuo vive una vida centrada en el «yo» totalmente única, personalizada y perfectamente curada, es más difícil encontrar elementos en común con los demás. Empezamos a perder la capacidad de ser empáticos y no podemos conectarnos con las personas porque su experiencia del mundo, las noticias que consumen, lo que aparece en sus redes sociales y demás, es diferente a la nuestra en formas que ni siquiera podemos saber. Todos vivimos en nuestras propias burbujas mediáticas, y no hay dos iguales. Parte de la razón por la que la sociedad es cada vez más divisiva es que no podemos tener conversaciones productivas cuando todos llegan con su propio conjunto de «hechos», «expertos» y sesgos de fondo, habiendo sido moldeados por una dieta de información completamente diferente a la de cualquiera de los demás. Y cuando no podemos relacionarnos con los demás, nos retiramos aún más a nuestras burbujas individualistas y autorreferenciales, que no son un entorno donde la sabiduría pueda crecer.

      Una dieta más saludable

      Entonces, ¿qué hacemos con estos malos hábitos alimentarios que están envenenando nuestras almas? ¿No deberían los cristianos, como seguidores del hombre que se llamó a sí mismo «la verdad» (Juan 14:6) y dijo «la verdad os hará libres» (Juan 8:32), estar al frente de la tarea de recuperar la verdad y ser ejemplos de sabiduría en la era de la posverdad?

      Algunos cristianos han sugerido que la situación cultural es tan terrible, y el impulso de deformación de la era digital tan imparable, que la mejor estrategia es retirarse. Para evitar la infección por los contagios de la era digital deberíamos desconectarnos y formar comunidades alternativas en alguna otra parte, como los monjes en la Edad Media. Si queremos seguir siendo sal y luz para las generaciones futuras y ser portadores de la sabiduría cristiana más allá de esta era inquietante, debemos agacharnos y esperar, no sea que nos perdamos en el ataque.

      Esa parece ser la lógica y tiene algo de sentido. En mis momentos más cínicos, cuando veo las tendencias perturbadoras en mis propios hábitos de ingesta de conocimiento y me preocupo por cómo les irá a mis hijos en un ambiente así, yo también me siento tentado a arrojar mi teléfono a


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