La ciencia de los sentimientos. Ignacio Rodríguez de Rivera

La ciencia de los sentimientos - Ignacio Rodríguez de Rivera


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que existe por sí mismo, ya no es, por decirlo en términos coloquiales, un lugar en el que ocurren los hechos; ni el tiempo es algo que existe por sí mismo, o una dimensión durante la que transcurren los sucesos, sino que espacio y tiempo son dos medidas de los hechos.

      Las consecuencias que esto tiene para nuestra forma de pensar el mundo son innumerables y, como veremos a lo largo de mi exposición, es fundamental para comprender el modo de funcionamiento de nuestra mente en su doble faceta de consciente e inconsciente, pues la consciencia opera con espacio y tiempo, mientras para la mente inconsciente no rigen tales dimensiones.

      Por si todo lo anterior fuera poco, cuando los físicos se ocupan de estudiar los tamaños ínfimos, empezando por el átomo, y descubren que esa partícula mínima considerada indivisible (que eso es lo que significa ‘átomo’) – está a su vez compuesta por otras unidades más pequeñas (partículas subatómicas) y que, además, la energía, que se consideraba como una especie de fluido continuo, es decir, infinitamente divisible, resulta que sólo se manifiesta (se transmite, se emite o recibe) siempre en ‘paquetes’ de cierta medida y nunca menor de esa medida, nace una nueva mecánica, la mecánica cuántica (un cuanto es una unidad de energía-materia). Lo cual introduce en la física el hecho de la discontinuidad.

      Otra de las grandes innovaciones producidas en el ámbito científico durante el siglo XX ha sido el estudio de los sistemas complejos, en los que intervienen múltiples elementos cuyos estados son variables y que interactúan entre sí: dicho estudio ha permitido comprobar que, cuando ese conjunto de elementos está sometido a determinadas restricciones de sus grados de libertad, las mutuas interacciones entre esos elementos producen unos parámetros de orden que antes no existían, es decir, que el sistema se autoorganiza generando un orden interno que no le ha sido impuesto desde el exterior.

      Un ejemplo de esto puede ser un conjunto de soldados que marchan en desorden por un camino ancho; llegan a un estrecho puente y se aproximan entre sí, hasta el punto de que se tocan hombro con hombro y casi se tocan con el de delante y detrás. Con esta nueva distribución de la tropa, ya no pueden marchar en desorden, sino que forman filas y marchan al mismo paso, sin que nadie les haya impuesto ese orden (autoorganizado).

      Dicho de otro modo, la materia inorgánica (mundo ‘inanimado’) puede generar una organización nueva que produce nuevas funciones o comportamientos del sistema. Lo más importante – a mi modo de ver – es que las características de ese nuevo sistema no pueden reducirse ni explicarse a partir de las características de cada uno de los elementos que lo componen.

      Por decirlo con un ejemplo muy sencillo: las propiedades del agua no son deducibles de la propiedades del hidrógeno y el oxígeno que la forman (H2O): la materia ha ‘inventado’ el agua cuando las relaciones entre el oxígeno y el hidrógeno se producen bajo determinadas condiciones (térmicas, de presión y electromagnéticas). El agua desaparece y se convierte en oxígeno e hidrógeno cuando cambian esas condiciones.

      Este fenómeno de la autoorganización ha dado pie para una nueva disciplina científica, iniciada por Haken en 1970, que recibe el nombre de Sinergética.

      Todo lo anterior nos pone de manifiesto un mundo muy diferente del universo contemplado por la ciencia de corte newtoniano: de un mundo mecánico en el que nada nuevo podía producirse, en el que todo era predecible según una trayectoria lineal de causa-efecto; un mundo que existía en el espacio y transcurría en el tiempo; un mundo que se movía según una corriente continua, sin saltos (de ahí el cálculo infinitesimal = infinitamente divisible); un mundo regido por leyes propias de la lógica racional; de ese mundo hemos pasado a otro discontinuo, sin espacio ni tiempo, impredecible, en que la incertidumbre no es un accidente, sino una realidad, en el que no todo se puede medir, porque no es un universo meramente cuantitativo, sino cualitativo, donde las cosas no son cosas compuestas de otras cosas, sino que las ‘cosas’ no son sino ‘relaciones entre relaciones’.

      Este nuevo mundo es tal que ya no podemos pensarlo con nuestras mentes conscientes, no podemos ‘imaginarlo’ (ponerlo en imágenes…: no podemos imaginar cuatro dimensiones, por ejemplo); pero sí podemos operar con él, calcular con sus datos, comprobar que nuestros cálculos se cumplen o verificar cuándo no se cumplen; es decir, podemos estudiarlo con método científico y hacer teorías sobre él, y cambiar esas teorías cuando nuevas observaciones las hacen inválidas.

      De modo que, con todo este nuevo equipaje de conocimientos, ahora estamos en condiciones de empezar a estudiar una realidad tan compleja como es el ser humano que, desde luego, no se ajusta para nada a la racionalidad clásica; con la esperanza (hipótesis que debemos confirmar) de que la realidad humana sí tiene explicación científica; teniendo en cuenta que la realidad humana no es solamente racional, sino también (tal vez sobre todo) emocional. Teniendo en cuenta que, además de pensamientos, los humanos también sentimos (sensaciones y sentimientos).

      Espero que lo anterior sirva como planteamiento del asunto que me propongo tratar en estas páginas y deseo que te interese continuar leyendo, pues me produciría una gran satisfacción que mi esfuerzo tenga fruto.

      (Eso, en todo caso, es un sentimiento mío cuyo origen y significado yo conozco pero no creo que te interese a ti conocerlo).

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      sensaciones del cuerpo y sentimientos de la mente

      Nos interesa hablar de los sentimientos, pero para entenderlos tenemos que comprender antes qué son las sensaciones, cómo se forman, qué significan y la función que cumplen.

      ¿Por qué es necesario entender las sensaciones?, por una razón muy sencilla: los sentimientos son algo que sentimos. De modo que hemos de averiguar qué es eso de sentir.

      Todos conocemos de primera mano sensaciones de calor o frío, dolor y placer, color, forma, posición y movimiento de las cosas; presión, peso, suavidad, aspereza, luz, penumbra y oscuridad, olores, sonidos, sabores, posición y movimiento de nuestro cuerpo, somnolencia, sed, hambre, asco, cansancio, necesidad de movernos, picor, escozor, deslumbramiento, atracción, repulsión, excitación sexual, calma, satisfacción, hastío…

      Cada una de esas sensaciones depende de dos factores: la índole del estímulo que las provoca y el estado en que se encuentra nuestro cuerpo al recibirlo.

      Unos estímulos proceden del exterior, otros del interior de nuestro cuerpo.

      A su vez, las sensaciones (por sí mismas) pueden tener un carácter, tonalidad o signo (valor) que puede ser: 1) positivo (agradable o atractivo), 2) negativo (desagradable o repelente) y 3) neutro (indiferente).

      Según sea el signo o valor de la sensación, se provoca una reacción (las positivas o negativas) o una ausencia de reacción (las neutras).

      Otra cosa diferente es que alguna sensación esté enlazada (debido a la experiencia) con otras que tienen un signo diferente, de modo que una sensación que, por ejemplo, en sí misma sea neutra, ha quedado enlazada con alguna otra de signo negativo, por lo cual aquella neutra adquiere una tonalidad negativa.

      Ese nexo entre varias sensaciones simultáneas o sucesivas queda establecido mediante enlaces entre diversas neuronas del cerebro, lo cual constituye la memoria, como ha demostrado Eric Kandel en su investigación sobre el cerebro del caracol marino Aplysia, que le valió el premio Nobel del 2000 (el detalle puede verse en su obra En busca de la memoria).

      Creo importante insistir en que las sensaciones, aunque sean neutras, dejan su impronta en la memoria, porque cada sensación no consiste en la estimulación de una sola neurona, sino en la excitación simultánea de un conjunto de neuronas que, en consecuencia, quedan enlazadas entre sí, a través de las conexiones sinápticas entre axones y dendritas (‘troncos’ y ‘ramas’ de las neuronas); de modo que esos enlaces se refuerzan o debilitan en función de la intensidad del estímulo y de las repeticiones del mismo.

      No olvidemos que la intensidad de un estímulo se traduce, a nivel de las conexiones neuronales en una mayor frecuencia de la activación del enlace; porque ese enlace es del tipo de un interruptor de un circuito eléctrico: apagado o encendido, sin términos medios: una neurona, cuando alcanza el límite de carga


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