La ciencia de los sentimientos. Ignacio Rodríguez de Rivera

La ciencia de los sentimientos - Ignacio Rodríguez de Rivera


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fortalecida aumentando el ‘aislante’ que es su revestimiento de mielina y, por tanto, facilitando la transmisión del impulso (como el cauce de un río se ahonda con el paso de la corriente).

      De este modo, el cerebro cuya estructura o diseño inicial se construye en función del código genético se va transformando o rediseñando en función de la experiencia, sea por estímulos externos al cuerpo o internos del propio cuerpo.

      Es fundamental tener presente que ese desarrollo cerebral se produce en función, además del código genético, de las condiciones ambientales, incluyendo aquí los hechos que ocurren durante la vida fetal, no sólo después del nacimiento.

      Para aclarar lo anterior, pondré el ejemplo (mejor dicho, la analogía) de un Estado político: el ADN o código genético de un Estado vendría a ser representado por las condiciones del territorio y de sus habitantes; las interacciones entre esos habitantes entre sí, y de ellos con su territorio llegan a producir una Constitución (una organización política del Estado). De modo similar, cuando hablamos de características ‘constitucionales’ (si se quiere: innatas) de una persona, no estamos hablando únicamente de su genética, sino también de los procesos experimentados por el individuo (proceso constitucional).

      Todo ello determina el modo en el que ese individuo va a experimentar los estímulos externos o internos, es decir, la modalidad (subjetiva) de sus sensaciones.

      Ahora bien, con todo lo que llevo dicho sobre las sensaciones, seguimos sin saber en qué consiste eso de ‘sentir’, que no es algo que pueda ser observado desde fuera, no es objetivo, sino sólo sentido desde dentro, es decir, subjetivo.

      Sin embargo, aunque tu no puedas sentir mi propia sensación, sí existe la posibilidad de que nos transmitamos de algún modo o por alguna vía esas sensaciones, aunque sean propias de cada uno. Ya veremos de qué modo es posible esto; pero antes hemos de entender en qué consiste la sensación propia de uno.

      Tratemos de aclarar el motivo por el que nos planteamos este asunto como un problema a resolver, pues podría parecer que se trata de algo obvio; por ejemplo, tendemos a pensar o creer que los colores son algo que existe en el mundo exterior, pero eso no es así, porque en ese mundo lo que hay son ondas luminosas de distinta frecuencia de onda e intensidad; de modo que el color es algo que sólo ocurre dentro de nuestra cabeza.

      Lo que llega a nuestra retina es una onda luminosa; en la retina hay dos tipos de células, llamadas conos y bastones (por la forma que tienen), los bastones son ‘sensibles’ a la intensidad luminosa, tan sensibles que pueden ser ‘excitados’ por un solo fotón; mientras que los conos son ‘sensibles’ a la frecuencia de la onda luminosa.

      La enorme diversidad cromática que así se obtiene se parece a lo que hace un buen pintor cuando toma pinturas de esos tres colores y las mezcla en distinta proporción para obtener el tono que busca.

      Algo parecido podríamos decir de otras sensaciones como el sabor, el olor, el sonido, etc.

      Pues bien, siguiendo con el ejemplo de la visión del color, lo que ocurre en ese bastón cuando es excitado, es que emite una señal eléctrica (transportada por una sustancia que llamamos neurotransmisor) a la siguiente célula del nervio óptico. De modo que lo que se transmite a lo largo de esa vía nerviosa es un impulso eléctrico, hasta que llega a la zona del cerebro que es la corteza visual, donde cobra el carácter de sensación de color.

      El color es algo que únicamente existe ahí, en la corteza visual, en ninguna otra parte del universo. Pero, sin duda es algo que existe, como todos sabemos y conocemos de primera mano (salvo aquellas personas que son ciegas o daltónicas, a quienes les servirán otros ejemplos sensoriales, que funcionan de modo parecido).

      Un ejemplo, ahora del sonido, puede ilustrar este asunto: como todos sabemos Beethoven se quedó sordo, aunque siguió componiendo su magnífica música. Cuando ya era sordo no podía oír sonidos, pero estoy completamente seguro que sí podía seguir soñando la música, seguía siendo capaz de ‘oírla en sueños’.

      Esto quiere decir que, cuando soñamos, nuestro cerebro se activa de tal modo que ‘percibe’ sensaciones de sonido, de color, etc. aunque no exista el estímulo que las provoca cuando estamos despiertos.

      Ahora no vamos a tratar el tema del sueño, cosa que haremos más adelante; pero sí es oportuno que veamos algún experimento neurológico que pone de manifiesto el fenómeno de transformación de una señal eléctrica, transmitida por la vía nerviosa en una sensación:

      Si introducimos un micro-electrodo en el cerebro, en una vía nerviosa que conduce hasta la corteza visual, o hasta la corteza auditiva, etc., el individuo, que sigue despierto y consciente (porque el cerebro no siente dolor alguno por ese motivo), lo que ocurre es que el individuo en cuestión ‘ve’ un color, u ‘oye’ un sonido, exactamente igual que si esa carga eléctrica se hubiese originado por un estímulo exterior sobre el ojo o el oído, etc.

      El mismo estímulo eléctrico puede introducirse en cualquier otra vía nerviosa, dando como resultado las diversas sensaciones que corresponden a cada una de esas vías.

      De hecho, existe un fenómeno, que se da en algunas personas, llamado ‘sinestesia’, que consiste en que un estímulo sonoro, por ejemplo, es percibido por la persona de dos formas simultáneas: como sonido y como, por ejemplo, color o forma. De modo que esa persona ‘ve’ sonidos; otra ‘oye’ colores; etc. (en realidad deberíamos decir que siente visualmente ondas sonoras, o siente auditivamente ondas luminosas).

      La explicación de este fenómeno parece ser que el estímulo sonoro, por ejemplo, se transmite por su vía correspondiente, pero también por otra vía que termina en la corteza visual; como una especie de derivación en un circuito eléctrico.

      Todo esto es lo que nos lleva a plantearnos la pregunta anterior: ¿cómo se transforma ese estímulo eléctrico que llega a la zona cerebral correspondiente en una ‘sensación’ que tiene la cualidad de sonido, forma, color, presión, temperatura, etc.?.

      A ese resultado sensorial, que sólo percibe el sujeto (la sensación es un hecho subjetivo) es a lo que los neurocientíficos llaman cuale (plural: cualia).

      Los cualia sólo existen en el sujeto, es decir, en el cerebro del sujeto, pero los neurocientíficos se debaten en cómo explicar ese enigma. Porque nosotros no sentimos cargas eléctricas sino colores, sonidos, etc.

      En el mundo no hay color, sino ondas electromagnéticas, no hay sonidos, sino ondas de presión, no hay sabores, sino sustancias químicas. Mejor dicho: en el mundo exterior no existen esas sensaciones, pero sí en la parcela del mundo que somos nosotros y otros seres vivos.

      “El término ‘cualia’ se refiere a la calidad de las entidades. El filósofo Willar Quine empleó el término para denotar el carácter subjetivo de las sensaciones. (…) lo emplearé para referirme a cualquier experiencia subjetiva generada por el sistema nervioso, como por ejemplo el dolor, el color, o el tono específico de una nota musical.” (p. 235).

      “Mi razonamiento es que la existencia misma del sistema nervioso central se origina en la experiencia sensorial, la cual, gracias a la predicción, permite el movimiento activo (motricidad)”. (p. 237)

      “Penfield encontró (…) que era posible evocar experiencias sensoriales muy específicas al estimular eléctricamente la corteza sensomotora (…). Dependiendo de la corteza estimulada, los pacientes ‘oían’ fragmentos de canciones familiares o de voces, o ‘veían’ a algún familiar o evocaban alguna imagen del pasado”.


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