La ciencia de los sentimientos. Ignacio Rodríguez de Rivera
que no es consecuencia de esas piezas, sino de la fuerza que se les comunica.
Lo que tratamos de averiguar ahora no es de qué está formado el sistema mental (cosa que ya hemos visto y llegado a la teoría de que está formado por cualia producidos por la experiencia), ni tampoco cómo funciona ese sistema mental (reactivando enlaces o relaciones entre esos cualia), sino qué es lo que hace que se produzca dicha reactivación.
Pues bien: ya hemos visto que una cualidad sensible es originada por un estímulo, sea procedente del mundo exterior o del interior del propio cuerpo.
En cualquier caso cualquier estímulo produce un efecto en una u otra parte del cuerpo, efecto que consiste en que el órgano afectado es apartado de su propio equilibrio homeostático, y reacciona de tal modo que recobra ese equilibrio.
Por ejemplo, en el caso de una célula de la retina ocular, el estímulo recibido (que la ‘excita’) es una onda luminosa de cierta frecuencia e intensidad (si se trata de ondas fuera de ese ámbito, ultravioleta o infrarrojo, la retina no se estimula: son ondas invisibles). Esa célula excitada, recobra su estado de equilibrio anterior emitiendo o descargando una señal electroquímica al nervio óptico.
Cuando el estímulo es de origen interno, por ejemplo, que se produzca un gasto de glucosa, el órgano en cuestión restablece su equilibrio enviando la ‘señal’ correspondiente hasta la zona cerebral donde se produce la sensación de hambre.
Lo que quiero poner de manifiesto con esos ejemplos simples es que el sistema mental es puesto en actividad a raíz de que el cuerpo necesita algo que sirva para restablecer su equilibrio homeostático.
Dicho del modo más breve posible: la mente se pone en funcionamiento cuando el cuerpo necesita algo.
La tarea de la mente es ‘averiguar’ y responder a eso que ‘me pide el cuerpo’, por expresarlo en términos coloquiales.
Eso ‘que me pide el cuerpo’ es a lo que Freud vino a llamar ‘pulsión’. Él empleó el término alemán ‘trieb’, palabra sin equivalente en español ni en inglés, y que fue traducida a la palabra española ‘instinto’ por Ballesteros (primer traductor de su obra completa) (edición promovida por el filósofo Ortega y Gasset y que revisó el propio Freud, que conocía bien nuestro idioma y que había leído en su juventud ‘El Quijote’); y por Strachey que la tradujo al inglés con la palabra inglesa ‘instinct’.
El propio Freud había señalado que prefería utilizar el término ‘trieb’, en vez de ‘instinkt’, porque el segundo (instinto) se refiere a una conducta programada del individuo; mientras que ‘trieb’ es un impulso de origen orgánico carente de un programa de conducta específico.
El neologismo español ‘pulsión’ fue propuesto por el segundo traductor de la obra completa de Freud, el argentino Etcheverry, debido a las connotaciones que sugiere ese término tales como la de un impulso o empuje de índole indeterminada o inespecífica. (Su raíz latina ‘pellere’=empujar, ha dado origen a múltiples términos: compulsar, compulso, compulsión, expulsar, repulsa, impulsar, impeler, propulsar, pulsar, etc.)
Si me detengo a comentar lo anterior es porque se trata de un concepto que se presta a muchas confusiones y que, si no se aclara suficientemente, puede dar lugar a grandes errores sobre los procesos mentales que ocasiona dicha ‘causa’ del dinamismo mental.
Pondré un ejemplo que ya he utilizado antes: uno tiene la sensación de hambre o apetito, sin saber muy bien qué es lo que le apetece. La ‘señal’ que está recibiendo su mente es la de una ‘pulsión’ que llamamos hambre (para mayor precisión: el hambre es la sensación (cuale) producida por la pulsión originada por la falta de nutrientes) .
La tarea a la que se enfrenta esa persona es averiguar de qué apetito particular se trata. Si el interesado padece un episodio de hipoglucemia, con toda probabilidad que ‘sepa’ detectar que se trata de apetito de azúcar; pero con mucha frecuencia las cosas no son tan fáciles y cuesta mucho descubrir que la apetencia es de, por ejemplo, naranjas (como le ocurrió a las tripulaciones de antiguos navíos, cuya carencia de vitaminas les producía escorbuto).
Una pulsión, en general es de ese modo: una exigencia del cuerpo, sentida como necesidad o apetencia (según su intensidad) inespecífica en principio.
La pulsión es el ‘empuje’ del cuerpo, la sensación que produce no está inicialmente conectada o dirigida a una cosa particular. Por eso decía Freud que supone una exigencia de trabajo para la mente.
En el caso de otros animales, la mayoría de sus necesidades pulsionales desencadenan un repertorio de conductas que están programas ‘instintivamente’; pero en el caso humano, salvo escasos repertorios instintivos, la mayoría de sus pulsiones o exigencias del cuerpo requieren de un aprendizaje más o menos largo.
Este rasgo que nos es propio (aunque, en menor medida, lo comparten algunas especies animales) parece ser debido a que los humanos nacemos con un cerebro inmaduro, todavía poco desarrollado, y a que su desarrollo se completa durante muchos años (dicen que hasta los 21 no se desarrolla la corteza cerebral); de modo que ese desarrollo o madurez se produce en función de las relaciones con el ambiente (sobre todo de su entorno humano).
El carácter inespecífico de la pulsión podemos verlo con mayor claridad si observamos a un recién nacido: el bebé siente una incomodidad, desazón, molestia, dolor, que no ‘sabe’ identificar: reacciona pataleando y llorando (conducta, esta sí, instintiva o refleja). La persona que lo cuida (función ‘madre’) detecta ese malestar del bebé y emprende la tarea (a veces bastante ardua por estar sometida a la tensión que le genera el llanto) de averiguar cuál es la necesidad del bebé: cambio de posición, hambre, sed, escozor por humedad, gases, etc. (unas son pulsiones originadas en el cuerpo del bebé, otras son necesidades provocadas por estímulos externos).
Hasta que no responde adecuadamente, la pulsión no cesa (ni el estímulo adverso tampoco).
Si las cosas marchan suficientemente bien, la madre responde adecuadamente a la necesidad de la criatura, y ésta ‘aprende’ a ir identificando, a través de múltiples repeticiones, cuál es su necesidad.
Otras veces, por desgracia, la madre (insisto en emplear este término para designar a cualquier persona cuidadora) ‘interpreta’ erróneamente aquella necesidad, por ejemplo, cada vez que llora le pone a mamar, lo cual satisface al bebé y se duerme, aunque siga escocido por su orina o heces.
Este error materno facilita o determina, en mayor o menor medida, que el lactante en cuestión desarrolle la tendencia a intentar satisfacer cualquier situación incómoda con una conducta equivalente a la de mamar: será ‘un mamón’ que, siempre que se siente necesitado de algo, quiera resolverlo incorporando cosas de otras personas. Un carácter ‘oral’, que diría Freud.
Con este ejemplo, bastante simplificado, quiero poner de manifiesto dos cosas: A) que la pulsión (‘lo que me pide el cuerpo’) es lo que pone en movimiento al sistema psíquico y B) que la mente se organiza de un modo u otro en función, no sólo de las pulsiones que surjan durante la vida, sino también en función del aprendizaje adquirido a través de la experiencia; experiencia notablemente dependiente de las condiciones del entorno.
Ahora bien, sería un error considerar que las pulsiones son el único motivo por el que se produce una actividad psíquica, ya que la pulsión es el resultado de una variación del equilibrio homeostático del cuerpo, originada por el propio dinamismo orgánico; pero a las pulsiones, que se manifiestan con cierta periodicidad propia de cada sujeto y de la etapa de su vida, hay que añadir otro motivo por el que el organismo es apartado de su equilibrio homeostático; se trata de los estímulos, tanto los de origen externo como interno (por ejemplo los gases intestinales del bebé anterior).
También los estímulos acarrean una necesidad corporal más o menos urgente e intensa que debe ser respondida desde el sistema mental (salvo aquellos casos en que exista una respuesta refleja o instintiva).
En cualquier caso, el que existan o no ciertos estímulos es bastante aleatorio y no corresponde a necesidades propias del individuo.
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