Ecofeminismo . Geraldina Ce´spedes Ulloa
desde la interdependencia de diferencias múltiples, es decir, desde una diversidad de modos de ser humano o un conjunto multipolar de combinaciones de elementos esenciales, entre los cuales la sexualidad es solamente uno de ellos. Como sostienen algunas teólogas feministas, necesitamos una antropología holística o multipolar que comprenda la sexualidad como un elemento que ha de integrarse en una visión holística del ser humano en vez de convertirse en la piedra de toque de la identidad personal12. En este marco antropológico, las diferencias y la diversidad son vistas como una fuente creativa para la comunidad y no como un problema o una desventaja. La identidad o la realización no se afirman desde la oposición o la uniformidad, ni tampoco a través de la exclusión o la complementariedad, sino a través de relaciones basadas no en la jerarquía, el dominio o la superioridad, sino en la inclusión, la equidad, la reciprocidad y la interdependencia.
También hay que ir más allá del esquema binario dualista en la teología y en la espiritualidad. Por ejemplo, en la reivindicación de la simbología y el lenguaje sobre Dios, pues Dios trasciende lo femenino y lo masculino. Ningún lenguaje, ningún símbolo o imagen –sea femenino o masculino– es capaz de expresar, ni mucho menos agotar, la riqueza del misterio de Dios. Él –o ella– puede ser simbolizado y pronunciado sin ningún problema en femenino, en masculino, más allá de ellos o integrándolos a ambos.
Es interesante recordar cómo en tradiciones muy antiguas de Occidente y de Oriente aparece la cuestión del andrógino como símbolo cultural y arquetipo que está en el inconsciente colectivo de la humanidad y que encontramos presente en la historia de las religiones.
Las religiones primitivas veían como algo positivo la integración armoniosa de lo femenino y lo masculino. La androginia, en vez de ser vista como una aberración o algo profano, era considerada como algo sagrado y como un símbolo de plenitud. Diversos relatos míticos antiguos muestran que, en muchas culturas primitivas, tanto el ser humano primordial como los dioses primordiales eran andróginos, es decir, ni masculinos ni femeninos, sino que en ellos se armonizaban muy bien ambas dimensiones, como un signo distintivo de una totalidad originaria en la cual tenían cabida todas las posibilidades. Esta relación no polarizada ni conflictiva entre lo femenino y lo masculino, expresada en el mito del andrógino, buscaba simbolizar una realidad muy profunda: el poder incluyente y la fuerza creativa de la divinidad, así como también, en la línea de la teología de Pseudo-Dionisio Areopagita, de Nicolás de Cusa y de otros representantes de la teología apofática o negativa, era una expresión del inefable misterio de Dios, en quien se hace posible la coincidentia oppositorum, es decir, la unión y la armonización de los contrarios.
Esta visión se articula muy bien con la perspectiva ecofeminista, que busca ensanchar la tienda para que quepan otras visiones y que se opone a lo que Ivone Gebara denomina la «cooptación de Dios». Por eso, esta teóloga plantea que el apofatismo o teología negativa es un punto de partida necesario para repensar a Dios en términos ecofeministas. Ella considera que la experiencia teológica ecofeminista comienza por la vía negativa, que es el camino consagrado por los místicos –hombres y mujeres– antiguos. Esto significa que tenemos que aceptar desde nuestra experiencia personal y comunitaria que ya no podemos hablar más de Dios en términos absolutos13.
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