Ecofeminismo . Geraldina Ce´spedes Ulloa

Ecofeminismo  - Geraldina Ce´spedes Ulloa


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sociedades y culturas, las mujeres comen después de los varones, y no comen sentadas a la mesa, sino en la cocina, muchas veces de pie, o, si están sentadas a la mesa, están levantándose constantemente para buscar lo que falta para abastecer y servir a los hombres. Si la familia es de escasos recursos y no hay suficiente cantidad y calidad de alimentos, quienes se privan de la alimentación son las mujeres. Ellas están en una situación de vulnerabilidad ante el derecho universal a una alimentación adecuada y saludable.

      Irónicamente, las mujeres, que producen el 70 % de los alimentos a nivel mundial y que son quienes más se ocupan y preocupan por la comida diaria de la familia y las que literalmente alimentan al mundo, son las peor alimentadas. Las estadísticas señalan que la mayoría de los desnutridos del mundo son mujeres. Según estudios de la FAO, en América Latina y el Caribe existen 19 millones de mujeres que sufren inseguridad alimentaria severa. A partir de esto se constata que el patriarcado ha generado una feminización del hambre y la desnutrición. Como señala Acción Contra el Hambre, las desigualdades de género están en el origen del hambre. Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y mejorar la nutrición, tal como se plantea en el segundo de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados por la Agenda 2030 de la ONU, tiene que ver con la justicia, la equidad y el empoderamiento de las mujeres (objetivo 5) y con decisiones y acciones políticas radicales para hacer frente al cambio climático (objetivo 13).

      – Las mujeres y el trabajo. Echando una mirada a la situación laboral, el desajuste en las relaciones de género tiene varias manifestaciones, y las mujeres se enfrentan a grandes desventajas. Por un lado está la brecha salarial, pues las mujeres no solo siguen teniendo dificultades para acceder a un empleo digno y a puestos de responsabilidad, sino que el salario percibido por las mujeres sigue siendo entre un 30 % y un 40 % menor que el que perciben los varones por realizar el mismo trabajo. Las mujeres realizan las dos terceras partes del trabajo mundial por un 5 % de los salarios que se pagan. En el área rural de muchos lugares del Tercer Mundo, la división sexual del trabajo lleva a las mujeres a encargarse de las tareas más duras: recoger alimentos, leña y agua, recorriendo largas distancias, en cuyo trayecto están expuestas a sufrir acoso y violencia. Sobre la base de la división sexual del trabajo, que deriva del esquema capitalista, que separa lo público y lo privado, la producción y la reproducción, las mujeres son confinadas a realizar los trabajos de la esfera privada y a encargarse de la función de reproducción, tareas por las cuales ellas no perciben reconocimiento ni salario alguno, lo cual las convierte en dependientes de los hombres de su entorno.

      Por otro lado, el ámbito laboral es para las mujeres un ámbito de violencia, de abuso y de acoso sexual, teniendo que realizar su trabajo en condiciones de inseguridad y permanente estrés, lo que afecta a su rendimiento satisfactorio y al sentido de realización. También está la segregación ocupacional, que relega a las mujeres a los trabajos peor remunerados y con menos horarios flexibles. Y, por supuesto, está lo que ya en 1978 Marilyn Loden denominó el «techo de cristal» –o barrera invisible–, que impide a las mujeres lograr ascensos laborales y llegar a cargos directivos y gerenciales en sus ámbitos de trabajo. A esto se suma la sobrecarga laboral, pues, en una sociedad machista, a las mujeres les toca una doble jornada laboral: la del lugar del empleo y la de la casa, teniendo que hacerse cargo del sostenimiento cotidiano del hogar y asumir también las tareas de cuidado de las personas vulnerables de la familia (enfermos, niños, ancianos, etc.).

      – Mujeres y derecho a un techo. En este ámbito, las mujeres constituyen el grupo más vulnerable y se les viola el derecho a una vivienda digna y segura. La cuestión no es solo cómo afecta el déficit habitacional a las mujeres o el problema del derecho a la titularidad de la casa, sino también cómo el ámbito de la casa muchas veces es uno de los espacios más inseguros para las mujeres, pues muchos de los actos de violencia y violación acontecen en el espacio doméstico. De ahí que la lucha de las mujeres en este aspecto consista tanto en el derecho a un techo digno y a un hogar seguro como en lograr un espacio sin violencia y que sea verdaderamente un lugar de libertad, ya que la casa se torna muchas veces un espacio de confinamiento involuntario y una especie de «prisión domiciliaria» para las mujeres.

      b) La violencia hacia la tierra y hacia las mujeres

      Una de las realidades más clamorosas de nuestro mundo hoy es la agudización de las distintas formas de violencia hacia las mujeres en todos los ámbitos de la vida (doméstico, laboral, político, artístico, religioso, etc.) y la impunidad que rodea a todas estas violencias. Esa impunidad, que, como dice Eduardo Galeano, es el producto más barato que se ofrece en el mercado internacional1, es la misma con la que también destruimos nuestro planeta. Sobre su base, históricamente se han perpetrado los más variados actos de violencia, llegando hasta las manifestaciones más extremas de violencia contra las mujeres (feminicidio) y contra la tierra (ecocidio). Estas dos violencias están interrelacionadas y se extienden a lo ancho del mundo como una pandemia que no conoce fronteras geográficas, culturales, etarias o religiosas.

      Sobre la base de una idea de progreso que ha funcionado desde una lógica depredadora y mercantilista, los seres humanos hemos ido retrocediendo en nuestra relación con la naturaleza, degenerando en una relación de violencia que está empujando a la muerte a miles de especies, incluida la misma especie humana. Son múltiples las agresiones de los humanos hacia la tierra. Hemos llegado a causarle no solo heridas difíciles de curar, sino grandes daños irreversibles que están teniendo consecuencias nefastas para nuestra vida y la del resto de las especies. Muchas de estas heridas son descritas por el papa Francisco en el primer capítulo de la encíclica Laudato si’, titulado «Lo que le está pasando a nuestra casa».

      Esos daños se manifiestan sobre todo en la contaminación del aire, el agua y el suelo; la gran cantidad de basura y residuos de todo tipo producidos por la cultura del descarte; el cambio climático y el calentamiento global, debido al aumento de gases de efecto invernadero, el uso de combustibles fósiles, el uso excesivo de fertilizantes y la desforestación de selvas y bosques; la escasez y el deterioro de la calidad del agua, que produce enfermedades y muertes diariamente; la destrucción de los ecosistemas, que provoca un aumento de las migraciones de seres humanos y animales, porque ya no encuentran agua ni alimento; la pérdida de la biodiversidad, debida al cambio climático y a la explotación que ha acelerado drásticamente la extinción de miles de especies vegetales y animales; la inequidad planetaria y la privatización, que nos han conducido a la actual degradación social y ecológica (cf. LS 20-52).

      Debido a la injusticia social y al deterioro ambiental, los fenómenos naturales se tornan cada vez más en desastres que afectan a los más empobrecidos, especialmente a mujeres pobres que están en situación de mayor vulnerabilidad. Las catástrofes –que casi nunca son naturales, sino que se deben a que los Estados tienen políticas catastróficas que no cuidan la vida de los pobres– suelen tener más repercusiones negativas para las mujeres que para los hombres. Esto se debe a la mentalidad androcéntrico-patriarcal, que distribuye el trabajo y los recursos de forma desigual y que lleva a que, aun en situaciones de emergencia climática, el abuso y la violencia contra las mujeres no conceda tregua, pues en las casas y en los mismos refugios para víctimas de tragedias ambientales muchas mujeres y niñas han sido abusadas y violadas.

      Además, las mujeres cargan con las consecuencias de decisiones gubernamentales, económicas, militares y sanitarias tomadas en su mayoría por varones de la élite del poder. Son las mujeres y la tierra quienes sufren en su propio cuerpo los daños que ocasionan los pesticidas, los residuos químicos presentes en alimentos de consumo diario, las sustancias tóxicas de los productos de limpieza. Muchas mujeres están expuestas, a nivel doméstico y laboral, a daños a su salud que se derivan de la utilización de sustancias con contenido tóxico, que tienen que usar sin ninguna protección. Las mujeres están situadas en primera línea en cuanto personas afectadas por la degradación socio-ambiental. Ellas experimentan en mayor número y de forma más aguda los daños a la salud que provienen del contacto con agua y alimentos contaminados. La contaminación y deforestación que provocan las empresas afectan a sus cultivos, y así disminuye la posibilidad de contar con alimentos sanos.

      La conexión entre la violencia hacia la tierra y la violencia hacia las mujeres se expresa también en la violencia de que son


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