Ecofeminismo . Geraldina Ce´spedes Ulloa

Ecofeminismo  - Geraldina Ce´spedes Ulloa


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la muerte por asumir la defensa de la casa común y de las mujeres.

      En distintos lugares del mundo va creciendo la conciencia ecosocial, y cada vez más están surgiendo movimientos de resistencia que se articulan para luchar contra la destrucción de la naturaleza. Dentro de esas resistencias, las mujeres juegan un papel clave, siendo las más activas y creativas en la defensa y el cuidado de la casa común. Ellas están a la vanguardia en la reivindicación de los territorios ancestrales y la ecojusticia. Como consecuencia, muchas son perseguidas, criminalizadas y asesinadas por su compromiso con la equidad y la justicia social, por su búsqueda de relaciones nuevas entre hombres y mujeres y con la naturaleza. Arraigadas en una ecoespiritualidad transreligiosa de parentesco con la creación, muchas mujeres han asumido la defensa de la casa común hasta sus últimas consecuencias. Sin quererlo ni buscarlo, han llegado hasta el martirio –podríamos denominarlas «mártires socio-ambientales»–, cayendo en el surco de la tierra como víctimas del capitalismo neoliberal y patriarcal.

      El secuestro, la violación y el asesinato selectivo de muchas luchadoras socio-ambientales es el mecanismo utilizado por el sistema extractivista –formado por la alianza Estado-empresas, generalmente transnacionales– para infundir terror en las organizaciones y movimientos de resistencia y continuar así enriqueciéndose con su política depredadora de la naturaleza. En el siglo XXI aumentan cada vez más los asesinatos de defensoras de la tierra y de las mujeres. En distintos lugares del planeta se constata que defender la casa común se ha convertido hoy en una de las actividades más peligrosas.

      En 2015, en América Latina fueron asesinadas diez mujeres por luchar contra proyectos extractivistas destructores del medio ambiente. En 2018, en el mundo fueron asesinadas 17 defensoras del medio ambiente, siendo Filipinas y Colombia los países con más letalidad de mujeres ecologistas, seguidos por México, Guatemala, India, Ucrania y Gambia. América Latina es reconocida como la región más peligrosa del mundo para las personas defensoras del planeta (con más de 1.500 casos de defensores de la madre tierra asesinados entre 2002 y 2019). En este continente también se concentra la mayor cantidad de asesinatos, especialmente de indígenas y mujeres defensoras de la casa común, con casos emblemáticos, como el de la monja Dorothy Stang (73 años), asesinada en Brasil en 2005; el de Berta Cáceres (42 años), asesinada en Honduras en 2016; el de Diana Isabel Hernández (35 años), asesinada en Guatemala en 2019; el de María Guadalupe Campanur (32 años) y Nora López León (47 años), asesinadas en México en 2018 y 2019 respectivamente; el de Macarena Valdés (32 años), asesinada en Chile en 2016, entre otras.

      c) Las mujeres y la tierra: entre el mercado y el patriarcado

      Estamos en una época marcada por una mentalidad depredadora y de cruel explotación del cuerpo de la tierra y el cuerpo de las mujeres, en la que el sistema económico –dominio mayoritario de los hombres–, de forma planificada y organizada, extrae sustanciosos beneficios para una élite. Esto se hace a costa de la mercantilización de las mujeres y de la tierra, práctica que constituye el corazón mismo de la acumulación capitalista.

      La raíz de los grandes problemas que destruyen el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de la tierra hay que buscarla en la tendencia del sistema a convertirlo todo en mercancía, llegando al colmo de convertir al ser humano mismo en alguien que no solo compra y vende, sino en un objeto que se compra y se vende. Puesto que esto sucede en el marco de un sistema marcadamente androcéntrico-patriarcal, son sobre todo las mujeres quienes terminan convirtiéndose en objeto de consumo y en negocio rentable.

      Entre el mercado y el patriarcado existe una relación de complicidad que daña y destruye tanto la casa común como la vida de las mujeres. Desde una visión mercantilista, el sistema promueve una dinámica de consumo en la que se promocionan un sinnúmero de productos, utilizando para ello a las mujeres como mano de obra barata, como destinatarias, consumidoras y víctimas, pero sobre todo utilizando su cuerpo como cebo, haciendo que se pase del consumo de objetos a la mujer como objeto de consumo.

      Además, la sociedad de consumo ejerce en muchas mujeres una función anestesiante al inculcar una idea de bienestar y de desarrollo, de belleza y de prosperidad, a través de un consumo altamente contaminante y con consecuencias dañinas para la salud de las mujeres. La sociedad de consumo no solo incita a las personas al consumismo, sino que las consume, siendo las mujeres quienes resultan más consumidas por el capitalismo patriarcal.

      Hay muchas formas cotidianas en las cuales se manifiesta cómo los mandatos patriarcales y el sistema económico consumen a las mujeres. Por ejemplo, muchas mujeres invierten gran parte de su tiempo en una serie de prácticas para responder al estereotipo de mujer del patriarcado (dedicarse en exceso a las cuestiones domésticas; dedicar demasiado tiempo al arreglo personal y a conseguir la imagen de mujer pautada por los cánones sociales de belleza y esperada por los varones; a ir de compras; a realizar tareas del hogar que deberían distribuirse equitativamente con los varones, etc.).

      Pero la forma más cruel en que son consumidas las mujeres hoy la encontramos en la horrorosa práctica del tráfico de personas, cuyas redes, amparadas por el capitalismo patriarcal, actúan impunemente explotando los cuerpos de las mujeres para hacerlos rentables. La trata, que deja suculentos beneficios económicos, consume física y emocionalmente a las mujeres que son objeto de tráfico para usarlas como mano de obra barata –o como esclavas– o para convertirlas en objetos de placer y mercancía sexual para ser consumidos por los hombres, ya sea en la prostitución o en matrimonios impuestos. Es un negocio sumergido que alcanza dimensiones trágicas y alarmantes, y es uno de los fenómenos en los que con más claridad se manifiesta la connivencia que existe entre el mercado y el patriarcado. La alianza capitalismo-patriarcado ha engendrado, entre otras aberraciones, uno de los negocios más monstruosos: traficar con mujeres y niños.

      Mientras se siguen consumiendo y profanando los cuerpos de tantas mujeres, el sistema económico engrosa su capital con el tráfico, que, según las estadísticas de los últimos años, ha llegado a convertirse en la segunda actividad económica ilegal más lucrativa del mundo (antecedida por el tráfico de armas y seguida por el tráfico de drogas). Sin duda, el tráfico de seres humanos –de los cuales el 80 % son mujeres– constituye hoy día «el siniestro “reverso oculto” de la globalización»2. En un documento estremecedor sobre las nuevas esclavitudes del siglo XXI, la Agencia Fides recoge el testimonio de un proxeneta que cínicamente expresó que «la mujer da más ganancia que la droga o el armamento. Estos artículos solo se pueden vender una vez, mientras que la mujer se revende hasta que muere de sida, queda loca o se mata»3.

      El cuerpo roto de tantas mujeres, lo mismo que el cuerpo roto de la madre tierra, constituye hoy una sangrante interpelación a toda la humanidad y a todas las religiones, desafiándonos a afirmar, con nuestras palabras y nuestras acciones, la sacralidad de la vida en medio de un sistema que cada día lo profana al convertir en mercancía y negocio lucrativo transnacional a las mujeres y a la tierra.

      d) Patriarcado, militarismo y destrucción de la tierra

      Hay que señalar también que existe una interrelación entre patriarcado, militarismo y destrucción de la casa común. A lo largo de la historia, la experiencia muestra cómo los conflictos bélicos y la proliferación de armas llevan a la catástrofe socio-ambiental: destrucción de seres humanos, de los cultivos, de los animales; contaminación del aire, del suelo y del agua, etc.

      Y también muchos conflictos actuales, que tienden a considerarse solo desde el ángulo político, económico, étnico o religioso, tienen como causa la crisis socio-ambiental. Muchos desplazamientos migratorios dentro y fuera de los países pobres no son más que una consecuencia del calentamiento global. Por eso en el fenómeno de la movilidad humana hay que hablar de una nueva categoría: los emigrantes y refugiados climáticos, dentro de los cuales las mujeres constituyen el sector en situación de mayor vulnerabilidad y expuestas a ser, al igual que la naturaleza, objeto de uso y de abuso.

      En muchos países, el deterioro del entorno ecológico, la reducción de las fuentes hídricas y la desertificación del suelo han llevado al abandono de las tierras donde históricamente se ha asentado una población. Estos movimientos provocan no solo


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