La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов
acompañados habitualmente por el «brasero» ritual también de bronce, otro de los elementos más característicos de la artesanía tartésica que perduró con éxito en la Cultura ibérica (fig. 23).
Fig. 23. Conjuntos de jarro y brasero tartésico (según Garrido y Orta, 1989).
También los quemaperfumes o thymateria representan uno de los elementos más significativos de la toréutica tartésica, asociados igualmente a la liturgia y procedentes de tumbas y santuarios. Por otra parte, la escultura antropomorfa no es muy abundante, si bien destacan los reshef, de clara influencia egipcia, que fueron introducidos por los fenicios en los primeros compases de la colonización, pues aparecen en el entorno donde debieron levantarse los santuarios de Melkart en Cádiz y en Huelva. A estas pequeñas esculturas bien conocidas por todo el ámbito mediterráneo y de claro origen sirio-palestino, se les une el sacerdote de Cádiz o la Astarté de El Carambolo, la única expresión escultórica que conocemos de esta época a pesar de la importancia que tuvo esta diosa en la religión tartésica. En definitiva, un pequeño número de ejemplares que expresan la escasa tradición que los fenicios tuvieron por la escultura antropomorfa y que continuó en época tartésica, donde apenas conocemos algunas pequeñas esculturas relacionadas con representaciones zoomorfas, si bien casi todas fuera de su contexto arqueológico y, por ello, con unas cronologías muy dispares.
Los objetos realizados en marfil son los que muestran una mayor riqueza iconográfica de indudable origen oriental. Los primeros marfiles fueron descubiertos en las distintas necrópolis excavadas en los Alcores sevillanos por Bonsor, adscritos entonces al mundo fenicio y a los que el arqueólogo dedicó buena parte de sus estudios. Pronto, estos marfiles fueron considerados «orientalizantes» por su estilo, pero tartésicos por la cultura a la que pertenecían. Aunque el elemento mejor conocido de este material es el peine, hay otros objetos que también tienen una presencia significativa como las placas decoradas, las cajas circulares o píxides o las paletas con cazoleta circular, todos ellos muy vinculados a la ritualidad de la religión tartésica y en su inmensa mayoría hallados en las tumbas y lugares de culto tanto del núcleo de Tarteso como de su periferia geográfica, y en distintas fases cronológicas, desde el siglo VII al V a.C., lo que incide una vez más en la singularidad de la artesanía tartésica y en su fuerte implantación tras la fase de colonización. Los motivos iconográficos de los peines son reiterativos, principalmente leones, ciervos, esfinges y grifos, además de motivos vegetales, normalmente enmarcados en frisos decorados con trenzados o motivos en forma de zigzag. En cuanto a las placas, destacan los motivos de guerreros grabados en las de Bencarrón (fig. 24). Fechadas en el siglo VII a.C., estas placas muestran una decoración inspirada en la mitología oriental, con animales ajenos al imaginario indígena, lo que demuestra la pervivencia de esta iconografía hasta bien entrado el periodo tartésico. Por último, destacar las paletas rectangulares con cazoleta circular en el centro que aunque tradicionalmente se han interpretado como paletas cosméticas, ningún análisis ha podido certificar esta función; estos singulares objetos ofrecen una iconografía muy rica con grifos y esfinges, figuras humanas, flores de loto o caballos tirando de un carro, destacando las de Alcantarilla, aunque recientemente se han descubierto varios ejemplares en la necrópolis de inhumación de la Angorrilla, en Alcalá del Río, que han servido para completar el análisis de estos objetos vinculados especialmente a las tumbas tartésicas.
Fig. 24. Marfil del Bencarrón (Carmona, Sevilla), Hispanic Society of America, Nueva York.
En definitiva, los marfiles son una expresión más del producto artesanal genuinamente tartésico, elaborados por lo tanto en la península desde los primeros momentos de su aparición, primero en la costa y más tarde en talleres de su periferia geográfica, donde irrumpen con fuerza a partir del siglo VI a.C. En estos momentos postreros de la cultura tartésica, los marfiles son sustituidos por huesos también decorados a base de incisiones, si bien los motivos iconográficos que ahora predominan son los geométricos en detrimento de las alusiones mitológicas. No obstante, en estas tierras del interior siguió circulando el marfil procedente del comercio marítimo como lo demuestra el trozo en bruto hallado en el santuario de Cancho Roano, preparado para ser cortado y decorado por artesanos que se acercarían al propio santuario.
Para finalizar, hemos de hacer una obligada alusión a los tesoros áureos y a la orfebrería en general procedente, principalmente, de ocultaciones, aunque también se ha recuperado algún conjunto de importancia en el interior de tumbas y santuarios, donde destacan sin duda los de El Carambolo y Cancho Roano. En el caso de la orfebrería, partimos de un escenario muy distinto al que hemos visto hasta ahora para otros elementos como los bronces o los marfiles, pues desde el Bronce Final existía en la península talleres de orfebre que nos han dejado una gran cantidad de objetos de oro y plata procedentes de ocultaciones, una práctica que parece que se mantuvo en época tartésica a tenor de los numerosos tesoros recuperados en estas circunstancias. No obstante, es muy significativo que esos tesoros del Bronce Final proceden en su inmensa mayoría de la zona del interior de Portugal y Extremadura, es decir, de las zonas que se convertirán en la periferia geográfica de Tarteso siglos más tarde, una circunstancia muy similar a la que ya ocurría con las estelas de guerrero. De este modo, sólo a partir del siglo VII a.C. comenzarán a aparecer tesoros orientalizantes en el núcleo tartésico, si bien conocemos algunas joyas de factura original fenicia en los primeros momentos de la colonización. Los grandes y pesados torques y otros objetos realizados en oro macizo elaborados durante el Bronce Final pudieron ser uno de los reclamos para los comerciantes fenicios y explicaría la rápida penetración de productos mediterráneos hacia el interior, donde se localizaban los más importantes ríos con oro aluvial.
La llegada de los fenicios va a suponer la introducción de nuevas técnicas de elaboración para la orfebrería, destacando en primer lugar el trabajo en hueco, cuyos objetos pronto sustituirán a las grandes piezas macizas del Bronce Final por otras de mayor ligereza y, por lo tanto, con un sustancial ahorro en materia prima. Las nuevas técnicas también permitieron a los orfebres indígenas conocer nuevas aleaciones y controlar mejor las temperaturas para producir mejores acabados de las piezas; y, por último, se propagaron técnicas decorativas hasta ese momento ignoradas como la filigrana o el granulado, decoraciones que ya se habían generalizado en todo el ámbito mediterráneo. El éxito de esta nueva forma de elaborar las joyas supuso el repentino abandono de la tradición anterior, si bien se mantuvieron ciertas formas tradicionales que confieren a la orfebrería tartésica una originalidad evidente con respecto a la del resto del Mediterráneo.
La temprana aparición del Tesoro de la Aliseda, en Cáceres, y por lo tanto en un lugar muy apartado del núcleo tartésico, supuso una enorme sorpresa dentro del panorama arqueológico de la época. Pocos se atrevieron a dudar de la factura oriental de estas piezas, si bien no se relacionaron en ese momento con Tarteso, que carecía por entonces de una cultura material identificable (fig 25). La aparición del tesoro de El Carambolo supuso el paso definitivo hacia la identificación de un tipo y una técnica propia de Tarteso, donde se mezclaban dos técnicas de elaboración del Bronce Final con las innovaciones traídas por los fenicios y que en definitiva sintetizaban la expresión de la orfebrería tartésica. Un caso similar es el de los candelabros de Lebrija, donde se utilizó una técnica de unión heredera del Bronce Final. Una vez sistematizada la tecnología empleada en los primeros compases de la colonización, la interpretación del tesoro de Aliseda tomó un nuevo impulso, justificándose su aparición en un lugar tan apartado del núcleo de Tarteso como una donación o dote de algún comerciante fenicio para facilitar el acceso hacia las tierras del interior, donde precisamente se hallaban los placeres de oro y otras materias primas como el estaño. Sin embargo, un examen de las piezas nos permite diferenciar claramente las producciones de origen fenicio de las de factura indígena, si bien todos los temas iconográficos son de inspiración mediterránea pero adaptados a las concepciones indígenas. De esta forma, las arracadas o pendientes amorcillados, la diadema con remates triangulares, el cinturón o el propio conjunto jarro/brasero, son la mejor expresión de un típico conjunto tartésico perteneciente probablemente a una ocultación o bien a un tesaurus de