Francisco, pastor y teólogo. Varios autores

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de imágenes y sugerencias, y emplea expresiones que provienen de la vida de cada día, como hace Jesús en sus parábolas. De hecho, el lenguaje metafórico consigue hablar más acertadamente de Dios y de su Reino.

      Pero el papa Francisco también habla con los gestos. Habla con el abrazo a los nuevos leprosos de nuestro tiempo. Habla con su atención a los jóvenes, que son a menudo ovejas sin pastor. Habla con sus visitas a los países periféricos, de donde provienen tantos emigrantes y refugiados que llaman a la puerta de las sociedades ricas. Habla con su atención a los enfermos y a los que son víctimas del comercio y trata de personas. Habla con su preocupación por los «sin techo», empezando por los que están cerca del Vaticano. La Iglesia es madre de misericordia y amiga de los pobres, y no puede marginar de su círculo de afecto a ningún excluido ni descartado. El papa Francisco nos recuerda que nadie sobra en la Iglesia de Dios, porque, como dice la carta a los Efesios, hay «un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4,6). La profecía del papa Francisco se extiende a la humanidad entera, sin discriminación de personas o, mejor dicho, discriminando positivamente a aquellos que Jesús proclama bienaventurados en el Sermón de la montaña (Mt 5,1-12) y llama «mis hermanos más pequeños» en el juicio final (Mt 25,40).

      El núcleo de este congreso es la teología y la pastoral, consideradas como un todo, en el magisterio del papa. El pensamiento del papa Francisco no es solo teológico ni puede ser calificado solamente de pastoral. Se trata de un pensamiento unificado, cohesionado, que no se siente cómodo con una «teología de escritorio» (teologia da tavolino), encerrada en una especulación realizada al margen de la historia, sino que quiere ser una «teología de rodillas» (teologia in ginocchio), llena de experiencia y vigor espirituales. El papa Francisco es un papa que se mantiene sólidamente arraigado en la doctrina de la Iglesia como primer guardián de la fe. Y al mismo tiempo es un papa que no puede dejar de dar una respuesta a las urgencias pastorales que se presentan en la Iglesia, sensible a las situaciones y circunstancias que provocan sufrimiento a muchas personas y piden una curación.

      El papa Francisco hace teología desde la realidad, que él lee a la luz de la Palabra y la Tradición, valiéndose del rico tesoro magisterial de la Iglesia, al que él contribuye con su ministerio de obispo de Roma. Y, al mismo tiempo, el papa Francisco hace pastoral desde la teología, ya que la vida no puede ser nunca banalizada ni mediatizada, sino que debe ser interpretada a la luz del misterio divino, del designio del Padre, la donación del Hijo y la comunión del Espíritu Santo.

      Las verdades de la fe, por tanto, no son un cuerpo hermético que solo habría que repetir, sino las expresiones normativas de un sentido creyente que atraviesa todo el pueblo santo de Dios y que deben ser jerarquizadas, interpretadas y explicadas según los contenidos de las mismas verdades. Por otra parte, como dijo el teólogo Karl Rahner, la pastoral no es solo una disciplina aplicativa, sino que es una dimensión teológica de la teología. Por ello, como se afirma en el proemio de la Constitución apostólica Veritatis gaudium, no hay teología, no hay pensamiento cristiano sin diálogo con la filosofía, las ciencias humanas y experimentales, las religiones y las artes.

      El papa Francisco inicia el segundo posconcilio, es decir, aquella fase de la historia de la Iglesia en la que hay que asumir de manera nueva, en el marco de un más que notorio cambio de época, la relación Iglesia-mundo. Esta relación fue una de las puntas de lanza del Concilio Vaticano II y, en las diócesis con sede en Cataluña, del Concilio Tarraconense de 1995. Los siete años de pontificado del papa Francisco, que se cumplirán, si Dios quiere, en marzo de 2020, permiten verificar que el papa ha sido el impulsor de una nueva manera de ejercer el ministerio petrino. La reforma de la Iglesia no se visualiza necesariamente en determinadas decisiones, casi mediáticas, sino que se practica, sobre todo, mediante una nueva sensibilidad que debe atravesar todo el cuerpo eclesial y que se podría concretar en tres expresiones, centrales en el pensamiento del papa: «misericordia», «conversión pastoral y misionera» y «diálogo con todos».

      Hago notar que, en cierta manera, estos tres ejes se corresponden con las tres partes de nuestro congreso: la Iglesia, articulada sinodalmente, como pueblo santo de Dios, madre de misericordia y amiga de los pobres (primer día); el Evangelio de Cristo, propuesto y comunicado en el corazón de la vida, fuente de conversión tanto del hombre como de la creación (segundo día); el diálogo como instrumento esencial de una Iglesia profética, construida desde las periferias y dócil a la libertad del Espíritu, que promueve el desarrollo humano integral y la cultura de la paz, y que construye el futuro del mundo, atenta a los demás cristianos y a las otras religiones (tercer día). Así pues, la misericordia como camino de la Iglesia, la conversión pastoral y misionera como manera de vivir el Evangelio y el diálogo sin fronteras como instrumento privilegiado para la construcción del mundo son las tres vías que proponemos como guía de nuestra reflexión en torno al pensamiento teológico-pastoral del papa Francisco. Y todo eso envuelto o bañado por la alegría, que es manifestación de la esperanza.

      Los retos de nuestro tiempo son enormes. Las nuevas tecnologías acentúan la aparición de un mundo interconectado en el que la persona estará cada vez más relacionada mediante la Red, pero, a la vez, experimentará con más agudeza la propia soledad, agravada por el anonimato y la explosión del mundo virtual. Por otra parte, la nanotecnología y la física cuántica, las técnicas de «mejora» humana y la robótica, la neurociencia y la inteligencia artificial llevan a imaginar un mundo cada vez más tecnificado y a la vez más vulnerable.

      El magisterio del papa Francisco se sitúa a nivel de las preguntas fundamentales sobre el sentido, las condiciones y las expresiones de la vida humana y de la creación. La misericordia evangélica como principio de las relaciones interpersonales y el diálogo con todo el mundo como instrumento para fijar el alcance y el «peso ético» de las innovaciones constituyen dos elementos de gran interés para el mundo que está llegando. El papa Francisco mira al futuro con una mirada de fe y de amor, cuya clave propositiva es la alegría del Evangelio. Esta mirada, que todos queremos compartir, preserva a la Iglesia del miedo y de la autorreferencialidad, y constituye una invitación a ir al encuentro de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo con una palabra de esperanza.

      Esta es la esperanza que despierta en los discípulos la aparición de Jesús el día mismo de su resurrección (cf. Jn 20,19-29). Los discípulos han decidido cerrar las puertas del lugar donde se encuentran, se han aislado del mundo, dominados por el miedo. Les parece que no tienen salidas. El mismo miedo les atenaza y los hace ser autorreferenciales. Pero Jesús les saca de la confusión y de la angustia ante el futuro, los libera de un sentimiento que los inmoviliza. Se hace reconocer por ellos y les pone ante los ojos un proyecto grandioso: les da su paz para que sean hombres y mujeres de paz, les da el Espíritu recreando el aliento primordial y los envía a la misión confiándoles el perdón y la misericordia.

      Queridos asistentes, quisiera agradeceros la participación en este congreso sobre el papa Francisco por lo que representa de adhesión y afecto a la persona de quien preside la Iglesia y las Iglesias en la caridad. El papa es y se siente un pastor a quien el Señor ha encargado guiar a su rebaño y dirigirse por igual a otras ovejas que no son de este redil, pero que también escucharán la voz de Jesús, y así habrá un solo rebaño y un solo pastor (cf. Jn 10,16). Este es el sueño de la unidad de la familia humana, que marca igualmente los primeros compases de la Constitución conciliar Lumen gentium.

      Hemos querido visibilizar la proyección universal de nuestro congreso invitando a ponentes provenientes de América del Norte y del Sur, de África, de Asia y de Europa, sobre todo de Roma. Agradecemos hoy, de una manera especial, la presencia entre nosotros del cardenal Luis F. Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

      Agradecemos también la participación de todos los pastores y los expertos que hablarán en este congreso. Pertenecen en gran parte a diversas instituciones académicas que han querido unirse oficialmente a este encuentro. Me refiero a la Pontificia Universidad Gregoriana, al Boston College, a la Universidad Católica Argentina (Buenos Aires) y a la Universidad Católica de África Central (Yaundé) –cuyo Gran Canciller, el arzobispo Jean Mbarga, se encuentra entre nosotros–. Saludo igualmente con afecto a los obispos de las diócesis con sede en Cataluña aquí presentes, miembros del Consejo del Gran Canciller de nuestro


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